jueves, 26 de marzo de 2020

Apostillas a la segunda clase teórica


En la clase inicial les pedimos que leyeran “Casa tomada” de Julio Cortázar -un relato originalmente publicado en la revista Los Anales de Buenos Aires, editada por Jorge Luis Borges en 1946, y recogido luego en Bestiario, en 1951- mientras que en las apostillas a esa primera clase reflexionamos sobre las categorías que se ponen en juego en toda lectura. La idea central que se busca transmitir es que el sentido -si se quiere, la “interpretación”- no deviene de la simple atención que se le dedica a un texto, sino que un ejercicio tal, de un modo u otro, consciente o inconscientemente, está “guiado” por esquemas de diferente naturaleza.

Por ejemplo, basta con que se presente a “Casa tomada” como un cuento para que el lector adecue sus expectativas a una cierta forma. Del mismo modo cuando nos enteramos de quién es su autor, del cual ya se sabe que es una de las grandes figuras de la literatura argentina contemporánea, que su literatura suele mostrar juegos experimentales, novedades formales, etcétera. También se sabe que “Casa tomada” cuenta con el aval institucional de pertenecer al plan oficial de estudio de las escuelas medias (con el auspicio del Ministerio de Educación se encuentra en http://planlectura.educ.ar/); en fin, un “clásico” nacional. Este conjunto de elementos que no forma parte de la letra del relato, y que tampoco puede resumirse a lo que se denomina paratexto, sin embargo “completa” a la obra en lo que hace a su valor y sentido.

El cuento en sí puede ser encuadrado en los términos del “fantástico cotidiano”, una característica de estilo que suele ser subrayado en relación, sobre todo, a los primeros cuentos cortazarianos. Incluso podría abrirse un debate acerca de si se trata o no de un cuento fantástico, en tanto y en cuanto la situación planteada dejaría abierto el punto sobre si los hechos ocurridos son de naturaleza sobrenatural o no, y pertenecen más bien a la psicología de  los personajes.

Hay una bibliografía amplia que subraya esta apreciación. Por ejemplo, Noé Jitrik tempranamente subrayó que una característica de la literatura rioplatense es la rica vertiente fantástica (Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges), y dentro de ella el dato particular de la escritura cortazariana es que en ella lo fantástico “irrumpe desde el interior” (“Notas sobre la ‘zona sagrada’ y el mundo de los otros en Bestiario de Julio Cortázar, en AA VV, La vuelta a Cortázar en nueve ensayos. Buenos Aires, Carlos Pérez Editor, 1968).

Hay una interpretación ya canónica de este cuento que podríamos adjetivar como de tinte sociológico, que ve en él una alegoría acerca de los sentimientos que en  las clases sociales medias y altas de la Argentina produjo la irrupción de las masas trabajadoras en la época del peronismo histórico. El temor por la creciente pérdida de privilegios.

“Casa tomada” comienza así:

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

El nosotros se extiende a una genealogía “patricia”, en una representación de estereotipo casi sin estilización de las oligarquías criollas:

No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba.

Y se repite también de manera recurrente una mirada hermenéutica de raíz psicoanalítica, que pone en el centro una (sugerida) relación incestuosa entre hermanos.

Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos,

dice el relato. Y un poco después:

Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Un elemento clave de esta interpretación, pero no solo de ella, es la relativa impasibilidad, la resignación con la que los personajes aceptan su creciente pérdida y terminan abandonando su hogar, como si aceptaran estar pagando culpas (en contra de la “versión” de criaturas llenas de miedo que recurrentemente algunas representaciones en dibujos e historietas han tentado -cfr. ilustración de la izquierda-):

–Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
–¿Estás seguro?
Asentí.
–Entonces –dijo recogiendo las agujas– tendremos que vivir en este lado.

¿Cuál es la lectura correcta, la interpretación “verdadera”? Por supuesto que se trata de interrogaciones que no solamente no se pueden contestar, sino que el simple hecho de su planteamiento es impertinente. En su propia naturaleza el arte y la literatura escapan a tal tipo de precisiones.

La teoría de la literatura, finalmente, percibe a las lecturas (sobre todo, a las lecturas críticas fuertes, aquellas que se imponen: un texto es la historia de sus lecturas) como operaciones de sentido. Selección de elementos, relaciones, “otorgamiento” de significados que enhebran, con mayor o menor talento y fuerza persuasiva, instauran interpretaciones.

De acuerdo con Susan Sontag:

Así pues, la interpretación no es (corno la mayoría de las personas presume) un valor absoluto, un gesto de la mente situado en algún dominio intemporal de las capacidades humanas. La interpretación debe ser a su vez evaluada, dentro de una concepción histórica de la conciencia humana. En determinados contextos culturales, la interpretación es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar, de evadir el pasado fenecido. En otros contextos culturales es reaccionaria, impertinente, cobarde, asfixiante.

