Finalmente,
y como estaba programado, la noche del jueves 25 de junio llegó a su
punto final el curso-taller de poesía 2015, que tuvo como
temática central en esta edición “La inmigración en la poesía
pampeana”. Más de una docena de concurrentes, bajo la coordinación
del profesor Daniel Pellegrino, trazaron de conjunto una suerte de
balance y evaluación de lo realizado a lo largo del cuatrimestre.
Como era de esperar se leyeron unos cuantos textos como cierre, y de
inmediato se pasó al brindis de despedida salpimentado con un buen
tinto, alguna gaseosa, sandwiches de miga y hasta una torta. Queda
como testimonio del saludo final la foto que acompaña.
Pero
la cereza del postre no fue gastronómica, sino que tomó la forma de
una publicación casera, con prolija cinta de regalo para reunir las
páginas, a través de la cual una empeñosa concurrente se encargó
de reunir una buena muestra de las piezas leídas por los talleristas
a lo largo de los encuentros semanales. “Para que no se pierdan”, dijo
mientras repartía los ejemplares. Hubo para todos; y para quienes no
estuvieron presenten les copiamos a continuación la selección de
textos.
Los
que llegaron y los que se fueron
Basko Armando
R. Inchaurraga
Los abuelos de cobre vivían en este
suelo.
Ancestrales…
como el aire y la tierra
con los derechos de todos
sin los dueños de nada;
como el agua, el sol y los vientos
que soplan y sostienen el vuelo del
pájaro,
o las estrellas de brillos radiantes
sin permiso,
en la mágica oscuridad, de miles en
noches sucesivas.
Ellos, milenarios
aquí estaban.
Llegado un tiempo, una vez un día,
sobre oscuros intereses decretada,
los hicieron víctimas de la tragedia.
Nuevo reparto del poder y la codicia,
despareja muerte entre el mauser y la
lanza,
filoso exterminio feroz,
la matanza del desierto (y no
desierto),
a puro degüello,
ejecutada.
Solo el canto de los pájaros quedó,
vacía,
la tierra ensangrentada.
-¡Otros llegarán al alba!-,
resonó la áspera voz de un mandante,
personero de Compañías de las tierras
apropiadas,
cadena de oro en el abdomen.
-¡¡Vendrán por las promesas de los
trigos,
la ingente ganadería en las llanuras
las libertades infinitas,
las tierras doradas
y el prodigio de las promesas de los
sueños!!
¡Les hemos construido una nueva patria
de las perfectas cosas,
todas tan maravillosas!-.
Y llegaron ellos,
siglos de cansancio acumulado,
inmigrantes de dura necesidad y anhelos
en carne viva,
miles de padres y abuelos de mil
colores,
marginales de todas las carencias ,
de una Europa imperial devastada,
gentes de vidas trabajadas
y luchas bienamadas;
habitantes del hacer, reír, amar,
o sufrir por todo lo perdido.
Llegaron en vetustos buques de carga,
hacinados,
pastores, artesanos, obreros,
labriegos,
río de genes diferentes,
hoy nos habitan duramente,
y exigen desde la dimensión de la
memoria
demoler la cizaña
de la mentira y el olvido.
Sufriendo viejos dolores de distancia.
se fueron y en el irse,
se partieron en pedazos.
Aquí están,
habitando en la espera
en cada uno de nosotros,
siguen estando.
Abuelo Andrés
Bocha
Campo
Abuelo de Salamanca, vino a esta tierra
extraña
pero con la promesa firme
de volver a buscar a su amada.
Fue hachero, mensual,
sindicalista…
Peleó con tesón, por los que sufren y
callan.
Estuvo preso, encarcelado
pero igual dio batalla.
Quiso cumplir su promesa, volvió a su
vieja España,
pero había echado raíces
en esta tierra lejana.
Y en un adiós de pañuelos,
cruzo de vuelta los mares,
sabiendo que no volvía
a su bella Salamanca.
Y de nuevo aquí
fue bolsero en el puerto,
en el campo, en las salinas, y un trozo
de tierra un día,
habían ganado sus manos,
cinco retoños llegaron, para alegrar
su existencia,
pero ella se fue muy pronto
y más se aferró a esta tierra.
Miraba el horizonte, nos contaba
historias largas,
y así se fue una mañana,
cuando menos lo esperaba.
Abuelo de Salamanca, hoy rindo este
homenaje,
para vos y tantos otros, que lucharon,
con hidalguía y coraje.
Primer
paso...
María A.
Naunchuk
Primer paso
a veces furtivo,
en vuelo con el viento
avanzaron
aguardando la aurora,
en espera
del anuncio
de alguna,
pequeña maravilla.
