Pierre
Bourdieu: la lógica de los campos, habitus y capital
La entrevista aparece
en el libro de Pierre Bourdieu y Loic Wacquant llamado Una invitación a la
sociología reflexiva (Buenos Aires, Siglo XXI 2005, páginas 147 a la 173.)
La
noción de campo forma parte, junto con las de habitus y capital, de los
conceptos centrales de su obra, que comprende estudios sobre los campos
artístico y literario, el campo de las grandes escuelas, los campos científico
y religioso, el campo del poder, el campo jurídico, el campo burocrático,
etcétera. Usted utiliza la noción de campo en un sentido muy técnico y preciso
que está, quizás, en parte ocultado por su significación corriente. ¿Podría
decir de dónde viene esta noción (para los norteamericanos evoca, en forma
verosímil, la Field Theory de Kurt Lewin), qué sentido le da usted, y cuáles son sus funciones
teóricas?
Pierre
Bourdieu: -Como no me gustan mucho las definiciones
profesorales, querría comenzar con un breve excursus
sobre su uso. Podría remitir aquí al Métier
du sociologue. Es un libro un poco escolar, pero que contiene sin embargo
principios teóricos y metodológicos que permitirían comprender que una cantidad
de abreviaciones y elipses que quizás se me reprochan son de hecho rechazos conscientes
y elecciones deliberadas. Por ejemplo, el uso de conceptos abiertos es un medio
para romper con el positivismo -pero ésta es una frase hecha. Para ser más
preciso, es un medio permanente para recordar que los conceptos no tienen sino
una definición sistémica y son concebidos para ponerse en práctica
empíricamente de manera sistemática. Nociones tales como habitus, campo y capital pueden definirse, pero solamente
en el interior del sistema teórico que constituyen, nunca en estado aislado.
Dentro de la misma
lógica se me pregunta frecuentemente, en Estados Unidos, por qué no propongo
teoría «de mediano alcance» (middle-range
theory). Pienso que sería en principio una manera de satisfacer una
expectativa positivista, a la manera del ya viejo libro de Berelson y Steiner
(1964) compilación del conjunto de las leyes parciales establecidas por las
ciencias sociales. Como lo mostró Duhem hace mucho tiempo en el plano de la
física, y luego Quine, la ciencia no conoce sino sistemas de leyes. Y lo que es
verdadero con respecto a los conceptos, es verdadero con respecto a las
relaciones. Del mismo modo, si uso mucho más el análisis de correspondencias
que el análisis de regresión múltiple, por ejemplo, es porque es una técnica
relacional de análisis de los datos cuya filosofía corresponde exactamente, a
lo que es, a mi modo de ver, la realidad del mundo social. Es una técnica que
«piensa» términos de relaciones, precisamente yo intento pensar la noción de
campo.
Pensar en términos de campo
es pensar relacionalmente. El modo de pensamiento relacional (antes que
«estructuralista», más estrecho) es, como lo mostró Cassirer en Substance et Fonction, la marca
distintiva de la ciencia moderna, y se podría mostrar que se la encuentra tras
las empresas científicas tan diferentes, en apariencia, como las del formalista
ruso Tynianov, la del psicólogo Kurt Lewin, la de Norbert Elías y las de los
pioneros del estructuralismo en antropología, en lingüística e historia, de
Sapir y Jakobson a Dumézil y Levi-Strauss. (Lewin invoca explícitamente a
Cassirer, como yo, para superar el sustancialismo aristotélico que impregna
espontáneamente el pensamiento del mundo social). Yo podría, deformando la
famosa fórmula de Hegel, decir que lo real es relacional: lo que existe en el
mundo social son relaciones -no interacciones o lazos intersubjetivos entre
agentes sino relaciones objetivas que existen «independientemente de las
conciencias y de las voluntades individuales», como decía Marx.
En términos analíticos,
un campo puede definirse como una trama o configuración de relaciones objetivas
entre posiciones. Esas posiciones se definen objetivamente en su existencia y
en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, agentes o instituciones,
por su situación (situs) actual y
potencial en la estructura de la distribución de las diferentes especies de
poder (o de capital), cuya disposición comanda el acceso a los beneficios
específicos que están en juego en el campo, y, al mismo tiempo, por sus
relaciones objetivas con las otras posiciones (dominación, subordinación,
homología, etcétera).
‘En las sociedades
altamente diferenciadas el cosmos social está constituido por el conjunto de
esos microcosmos sociales relativamente autónomos, espacios de relaciones
objetivas que son el lugar de una lógica y de una necesidad irreductibles a
aquellas que rigen los otros campos. Por ejemplo, el campo artístico, el campo
religioso y el económico obedecen a lógicas diferentes: el campo económico
emergió, históricamente, en tanto que universo en el que, como se dice, «los
negocios son los negocios», business is business, y del que las relaciones de
parentesco, de amistad y de amor están, en principio, excluidas; el campo
artístico, por el contrario, se constituyó en y por el rechazo, o la inversión,
de la ley del provecho material.