(Contra la interpretación y otros ensayos [1966], Barcelona, Seix Barral, 1984, traducción de Horacio Vázquez Rial, página 19)

Para cerrar dejamos la Ficha de trabajo número uno, donde se reproduce una interesante reflexión de Julio Cortázar sobre el cuento y se suman algunos ejercicios para resolver.



miércoles, 25 de marzo de 2020

Segunda clase teórica


Buen día. El tema de esta clase es, de manera general, la teoría de la literatura de los formalistas rusos. Como se indica en la bibliografía este apartado supone la lectura completa de la clásica antología confeccionada por Tzvetan Todorov, más la historia crítica que sobre esta escuela escribió el especialista Victor Erlich (El formalismo ruso: historia y doctrina).

La selección de Todorov consta de dos partes, bien diferenciadas: una teórica y otra, la segunda, práctica, es decir enfocada en la metodología del análisis literario de poesía, cuentos y nouvelles. Por lo general seguimos el ordenamiento que el libro propone, pero esta cuatrimestre, de acuerdo con la propuesta de algunas alumnas realizadas el año pasado en las jornadas docente-estudiantiles de evaluación de la carrera, habíamos decidido invertir ese orden en función de establecer una mejor articulación entre las clases teóricas, las prácticas y el taller de lecturas teóricas.

De cualquier modo en este encuentro nos vamos a referir centralmente, como ya adelantamos, a un texto posterior a la edad de oro del formalismo ruso (desde la mitad de la primera década hasta la mitad de la segunda década del siglo veinte, aproximadamente) escrito por uno de los fundadores más destacados de esta corriente, Roman Jakobson. La próxima clase subrayaremos algunos de los aspectos centrales del ensayo de Erlich. Les recordamos que sobre la totalidad de los textos de la antología de Todorov hemos elaborado extensos cuestionarios-guía que pueden encontrar es este blog para ordenar sus lecturas.

Los historiadores suelen indicar que el texto que firmó Jakobson junto a Iuri Tinianov (“Problemas de los estudios literarios y lingüísticos”, de 1928) es una suerte de balance testamentario de los aportes del formalismo, lo cual es cierto, pero aquí, por arte de magia (y para facilitar la comprensión, creemos), vamos a correr la fecha de ese testamento unos decenios, hasta llegar a la década del sesenta del siglo pasado, es decir al momento en que la corriente estructuralista emerge con fuerza y se convierte en un eje en torno al cual giran las ciencias sociales en la mayor parte Occidente, en particular a partir de la centralidad de disciplinas como la antropología y la lingüística; y junto con ella se produce la popularización académica de “héroes intelectuales” como Claude Lévi-Strauss, Émile Benveniste, Roland Barthes, el propio Jakobson.

En 1958 un congreso de teoría literaria y lingüística reunido en Bloomington, Universidad de Indiana, que había sido convocado con el lema “Style in Language”, cede su cierre a la palabra de Jakobson. Esa conferencia magistral integrará las actas del congreso, editadas con el título mencionado por Thomas Sebeok, y se convertirá un par de años más tarde en el capítulo “Lingüística y poética”, al cual Jakobson brindará lugar destacado en sus Ensayos de lingüística general (en castellano la primera edición será obra de la editorial Seix Barral, Barcelona, 1975), obra clave del estructuralismo en el territorio de la lingüística. Los datos sirven, aunque quizá ya sea obvio, para resaltar la continuidad formalismo-estructuralismo, e incluso para explicar cuándo y por qué los formalistas rusos empezaron a ser “rescatados” y traducidos en Francia, Italia y España.

El escrito que nos ocupa se vuelve famoso porque en él se desarrolla un punto que con el tiempo irá descendiendo desde las elevadas cumbres del saber académico hasta las aulas de las escuelas primarias y secundarias de todo el planeta: el modelo de la comunicación, y junto con él las funciones del lenguaje.

En relación al esquema de la comunicación es importante destacar que no es este modelo en sí lo que interesa a Jakobson, su “aporte” como subrayan algunos manuales, sino que ese agrupamiento de emisor-mensaje-receptor-referente-código-canal, solo interesa para ubicar un término en particular: el mensaje. Jakobson deriva su modelo de estudiosos del lenguaje anteriores a él (Karl Bühler) y completa su formalización recurriendo a las propuestas que la flamante teoría matemática de la información trajo consigo (aquello que a poco andar los comunicólogos bautizarían el “modelo de transmisión”), pero con el objetivo explícito de una caracterización particular. Las seis funciones del lenguaje (emotiva-poética-conativa-referencial-metalingüística-fática) valen en su exposición en tanto y en cuanto posibilitan “poner en foco” una de ellas: la función poética.