Así, rompieron las cadenas
del hogar.
Su caricia materna.
Y en la punta de la lengua
nombraron el marrón
de la nueva tierra.
Como brioso alazán,
con sus patas delanteras
avanzaron de frente.
La frontera del hombro
deslizó su ilusión.
Creían
que latía
una mirada en común.
Más de una vez
se irguieron
en un solo pie.
Y encontraron su propia lágrima
en el hueco de su lagrimal.
El secreto de la nueva vida
tuvo la arada en la espalda,
la cosecha, el desmonte.
Los topos de la noche.
Mezclando las palabras,
las comidas y los santos.
Así sucedió la Argentina prístina
con un Buenos Aires
fantasmagórico,
abriendo puertas,
calles lumínicas,
ondulantes,
con egregios habladores
en cafés de rincones protegidos,
y tranvías con pasajeros
buscando el jornal.
Junto a la otra manera,
que nació.
Moviéndose estaban
los que pisaron
las pisadas de Pincén.
Aquellos
que tomaban el mate
en payadas de boliches
y miraban
el cielo pampeano,
para descubrir estrellas
nunca vistas por ellos.
De paseo por la noche,
apoyada la espalda
en el brocal de algún aljibe.
mirando el cielo, decían:
“aquella, la llaman, la Cruz del
Sur”.
Náufrago
inmigrante
Hugo
Ramiro Páez Campos
Se respira olor a bruma densa,
se oye a los gigantes que conquistaron
al océano arribar,
a aquellos que hermanaron hombres y
mataron hermanos,
a aquellos que el hombre a hecho para
romper distancias,
para alcanzar al sol del horizonte
perdido en el mundo fértil de su imaginación
Si el muelle fuese un puente para unir
continentes,
entonces en las costas no se creería
ni en la patria, ni en la bandera.
Los idiomas serían solo una distinta
expresión
de iguales sentimientos,
de recuerdos diferentes,
y tal vez de direcciones que convergen.
Con distintas miradas bajó el hombre
de su naufragio
pero siempre buscando la tierra,
buscando encontrarse en ella.
Sin embargo, ¿qué garantía hay en un
nuevo paisaje?
Si aquel no es garantía ni para los
náufragos que en él su vida derivaron.
Viniste de lejos hombre cansado,
el mismo hombre te ha echado,
tu mismo coterráneo por la patria te
ha hecho un náufrago,
te ha despojado de la seguridad bajo
tus pies.
Y si hoy este nuevo campo te recibe, no
será por lo grande de su bandera,
sino porque en el ojo de otro ser
humano yace aquel horizonte
donde al sol viste caer y volver a
nacer.
Winifreda
de la gente pensada
Basko
Armando R. Inchaurraga
Sol tajante,
pino oscuro en la plaza,
y los
siempre-perros
con los
siempre-gatos
Palomas que vuelan
El aire que pasa,
Biblioteca sola
Iglesia marchita,
Las calles las
mismas
El mismo damero
de igual recorrido.
Las casas,
Iguales las casas, algunas distintas,
es otra la gente.
Las casas iguales, con gente distinta.
Es rubia la gente como la pensada.
Comen girasoles, como la pensada,
No hablan lenguas duras,
ni viajan en chatitas rusas
no usan rebozos negros ni largos
vestidos,
Como la pensada.
Por papeles salvados del fuego
y la verdad contada,
sabemos hoy,
que llegaron por barcos y de a miles,
la gente pensada.
Cien idiomas, pobres y sufridos
Contratos leoninos de tierras ajenas
Nunca de ellos, falsas promesas
En la amarga espera,
decenas de años, puños en lo alto
maldiciendo el surco.
Olvidadas las caras amadas
de su cultura natal,
su última memoria de lo perdido,
fue un pedazo de pan.
¡Ay, corazón partido!
Sólo un instante… fugaz exhalación
Mirarnos,
renovar la lágrima,
estirar la
mano,
dibujar la risa de tanta voz perdida,
una vez más…
¡por favor!
Que no haya olvidos por ellos y por nosotros,
para aquellos amados
que ya han partido.
La cosecha
Estella
Mary Valor
El jarro de chapa quema las manos
y el líquido verde humeante espera
saciar la sed de hombres que siegan
en tórrido cielo, con sol que broncea
la piel y las penas del cosechador.
El trigo valioso duerme en las bolsas
que ahora se deslizan por el tobogán
con costura firme hecha por las manos
de un inmigrante ganándose el pan.