-Usted utiliza frecuentemente la imagen del «juego» para dar una primera
intuición de lo que entiende por campo.
-Efectivamente, se
puede comparar el campo con un juego (aunque a diferencia de un juego no sea el
producto de una creación deliberada y no obedezca a reglas, o mejor,
regularidades no explicitadas y codificadas). Tenemos de este modo apuestas que
son, en lo esencial, el producto de la competición entre los jugadores; una
investidura en el juego, illusio (de ludus, juego): los jugadores entran en el
juego se oponen, a veces ferozmente, sólo porque tienen en común el atribuir al
juego y a las apuestas una creencia (doxa), un reconocimiento que escapa al
cuestionamiento (los jugadores aceptan, por el hecho de jugar el juego, y no
por un «contrato», que vale la pena jugar el juego) y esta connivencia está en
el principio de su competición y de sus conflictos. Disponen de triunfos, es
decir de cartas maestras cuya fuerza varía según el juego: del mismo modo que
cambia la fuerza relativa de las cartas según los juegos, la jerarquía de las
diferentes especies de capital (económico, cultural, social, simbólico) varía
en los diferentes campos.
Dicho de otro modo, hay
cartas que son válidas, eficientes en todos los campos -son las especies
fundamentales de capital-, pero su valor relativo en tanto que triunfos varía
según los campos, e incluso según los estados sucesivos de un mismo campo.
Dando por supuesto que, más fundamentalmente, el valor de una especie de
capital -por ejemplo el conocimiento del griego o del cálculo integral- depende
de la existencia de un juego, de un campo en el que ese triunfo puede ser
utilizado: un capital o una especie de capital es aquello que es eficiente en
un campo determinado, como arma y como apuesta de lucha, lo cual permite a su,
portador ejercer un poder, una influencia; por lo tanto, existir en un campo
determinado, en lugar de ser una simple «cantidad despreciable». En el trabajo
empírico el determinar qué es el campo, cuales son los límites, y determinar
qué especies de capital actúan en él, dentro de qué límites ejerce sus efectos,
etcétera, es una misma cosa. (Se ve que las nociones de capital y de campo son estrechamente
interdependientes.)
Es en cada momento el
estado de las relaciones de fuerza entre los jugadores lo que define la
estructura del campo: se puede imaginar que cada jugador tiene delante de sí
pilas de fichas de diferentes colores, correspondientes a las diferentes
especies de capital que posee, de manera tal que su fuerza relativa en el
juego, su posición en el espacio de juego, y también sus estrategias de juego,
lo que se llama en francés su « juego» (jeu), los golpes, más o menos
riesgosos, más o menos prudentes, más o menos subversivos o conservadores que
emprende dependen al mismo tiempo del volumen global de sus fichas y de la
estructura de las pilas de fichas, del volumen global de la estructura de su
capital; pudiendo diferir dos individuos dotados de un capital global más o
menos equivalente tanto en su posición como es sus tomas de posición, en tanto
que uno tiene (relativamente) mucho capital económico y poco capital cultural
(un patrón de una empresa privada, por ejemplo); y el otro tiene mucho capital
cultural y poco capital económico (por ejemplo un profesor).
Más exactamente, las
estrategias de un «jugador» en lo que define su juego dependen de hecho no sólo
del volumen y de la estructura de su capital en el momento considerado y de las
chances en el juego (Huyghens hablaba de lusiones, siempre de ludus para
definir las probabilidades objetivas) que ellas le aseguran, sino también de la
evolución en el tiempo del volumen y la estructura de su capital, es decir de
su trayectoria social y de las disposiciones (habitus) que se constituyeron en
la relación prolongada con una cierta estructura objetiva de chances.
Y esto no es todo: los
jugadores pueden jugar para aumentar o conservar su capital, sus fichas, es decir
conformemente a las reglas tácitas del juego y a las necesidades de la
reproducción del juego y de las apuestas; pero pueden también trabajar para
transformar, parcial o totalmente, las reglas inmanentes del juego, cambiar por
ejemplo el valor relativo de las fichas, la tasa de cambio entre diferentes
especies de capital, por estrategias tendientes a desacreditar la sub-especie
de capital sobre la que reposa la fuerza de sus adversarios (por ejemplo el
capital económico) y a valorizar la especie de capital de la que ellos están
particularmente dotados (por ejemplo el capital jurídico). Numerosas luchas en
el campo del poder son de este tipo: especialmente las que apuntan a apoderarse
de un poder sobre el Estado, es decir sobre los recursos económicos y políticos
que permiten al Estado ejercer un poder sobre todos los juegos y sobre las
reglas que los rigen.
-Esta analogía permite ver el lazo entre los conceptos que usted pone en
juego en su teoría. Pero es necesario ahora retomar de manera más precisa ciertas
cuestiones. En primer lugar, ¿Cómo se determinan la existencia de un campo y
sus fronteras?