Es importante señalar el uso del término función. El funcionalismo es una corriente que tendrá fuerte desarrollo en las primeras décadas del siglo veinte en el contexto de la sociología, pero que en la lingüística y la filosofía del lenguaje tiene un recorrido particular, aunque paralelo. Basta recordar que las ideas al respecto de Jakobson reconocen como antecedente al psicólogo gestaltista Karl Bühler y que la noción de función ocupa un lugar muy destacado en la caja de herramientas de los formalistas, en primer lugar en los escritos de Iuri Tinianov.

Con trazo grueso, puede decirse que la perspectiva funcionalista se sobreimprime en lingüística con el concepto saussureano de sistema y su noción de valor; es decir, la imposibilidad de definir y caracterizar un componentes en sí, aislado, y la necesidad de hacerlo a partir del conjunto de relaciones diferenciales que establece cada uno con el resto de los elementos que se suman en un repertorio delimitado.

Pero ese no es todo. No se trata únicamente de dar cuenta de las seis funciones asociadas a los seis componentes obligatoriamente aunados en todo acto comunicativo, sino de percibir que  todas ellas están siempre presentes y que lo que determina en última instancia la naturaleza de cada fenómeno de lengua es la predominancia de una u otra función. Jokobson retoma a fines de los cincuenta el concepto de dominante que había desarrollado en sus trabajos iniciales, y que se puede considerar emparentado con el de función constructiva de Tinianov.

La noción de dominancia permite considerar el proceso comunicativo y los textos de un modo mucho más dinámico; la producción de sentido se muestra “atada” a la función dominante: aunque los elementos sean los mismos un cambio en cuanto a cuál es el elemento hegemónico produce una transformación de los significados. Se trata de una lógica (una economía) que domina a los textos pero también a los conjuntos de textos, o sea a la totalidad del sistema de la literatura (o “serie”, según la denominación de Tinianov).

El dinamismo posibilita también concebir de manera renovada la relación de la literatura con los autores, los lectores y el mundo, puesto que la existencia de la función poética no niega que junto a ella, y muchas veces de un modo cercano, se muestren los elementos emotivos, por ejemplo, o la información contextual. Eso sí, y vale subrayarlo, esas otras dimensiones  que se abren para su consideración van a estar subordinadas (“traducidas”) por la función poética, dominante en la literatura; de igual modo que un recurso poético (una metáfora o un oxímoron, por ejemplo) suelen ser un recurso recurrente del discurso periodístico, aunque siempre estarán orientados por la función informativa.

Jakobson sin duda conocía (sobre todo desde su llegada a los Estados Unidos y su trabajo como docente en el Massachusetts Institute of Technology -MIT-), había leído y recibió la influencia de los grandes nombres de la teoría de la información, sin embargo también se ocupó de marcar las diferencias con ellos. Norbert Wiener, personaje destacado de la cibernética, escribió en “La lingüística y la teoría de la información” que no existía una diferencia destacable entre “los problemas que enfrentan los ingenieros al medir la comunicación y los problemas de nuestros filólogos”; mientras que Claude Shannon siempre recalcó, muy explícitamente, que la teoría de la información se desentendía y no debía preocuparse por el área del significado. Para ellos las repeticiones sólo tenían sentido en su consideración como respuesta “técnica” frente a los fenómenos de interferencia, obviamente otro muy diferente es el enfoque de quien se dedica a describir el funcionamiento semántico de un poema.

En definitiva, la aseveración de Jakobson -transpolada del Curso de lingüística general- que sostiene que la función poética es la proyección del principio de selección propio de las relaciones asociativas sobre las relaciones sintagmáticas, busca caracterizar simplemente al fenómeno literario como una modulación extendida de las repeticiones (fonéticas, morfológicas, sintácticas, semánticas); tal modulación no es otra cosa que el ritmo como principio vertebrador de la poesía. Así, queda de relieve tanto el impacto de la ciencia de la lingüística sobre los estudios literarios, según los concibe Jakobson, como la evidencia de que sus definiciones se emparientan y acomodan más fácilmente con el género de la poesía, como ocurre con el conjunto de los formalistas.

Basta realizar el simple ejercicio de contar las carillas que “Lingüística y poética” dedica al modelo de la comunicación y las muchas en que Jakobson analiza los ejemplos tomados de la poesía eslava y rusa para advertir cuál es el objetivo de su exposición. Desgraciadamente sus ilustraciones son imposibles de seguir para quienes no manejamos esas lenguas.

En el comienzo del texto vuelve explícito su objetivo primero; dice que su conferencia busca contestar al interrogante “¿qué hace que un mensaje verbal sea una obra de arte?”, o sea la misma pregunta que los formalistas habían formulado casi en el momento en que los bolcheviques tomaban el poder para contestar: la literaturnost (literaturidad). La contestación de Jakobson es también directo: la predominancia de la función poética.