Hombre cosechero ven a descansar,
el mate cocido esperando está,
hombre cosechero ya no cosas más
la máquina ruge, pronta a trabajar,
cruje la galleta que comerás
son solo minutos, seca tu sudor
y raudo volverás, otra vez al campo
otra vez a segar.
Mañana otro campo con mismo sudor,
otras son las mieses y el recaudador
y vos cosechero sos como la nube
que se lleva el viento; nunca preguntas
dónde te llevan, donde segarás.
Comerás torrijas que cruzaron mar
y el mate cocido no ha de faltar,
hombre cosechero aspiras afrecho
del trigo que nunca, nunca venderás.
Lectura del
“Canto a la Argentina” (1910), de Rubén Darío
Lilian
Molinelli
En la misma época de la publicación
del poema de Rubén Darío, el argentino Ricardo Rojas impulsa la
creación de la cátedra universitaria “Literatura argentina” y
en sus escritos sobre literatura representa la identidad argentina a
través de la figura del gaucho Martín Fierro de José Hernández.
La invocación del
inicio y la presencia de algunos versos del himno nacional argentino
dejan planteado el tono de alabanza que vertebra la obra.
¿Qué Argentina pregona Darío?
Un lugar de progreso, de modernidad,
con “ferro-vía” y “automóvil”.
El Río de la Plata (“ancho
estuario”, “bruma infinita”, “padre extraordinario”). El
río es magnificado en comparación a otros ríos europeos (Tíber,
Sena, Danubio, Ganges), y equiparado al Tigris y al Éufrates
bíblicos.
Los alrededores de ese río: una
ciudad cosmopolita (Buenos Aires) que cuenta con fábricas y algunos
edificios -“las torres”- señal de progreso. Una ciudad
políglota, acogedora del inmigrante (“triste”, “errabundo”,
“paria”).
Metafóricamente: un espacio promisorio
que “se” ofrece al inmigrante como “granada” que se abre,
“ubre”, “espiga” para saciar su hambre, para trabajar, para
vivir en paz y libertad. Lugar bucólico y promisorio para las nuevas
generaciones (niños, jóvenes -estudiantes-). Espacio para la
“risa” y el “estudio”.
Es la “tierra prometida” de la
Biblia, el espacio mítico y soñado (“el camino de El dorado”,
“la Atlántida perdida”, la “Babel”).
La llanura pampa: “en tu rancho”,
“en la pampa inmensa”. “Es una pampa fecunda, benéfica, de
“inmensidad serena, melancólica y silenciosa”, donde llueve. Una
pampa dedicada a la ganadería y a la agricultura.
El lugar del “gauchaje”, “del
sonar salvaje/del tropel de potros y yeguas”.
Costumbres: el mate, el fogón.
Referencias literarias que con
posterioridad formarán parte de la identidad cultural argentina: la
figura del payador como espíritu del pasado, junto a su cantar (“el
sollozo del triste o el llanto de la vidalita”). Representación de
la literatura gauchesca en la figura de Santos Vega.
Los componentes de la argentinidad:
Estarían
representados en símbolos patrios (bandera y el escudo), el himno,
el pasado “patricio”, la educación (“coros escolares”), los
festejos patrios, los monumentos, San Martín (refiere aspectos de su
biografía sin nombrarlo). Menciona la época de la colonización
española, la guerra gaucha, los granaderos. Otras palabras que aún
siguen representando esos aspectos grandilocuentes: el mármol, el
bronce, los laureles, el sol, el caballo.
¿Cómo es el inmigrante desde la
mirada de Darío?
En el poema apela al inmigrante “Tú,
el hombre de las estepas, /sonámbulo de sufrimiento, nacido ilota y
hambriento/” convocándolo al poblamiento de la Argentina.
Estrofa por estrofa va refiriéndose a
cada grupo extranjero (judíos, italianos, españoles, franceses,
ingleses…) recuperando aspectos de su identidad (características
físicas, historia, mitos, idiosincrasia, culto, objetos
identitarios) y enalteciendo aspectos del pasado heroico y mítico
del lugar de origen del inmigrante (“iberos de la península/ que
las huellas del paso de Hércules/ visteis en el suelo natal”,
“nieto de los conquistadores”).
Contrapone la situación de sufrimiento
de ese inmigrante en su tierra natal (“humanidad triste,
congojada”, hambre, muerte) con la bonanza que le ofrece Argentina
(“hallasteis otras estrellas/encontrasteis prados donde se siembra,
espiga y barbecha”).
Presencia de la mujer europea asociada
a componentes de lo femenino: la flor, las artes –música, baile,
lo cultivado).