“La lingüística es la ciencia que engloba a toda la estructura verbal”, afirma Jakobson, “el objeto principal de la poética es la diferencia específica del arte verbal con respecto a otras artes y a otros tipos de conducta verbal; por eso está destinada ocupar un puesto preeminente dentro de los estudios literarios”. En consecuencia si “la poética trata los problemas de estructura verbal” específica y la lingüística los problemas de toda estructura verbal, pues entonces es lógico concluir que la poética es una ciencia que forma parte de una ciencia mayor, la lingüística. Jakobson semeja replicar la deducción que siguió Ferdinand de Saussure para explicar por qué la lingüística está incluida en la semiología.

De cualquier modo, Jakobson suma otra observación bien interesante:

Es evidente que muchos de los recursos estudiados por la poética no se limitan al arte verbal. Podemos referirnos a la posibilidad de trasladar Cumbres borrascosas a la pantalla; las leyendas medievales, a frescos y miniaturas, o La siesta de un fauno a la música, al ballet y al arte gráfico. Por muy absurda que parezca la idea de hacer la llíada y la Odisea en dibujos animados, ciertos rasgos estructurales del argumento se conservarán a pesar de la desaparición de su forma verbal.

Por ello, agrega,

en resumen, muchos rasgos poéticos forman parte, no sólo de la ciencia del lenguaje, sino también de toda la teoría de los signos; es decir, de la semiótica general.

La semiótica parece aquí indicar una especie de teoría de la cultura o de los lenguajes culturales. De modo tal que así como la primera cita traza los límites (cierra) de la poética o ciencia de la literatura, la segunda abre su campo en función de las múltiples formas de la traducción cultural (según el término de Jurij Lotman). Si bien dibuja los polos de una oscilación, sin duda la perspectiva teórico-metodológica de Jakobson se ubica en el primero.

En conclusión, “Lingüística y poética” cierra el ciclo del formalismo ruso y ata el puente con el estructuralismo confirmando la posibilidad de pensar a la teoría literaria (poética) como una ciencia; una rigurosa disciplina que, como parte de la lingüística, da cuenta analíticamente de la estructura formal del fenómeno literario, y a la vez muestra su límite en la medida en que se pretende ingresar al universo de los significados (en el prólogo a su antología Todorov insiste sobre esta cuestión).



miércoles, 18 de marzo de 2020

Apostillas a la primera clase teórica


¿Para qué sirve la teoría literaria? Es difícil dar una respuesta única, en general y en abstracto, fuera de contextos específicos. De modo que pensamos su importancia aquí, ahora, en relación a la sistematización de los estudios literarios que supone la institución universitaria. Entonces se podría considerar que de lo que trata es de distinguir, clasificar y revisar (hasta cierto punto: destruir) un cierto sentido común que histórica y culturalmente -aunque con las banderas de la naturaleza y la tradición- se ha apoderado del arte y la literatura.

Es decir, que el lector ingenuo deje de ser ingenuo. Consecuentemente, de lo que se trata es de hacer a un lado los mitos que pesan sobre la creación estética desde hace siglos, razón por la cual han echado raíces tan profundas. Existe un vocabulario legendario que liga a la experiencia artística con la inspiración, el éxtasis, la invocación trascendentalista, el alma, el espíritu,  entidades todas ellas que andan por allí rondando el corazón de quien escribe como el del lector mesmerizado por el embrujo de las palabras. O sea, una ideología más o menos clara en algunas de sus determinaciones es, más difícil de precisar en relación a otras.

Justo es decir que si tal imaginario no existiera, si  algún lugar de nuestras cabezas no habitara la idea de que la literatura tiene algunas virtudes mágicas y misteriosas, a lo mejor no estaríamos aquí, ni leeríamos poesías y ficciones. Quién sabe.

Detengámonos en una definición única, que se desprende de lo anteriormente dicho: la teoría literaria es una reflexión fuerte sobre las categorías que -de manera necesaria aunque no evidente- sostienen el fenómeno literario, tanto en lo que hace a la creación, como a su distribución y  apropiación lectora. Maneras que, ni bien se rasca un poco la superficie, posibilitan la emergencia y el reconocimiento de nociones como, por ejemplo, género literario o criterios de clasificación y selección. El francés Jacques Derrida ha señalado la paradoja de que son leyes que se obedecen aunque en realidad no están explicitadas en ningún lado. Constituyen una suerte de protocolo fantasma.

En la filosofía, una categoría es una de las nociones más abstractas y generales a través de las cuales los entes son reconocidos, diferenciados y ordenados como parte de un conjunto. Mediante las categorías se precipita una taxonomía jerárquica de  las cosas del mundo. Fenómenos muy parecidos y con características comunes constituirán una categoría única, y a su vez categorías afines en su aspecto integrarán una categoría superior… Lo importante es advertir que no están allí afuera, en el mundo, no se alimentan de los datos que brindan los sentidos, sino adentro de las cabezas, ordenan y ayudan al trabajo de nuestros cerebros, donde no se han depositado a partir de un determinado talento o virtud individual, sino que son la compleja sedimentación del trabajo histórico de un conjunto de patrones o esquemas culturales.

Por eso el filósofo idealista alemán Immanuel Kant calificaba a las categorías como propias del sujeto trascendental, y consideraba que se trataba de formas a priori, es decir independientes y previas al “llenado” que precipitaba la actividad sensorial.

En el sentido contrario al análisis, las categorías siguen la dirección lógica de la síntesis; lo uno que posibilita, en definitiva, entender lo múltiple.

Los empiristas escoceses, entre los siglos diecisiete y dieciocho, David Hume en primer lugar, señalaban sobre la noción de causalidad que se trataba de un “agregado”, un “suplemento” sumado por la inercia de la costumbre antes que por la fuerza de la lógica a la información que brinda la experiencia. Su conclusión era que el conocimiento de los hombres debía ser menos pretencioso, más modesto de lo que pretendía la avasallante ciencia y pensar en regularidades antes que en duras, universales y necesarias leyes científicas. Al revés, Kant afirmaba en su Crítica de la razón pura que el tiempo y el espacio eran categorías, formas de la intuición, sin las cuales pensar es imposible. El pensamiento, en consecuencia, debe ser considerado como el resultado del devenir de la especie, y por ello es trascendental. Algo similar a aquello que el otro gran pensador idealista de Alemania, Georg Hegel, llamaba Espíritu.

Pues bien, la teoría literaria porfía en la inspección de esas categorías que le son propias. Sin duda mucho más inestables y cambiantes que aquellas a las que se referían los filósofos. A punto tal que una vez que se manifiestan los artistas bien puede dedicarse a transgredirlas. Una de las “transgresiones” más interesantes al respecto es la indistinción entre la literatura de ficción y la escritura de la crítica; ese filo que trabajó (y teorizó) con talento el francés Roland Barthes y donde se pueden colocar también Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia, ayer nomás publicados.

¿Se puede pensar que cuando se analiza un relato, o cuando simplemente alguien lo lee, esa acción se lleva adelante sin guía alguna, siguiendo la imposición sin más de los caracteres que como una hilera de insectos desfila frente a los ojos y despierta sentidos y sensaciones en cerebros vírgenes? Pensar de tal modo sería una celebración (tardía) del empirismo radical. La epistemología, la filosofía de la ciencia, el cognitivismo más bien han enseñado que es imposible dicha consideración: no hay cabezas libres de información anterior a la experiencia de la lectura. De manera consciente o inconsciente ese conocimiento previo, esos esquemas, esos valores más o menos difusos impulsan y “completan” el sentido.

La advertencia de tal realidad y la problemática que de ella se desprende es tarea principalísima de la teoría literaria.



Primera clase teórica


1.

Lo que sigue es una acción de emergencia que busca suplir la clase teórica presencial que debería en este mismo momento estar desarrollándose en el aula 206 del segundo piso de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de la Pampa, sede Santa Rosa. La idea es continuar con esta práctica mientras se le da pelea al virus corona y se imponen una serie de restricciones institucionales con tal fin.

La clase hubiera comenzado con un saludo -¡Muy buen día!- y la presentación de los profesores que integran la cátedra de Teoría y análisis literario. A continuación se habrían detallado los horarios y las aulas en que llevarán adelante los teóricos, los prácticos y el taller de lecturas teóricas, así como las características y las fechas de evaluación para parciales, entrega de trabajos prácticos y recuperatorios. Toda esa información ya fue volcada en este blog. Es obvio que las fechas y características de las evaluaciones podrían variar, pero eso no es algo que por ahora se pueda prever; habrá que esperar.

Se habría pasado asistencia siguiendo la lista de inscriptos y se hubieran repasado los lineamientos generales del programa, más allá de los números que lo ordenan para la formalidad del papel.

En el programa de la materia hay un bloque inicial de características más epistemológicas, destinado a charlar de manera introductoria sobre el nombre de la asignatura, sobre los conceptos teoría, análisis y literatura, atentos sobre todo a que uno de los objetivos buscados es que los estudiantes vayan apropiándose y sean capaces de manejar un vocabulario técnico específico, propio de la teoría de la literatura.

Un segundo bloque está destinado a la escuela de los formalistas rusos y la lectura completa de la clásica antología compilada por Tzvetan Todorov.

El tercer bloque adquiere la perspectiva de la comunicación y la semiología para juzgar el fenómeno literario, a través de las figuras de Mijail Bajtín, Jan Mukarovsky e Iuri Lotman.

El cuarto bloque reúne las visiones del estructuralismo y el posestructuralismo sobre los problemas estéticos.