De las mujeres argentinas identifica a
las patricias a quienes compara con las mujeres espartanas y las
matronas romanas.
A los jóvenes les propone ser
estudiantes y los remite al mundo griego, a la Academia (“gímnicos
brazos”).
Presencia del poeta en la obra y
algunos componentes retóricos:
Se siente partícipe del agasajo, del
reconocimiento: “¡Salud patria, que eres también mía, puesto que
eres de la humanidad:/ salud en nombre de la Poesía,/ salud en
nombre de la Libertad!”).
Menciona aspectos retóricos (“sublimes
hipérboles”, “rítmicos dones”) como componentes del poema y
la oda (Píndaro) como recurso literario para cantar o enaltecer;
estaría intentando inscribir el poema en esa línea. “Cantaré.”
Darío abunda en adjetivos para
enaltecer a la Argentina: “fecunda, copiosa, bizarra, grande,
reina, liberal”. Propone una Argentina reconocida por los países
europeos en el festejo del centenario. Grandielocuencia al describir
la ciudad y el movimiento que se produce (“pregón, llamada, todo
vibra”/). Imágenes sensoriales e idea de movimiento.
Camina
despacio...
Luciana
Alfonzo García
A la que vino de España escapando
de la pobreza y en contra de su deseo, nunca volvió.
Camina despacio por el camino de su
destino.
Mira hacia atrás, se despide y ruega.
El viento la traspasa, la llena de
vida.
Luego de un instante, muere.
Una y otra vez, su dolor resiste y
desfallece.
Camina y sabe que pronto va a llegar.
No sabe a dónde,
Pero intuye.
Varias voces le recrearon imágenes de
lo que vendría, de lo que podría ser…
Y el nudo en la garganta, el dolor en
el pecho, la lágrima en el alma.
La miseria que fue motivo, comienzo y
razón.
Camina y camina despacio, no exige su
cuerpo abatido.
Sus piernas no la quieren abandonar.
Camina mientras siente que le gustaría
caminar más rápido,
En otra dirección,
Hacia ese retorno eterno,
Ese sueño recurrente…
Y se apena, la carga que lleva es muy
grande
Las raíces apretadas que no quieren
soltarle,
Las razones terrenales que pudieron más
que Dios.
Miles de personas caminan con ella,
Sin embargo la multitud no la ve pasar…
Carga con la invisibilidad propia de
esta gente,
la que escapa, sueña y busca,
la que espera ese retorno,
la del sueño recurrente.
Padre
mío
Edgardo
Cabezón
Hornos* enclavado en tu vientre
Sobre severas y calladas colinas
Amaneceres adustos alumbraban
Silenciosos senderos de blancas
piedras.
Paredes de color olvidado
Callejuelas sin angostas veredas
Serpenteaban tus primeros pasos
juguetones
Tus risas que no regresaron.
Vas Daniel por la vida
Con tu alforja de sueños relegados.
América por fuerza elegida
América por el hambre que obligaba.
Niño niño, niño hombre
Que pelea contra vallas desmedidas
Olores del hogar lejano
Resabios de tu infancia perdida.
Te abrazo siempre siempre
Con esta rabia contenida
Por este amor que pega y pega
¡Padre mío, padre mío!
*Hornos, aldea de Logroño, España.
Trigal
Bruno
Mondino
Juan está durmiendo. Los
ronquidos sobrepasan con holgura el límite de la habitación y se
amplifican en el pasillo, son ronquidos de alguien que realmente
duerme. Quizás sueñe con su juventud no tan lejana ni tan cercana
de muchacho de campo y pueblerino, cuando a fuerza de voluntad y
ganas de trabajar y un poco de suerte podía remontar vuelo: cambiar
la camioneta, vacaciones a Mar del Plata o a Villa Carlos Paz, ir a
algunos bailes a hablar y reír a los gritos y a bailar pisando
fuerte la tierra.
En el
patio de la chacra, bastante lejos de la casa, los primos se
entretienen en esa hora de la siesta con el sol rajando la tierra y
ellos encima prendiendo fuego al pozo del basurero, hay bastante para
quemar y arde mucho, las caras de los primos mirando el fuego de
frente y ellos atrás se ven como un espejismo. A un costado está el
tanque australiano donde meten, cada tanto, la cabeza y toman agua
con la taza de loza colgada en el caño del molino, no toman por sed,
toman porque esa agua es un regalo fresco y rico.
En el frente de la
chacra, o mejor en el cuadro de la entrada, unas pocas hectáreas de
trigo se agitan como gruesos párpados caídos y misteriosos. Es
inevitable no pensar en el mar, el trigo está a punto en esa tarde
de diciembre.