El quinto bloque es que, de manera general, se ha optado por denominar “sociología de la literatura” y engloba los ensayos de Gyorgy Lúkacs, Raymond Williams y Pierre Bourdieu.

La sexta y última sección tarta de una aproximación sobre el fenómeno literario desde la teoría de los discurso sociales (Jonathan Culler, Regine Robin).


2.

El término castellano teoría proviene del griego θεωρία, que remite a un saber especulativo; está asociado etimológicamente a la acción de ver, de contemplar, e incluso hay especialistas que señalan en la formación de  la palabra un morfema indoeuropeo que remite bien significativamente al significado “brillar”. En el pensamiento griego clásico -en los escritos de Aristóteles, por ejemplo- el teórico es el tipo de conocimiento más perfecto; se lo define en los términos de un proceso racional que orienta su lógica hacia la fundamentación sólida de los fenómenos, es decir que su causa última es la verdad. En aquel mundo clásico la teoría, paradójicamente si se la mira desde la actualidad, aparece enfrentada al mundo, al  conocimiento vulgar que procuran los sentidos; en los términos de Platón la matemática es la mayor de las ciencias precisamente porque se trata de una creación intelectiva pura, es fruto exclusivo del pensamiento de los hombres, está limpia del barro y la confusión que procuran los estímulos empíricos.

En el mundo contemporáneo, el de la ciencia moderna surgida allá hacia fines del siglo dieciséis y comienzo del siguiente, la teoría será estimada como un saber hipotético y probable; el inicio de una secuencia lógico-deductiva que posibilita el máximo de certidumbre posible con respecto a aquello que postula, de acuerdo siempre a la contrastación empírica de sus enunciados.

Con trazo grueso se puede señalar que en la Antigüedad la θεωρία se concebía opuesta a la  πραξις. Esta última se relaciona con el saber práctico, cotidiano, que está urgido por la necesidad del hacer inmediato, mientras que aquella se desentiende de la inmediatez pera sumergirse en la profundidad, lo esencial, la forma, el concepto. Esa distinción fuerte se difumina en la Modernidad, cuando la irrupción de la ciencia y su método imponen otros protocolos para la fundamentación de la verdad.

En síntesis puede decirse que es el ámbito del conocimiento nomológico, el de los principios, las normas generales, las leyes científicas.

La palabra análisis también es de origen griego; proviene de ἀνάλυσις) que quería decir “separar” (ana, separación; lysis, disolución). Su equivalente en la lengua latina clásica es descompositio. O sea que el análisis se relaciona con una operación básica del saber, la fragmentación de un fenómeno en las partes que los constituyen, para así poder estudiarlas con mayor detenimiento y dar mejor cuenta, con posterioridad, de las conexiones que dan “completud” y “compacidad” al todo que las reúne.

En la ciencia moderna el análisis es el inicio y comienzo desencadenante del proceso de la investigación. Como se puede ver rápidamente, su origen contemporáneo encuentra en las ciencias naturalezas, en la biología, su modelo más claro y evidente: la disección del animal o de la planta para poder comprender los modos de su nutrición o reproducción (una práctica que, limitadamente, se sigue realizando en los laboratorios escolares). Ahora, es  también evidente que el uso literal que el vocablo tiene para la biología a poco andar se cargará de matices metafóricos en otras disciplinas. El ejemplo que aquí se tiene bien a mano es la gramática: también es de reconocida fama escolar el “análisis” sintáctico. Vale la pena recordar que Ferdinand de Saussure era un convencido positivista, y que el positivismo, hacia el último tercio del siglo diecinueve, es la corriente de ideas que encontraba en la biología su arquetipo científico, en el método experimental (análisis) su piedra filosofal y en Charles Darwin a su héroe.

El impacto que la lingüística tendrá sobre los estudios literarios desde comienzos del siglo veinte y hasta hoy, llevará la práctica analítica a poemas, cuentos y novelas, la descomposición de las formas mayores en sus partes constitutivas, la obsesión por las unidades menores; tanto los formalistas rusos como los estructuralistas son buenas ilustraciones de este “traslado”.

Por supuesto que su suscitarán múltiples polémicas. La primera ya se encuentra en el prólogo crítico que el filólogo español Amado Alonso dedicó a su traducción del Curso de lingüística general: ¿se pueden asimilar las ciencias físico-naturales con las “ciencias del espíritu”? Pero más directamente: ¿se puede asimilar la estructura de un soneto a la de una oración? ¿Se puede hablar de “unidades mínimas” -a la manera de fonemas o morfemas- en las obras de arte? Las respuestas a estos interrogantes son múltiples y han suscitado múltiples polémicas.

Una fundamental se da alrededor de si la teoría de la literatura puede ser una ciencia. Como se verá el ruso Roman Jakobson contestó afirmativamente; a otros ni siquiera les parece interesante pronunciarse al respecto.

Las razones de los debates son diversas, pero en esta clase introductoria interesa subrayar una que se estima definitiva. Porque teoría y análisis se continúan en esta asignatura con el término literario, y el adjetivo encierra aquí la problemática del objeto, que bien lejos está de ser algo dado.

Los fragmentos que siguen, tomados de Terry Eagleton y del prólogo a un libro de Roland Barthes, intentan merodear los pormenores de la cuestión.

Para la que viene se les solicita que tengan bien leídos dos cuentos argentinos clásicos “Casa tomada” de Julio Cortázar y “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges; el primero pertenece al volumen Bestiario y el segundo a Ficciones, así como el conocido ensayo de Roman Jakobson llamado “Lingüística y poética”, que de manera fragmentaria seguro vieron en la escuela secundaria en torno al “modelo de la comunicación” y las “funciones del lenguaje”.

Hasta el miércoles que viene. Cuídense.



martes, 17 de marzo de 2020

Fragmento primero de una imaginaria clase inicial (mientras el coro aúlico canta: ¡El virus corona no pasará!)


Acerca de la pretendida existencia de la teoría literaria

En el comienzo de su ensayo Introducción a la teoría literaria (México, Fondo de Cultura Económica, 1988), que busca ofrecer una suerte de balance crítico del desarrollo de esta disciplina a lo largo del siglo veinte, el inglés Terry Eagleton escribió: “En caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria…”. La frase es simple, curiosa y obliga a ensayar alguna reflexión al respecto puesto que conduce de inmediato a formular la pregunta: ¿existe la teoría literaria? De inmediato, y un poco más extensivamente, si la respuesta es positiva quedaría por mensurar la importancia o no de dicha disciplina.

La primera observación es que no siempre ha existido la fórmula “teoría literaria”; por el contrario su acuñamiento, según coinciden las más tradicionales historias sobre los estudios literarios, es de inicios del siglo veinte y su fortalecimiento y expansión  posterior a la Segunda Guerra Mundial. Así, por ejemplo, para citar algunos hitos notables, el ruso Boris Thomashevsky dio a conocer su Teoría de la literatura (poética) en 1925; los estadounidenses -el primero de ellos oriundo de Checoslovaquia- René Wellek y Austin Warren publicaron en 1949 el célebre volumen Teoría literaria, cuya versión castellana se dio a conocer a mediados de los sesenta; sobre fines de esa misma década se distribuyó en el mundo de habla hispana la muy influyente Teoría de la literatura de los formalistas rusos compilada por el estructuralista búlgaro-francés Tzvetan Todorov, que se había dado a conocer originalmente en Europa en .

La cita completa de Eagleton dice:

En caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria, resulta obvio que hay  una cosa que se denomina literatura sobre la cual teoriza. Consiguientemente podemos principiar planteando la cuestión ¿qué es literatura? Varias veces se ha intentado definir la literatura…

Se trata de un comienzo clásico, y es así debido a que de inmediato convoca una problemática por demás conocida para los especialistas del área, aunque no por conocida deja de ser menos necesaria su explicitación. Se trata de un problema epistemológico que se desenvuelve más o menos en estos términos casi desde fines del siglo diecinueve, cuando, acompañando el prestigioso ascenso de la biología como testimonio de las cumbres que había alcanzado el conocimiento humano rigurosamente fundamentado,  la corriente positivista estableció que no podía existir ciencia sin tener un objeto de estudio claramente delimitado. El efecto más evidente de dicha fórmula se puede constatar en los fundamentos que Ferdinand de Saussure despliega en su Curso de lingüística general, publicado en 1916.

Así, para que la teoría literaria pueda ser concebida como una rama fundamentada de conocimiento debería partir claramente de un “objeto”, requisito para que pueda cimentarse un análisis metódico y la enunciación de leyes y de criterios de validación de sus enunciados, como cualquier otra disciplina. Sin embargo, y en este punto el desarrollo inicial el libro de Eagleton también revisa un tópico recurrente: la imposibilidad de contestar de una vez y para siempre la interrogación acerca de qué es esa cosa llamada literatura.

Ahora bien la particular naturaleza del fenómeno literario hace que la respuesta a la pregunta precipite un desfile de infinitas variaciones y acercamientos que atraviesan las épocas y las sociedades. Si se pretende la ortodoxia -algo que a esta altura ya suena más a capricho antes que a pretensión válida- difícilmente puede otorgarse a la “teoría”, la “crítica” y el “análisis” literarios los certificados que garanticen la cientificidad de sus quehaceres.



Fragmento segundo de una imaginaria clase inicial (Coronavirus, ¡atrás! ¡atrás! ¡atrás!)