Papá que duerme
pesadamente la siesta, primos jugando a que trabajan con el fuego,
casi pegados al trigo; la tragedia parece inevitable. El trigo
quemado, los números en rojo, las miradas apesadumbradas en la casa,
las discusiones con la mujer, más crédito para comprar semilla, más
deuda. Juan soñando que puede y viviendo que no puede. Son pocas
hectáreas, pero son.
El fuego cruza el
alambrado, un papel, una chispa y el trigal se prende fácil. Los
primos cruzan el alambrado pisan algunas partes, no pueden parar
nada. Saben que avisar es necesario. Corren, el hijo adelante o atrás
del primo, no sabrán muy bien. Cruzan la puerta que divide los dos
patios que hay en la chacra, pasan: el tinglado, el chiquero, el
gallinero, golpean la persiana, no hay tiempo.
El padre sale.
Calzoncillos grises y alpargatas en chancleta. El Fiat 780 tiene el
arado enganchado y está en el mismo cuadro. Arranca con otro motor,
no es eléctrico, con apuro es un problema. Pero arranca, y muchas
veces no lo hacía. La mirada de los primos hacia un lado y hacia el
otro, es de esos momentos en que el tiempo se acelera. El arado corta
una franja entre el fuego y el trigal. Se quema bastante poco. No es
nada, o casi nada.
La sacamos barata, dice
papá, pone una mano pesada en la cabeza del hijo y le hace un
revuelto de pelos.
En
vuelo...
María
Alejandra Naunchuk
En vuelo con el viento
aguardaron la aurora,
en espera
de alguna
pequeña maravilla.
Rompieron las cadenas
del hogar.
La caricia materna.
Y nombraron el marrón
de la nueva tierra.
Como briosos alazanes,
avanzaron de frente.
La frontera del hombro
deslizó su ilusión.
Creían
que latía
una mirada en común.
Más de una vez
se irguieron
en un solo pie.
Encontraron su propia lágrima
En el hueco de su lagrimal.
Las nacientes jornadas
tuvieron la arada en la espalda,
la cosecha, el desmonte.
Los topos de la noche.
Mezclaron las palabras,
las comidas y los santos.
Una Argentina prístina sucedió
con una Buenos Aires
fantasmagórica,
abriendo puertas,
calles lumínicas,
ondulantes,
con egregios habladores
en cafés de rincones protegidos,
y tranvías con pasajeros
buscando el jornal.
Junto a la otra manera,
que nació
sobre las pisadas
de Pincén.
De aquellos
que tomaban el mate,
en payadas de boliches
y miraban
el cielo pampeano,
para descubrir estrellas
nunca vistas.
De paseo por la noche,
Apoyada la espalda
En el brocal de algún aljibe,
Al mirar el cielo, decían:
“aquella, la llaman la Cruz del Sur”.
La
premura del alba
María
Alejandra Naunchuk
El mar
como gruta inmensa,
El abuelo imagina a los niños,
danzando
En la espuma de las olas
o pájaros volando
sobre un faro.
Siente un ave
al alcance de la mano.
Una lágrima cierra los párpados.
Ritual
de mínimas mañanas
moribundas de sonidos.
Caídas del sol,
abiertas en gigantescas noches,
desvanecidas sobre los hombros,
para morir
en las palmas de los pies
sin sosiego.
Ondulante devenir,
hamaca un barco, el miedo
apretuja el olvido y la esperanza.
O alguna remota victoria
dialogando
con su miel.
El ojo no cesa de mirar,
espera, la premura del alba
no baja los párpados.
Siente un ave,
al alcance de la mano
y a su vuelo sin regreso.
Me
parece...
Analía
Chamorro
Me parece que he quedado al
descubierto
los ocasos atropellan mi
pasar,
y en la elipsis de unos
pasos que tantean
hojas crípticas,
escucho al destino
queriéndome mirar..
…He querido escuchar aquel silencio
que
desolla tu alma en tu mirar...
intervalo
Los ecos han asociado
las distancias,
entre mares de cúmulos
de ausencia
y están forjándose a
trastienda
en proas trashumantes
en la niebla.
Y el tiempo es un haz
entreverado
su orden, su núcleo,
no se sabe,
sólo viajo al trasluz,
al infinito,
a algún lugar que
campeará la aurora.
Me muevo entre vientos
ocres, pardos,
tornasoles manos
mustias me saludan,
y conspiro al arrebato
de lo eterno...
Vengo y he venido, no me importa,
y el tropel de
la impronta inscribe, plasma
expansivos mares
y silencios.