Límites de la teoría literaria

En “El simulacro. Notas para una diacronía”, introducción que escribió para un libro de Roland Barthes (¿Por dónde empezar?, Barcelona, Tusquets, “Cuadernos ínfimos” n. 55, 1974, pp. 15-25), Marc Buffat reflexiona en una nota al pie sobre la cuestión que nos parece central en relación a los límites de la teoría literaria, en el sentido de cuál es su objeto su estudio, o más directamente: ¿de qué habla? Porque allí el crítico francés refresca la tensión existente entre dos polos.

Por un lado, la búsqueda de la literaridad, esa naturaleza particular que permitiría definir un campo de análisis en el sentido epistemológico tradicional y sus correspondientes extensiones nomológica y metodológica. Buffat sostiene que tal búsqueda -nótese la fecha de su artículo- ya ha tropezado con tantos obstáculos que se la puede considerar ya sepultada o en la limbo en el que sobreviven las buenas intenciones utópicas.

En el sentido contrario, se pregunta si en realidad la modernidad no pasa por la disolución de la noción de literatura.

Entre esos límites, pues, parece extenderse toda discusión acerca de la especificidad (o no) que la teoría y la crítica literaria reclaman para sí. De alguna manera puede afirmarse que las diversas corrientes y autores definen sus herramientas conceptuales y su práctica analítica tratando de resolver de diverso modo la discusión que esta problemática abre. Y hasta es posible observar la manera en que conceptos como el de texto -al menos a partir de la apropiación que de esta noción han realizado autores como el mentado Barthes y Julia Kristeva, por ejemplo- busca conjurar el desafío colocándose adentro y afuera a la vez,  en el punto de intersección entre una línea y la otra.



Horario de las clases teóricas, trabajos prácticos y taller de lecturas teóricas 2020. Cronograma de evaluaciones

Ciclo lectivo 2020

Primer cuatrimestre: del lunes 09 de marzo al viernes 26 de junio

Horario de las clases teóricas, a cargo del profesor Jorge Warley:
Miércoles 10 a 12 horas - Segundo piso, aula 206

Consultas:

Los jueves entre las 11 y las 13, y durante toda la tarde a partir de las 15 se podrán ampliar las consultas realizadas en clase al profesor titular en el Departamento de Letras, en el tercer piso de la Facultad de Ciencias Humanas, UNLPam

Horario de clases de trabajos prácticos, a cargo del profesor Daniel Pellegrino:
Miércoles 12 a 14 horas  - Segundo piso, aula 206

Horario de taller de lecturas teóricas, a cargo del profesor Bruno Mondino:
Martes de 20 a 22 horas  - Segundo piso, aula 206

Evaluaciones:

Primer parcial teórico - Miércoles 13 de mayo, 10 a 12 horas
Recuperatorio del primer parcial teórico - Miércoles 20 de mayo, 10 a 12 horas
Segundo parcial teórico - Miércoles 17 de junio, 10 a 12 horas
Recuperatorio del primer parcial teórico - Miércoles 24 de junio, 10 a 12 horas

Primer trabajo práctico - Miércoles 06 de mayo , 12 horas
Segundo trabajo práctico - Miércoles 03 de junio, 12 horas
Entrega final del segundo trabajo práctico - Miércoles 10 de junio, 12 horas

Profesorado en Letras - Estudiantes inscriptos:

7738    Alanis Dari, Victoria
8970    Albino, Maria Lourdes
7787    Alvarado, Florencia
8547    Ayala, Milena Romina Del Cielo
8150    Barrio Aguilar, Carolina Iriel
9146    Brait Silva, Cyntia Lorena
8982    Cometto, Valeria Celeste
8554    Conti, Sofía Luz
8194    Cucchiarini, Martina
8575    Delfino, Ornella Natalí
8541    Dutto Ordienco, Oriana        
8990    Effner, Aldana Noel
8991    Flores, Camila
8993    Heredia, Tomas Joaquín
3405    Masoero Palacios, Liliana Andrea
8549    Mayer, Camila Sol
8582    Olguín, Esteban Bernabé
6782    Paredes, Elizabet
8169    Pagola, Paula Soledad
8544    Pathauer, Carla Antonella
9002    Quaglino, María Ludmila
9008    Starck Cuffini, Andrea Romina
8068    Tallone, Malén
7784    Urdaniz, Fernanda María
8121    Yoli, Florencia Carolina

Licenciatura en Letras - Estudiantes inscriptos:

7738    Alanis Dari, Victoria
8103    Alvez, Vanessa Micaela
8547    Ayala, Milena Romina Del Cielo
8981    Castro, Ileana Belén
8982    Cometto, Valeria Celeste
8541    Dutto Ordienco, Oriana        
7913    Fanjul, Ana Melina
8543    Gómez Salao, Ana Rocío
5796    Perrin, Cristina Beatriz
8544    Pathauer, Carla Antonella
8424    Torres, Laura Micaela