-La pregunta acerca de
los límites del campo se formula siempre dentro del campo mismo y, en
consecuencia, no admite una respuesta a priori. Los participantes de un campo,
por ejemplo las empresas económicas, los sastres, los escritores, trabajan
constantemente para diferenciarse de sus rivales más próximos, con el objetivo
de reducir la competencia y establecer un monopolio sobre un sub-sector
particular de campo (habría que corregir esta frase, que sucumbe al «sesgo»
teleológico -aquel que me atribuyen frecuentemente cuando se comprende que hago
de la investigación de la distinción el principio de las prácticas culturales:
todavía un efecto funesto -hay una producción de diferencia que no es en nada
el producto de la investigación de la diferencia; hay mucha gente -pienso por
ejemplo en Flaubert- para la cual existir dentro de un campo es, eo ipso,
diferir, ser diferente, afirmar la diferencia; esta gente estaba frecuentemente
dotada de características que hacían que no debieran estar allí, que debieran
haber sido eliminados de entrada; pero cierro el paréntesis); trabajan también
para excluir del campo una parte de los participantes actuales o potenciales,
especialmente elevando el derecho de entrada, o imponiendo una cierta
definición de la pertenencia: es lo que hacemos, por ejemplo, cuando decimos
que X o Y no es un sociólogo, o un verdadero sociólogo, conforme a las leyes
inscriptas en la ley fundamental del campo tal como nosotros la concebimos. Sus
esfuerzos para imponer y hacer reconocer tal o cual criterio de competencia y
de pertenencia pueden resultar más o menos exitosos, según la coyuntura. De
este modo, las fronteras del campo no pueden determinarse sino por una
investigación empírica. Toman sólo raramente la forma de fronteras jurídicas
(con, por ejemplo, el numerus clausus), incluso si los campos conllevan
«barreras a la entrada», tácitas o institucionalizadas.
A riesgo de parecer que
sacrifico la tautología, diría que se puede concebir un campo como un espacio
en el que se ejerce un efecto de campo, de manera que lo que le ocurre a un
objeto que atraviesa ese campo no puede ser explicado completamente por sus
solas propiedades intrínsecas. Los límites del campo se sitúan en el punto en
el que cesan los efectos de campo. En consecuencia, hay que tratar de medir, en
cada caso, por medios variados, el punto en el que esos efectos
estadísticamente detectables declinan o se anulan en el trabajo de investigación
empírica, la construcción de un campo no se efectúa por un acto de decisión.
Por ejemplo, no creo que el conjunto de las asociaciones culturales (coros,
grupos de teatro, clubes de lectura, etcétera) de tal Estado americano o de tal
departamento francés constituya un campo.
Opuestamente, el trabajo de Jerome
Karabel (1984) sugiere que las principales universidades americanas están
ligadas por relaciones objetivas tales que la estructura de esas relaciones
(materiales o simbólicas) ejerce efectos en el interior de cada una de ellas.
Lo mismo con respecto a los diarios: Michael Schudson (1978) muestra que no es
posible comprender la emergencia de la idea moderna de «objetividad» en el
periodismo, si no se ve que dicha objetividad aparece en diarios cuidadosos de
afirmar su respeto de las normas de respetabilidad, oponiendo las
«informaciones» a las simples «noticias» de los órganos de prensa menos
exigentes. Solamente estudiando cada uno de estos universos puede establecerse
cómo están concretamente constituidos, dónde terminan, qué forma parte de ellos
y qué no, y si constituyen verdaderamente un campo.
-¿Cuáles son los motores del funcionamiento y del cambio del campo?
-El principio de la
dinámica de un campo reside en la configuración particular de su estructura, en
la distancia entre las diferentes fuerzas específicas que se enfrentan en él.
Las fuerzas que son activas en el campo que el analista selecciona de ese hecho
como pertinentes, porque producen las diferencias más importantes, son las que
definen el capital específico. Como he dicho a propósito del juego y de los
triunfos, un capital no existe ni funciona sino en relación a un campo:
confiere un poder sobre el campo, sobre los instrumentos materializados o
incorporados de producción o de reproducción, cuya distribución constituye la
estructura misma del campo; sobre las regularidades y las reglas que definen el
funcionamiento del campo; y sobre los beneficios que en él se engendran.
Campo de fuerzas
actuales y potenciales, el campo es también un campo de luchas por la
conservación o la transformación de la configuración de sus fuerzas. Además, el
campo, en tanto que estructura de relaciones objetivas entre posiciones de
fuerza, sostiene y orienta las estrategias por las cuales los ocupantes de esas
posiciones buscan, individual o colectivamente, salvaguardar o mejorar su
posición e imponer el principio de jerarquización más favorable a sus propios
productos. Dicho de otro modo, las estrategias de los agentes dependen de
suposición en el campo, es decir en la distribución del capital específico, y
de la percepción que tienen del campo, es decir de su punto de vista sobre el
campo en tanto que vista tomada a partir de un punto dentro del campo.
-¿Qué diferencia hay entre un campo y un «aparato» en el sentido de
Althusser o un sistema tal como lo concibe Luhmann, por ejemplo?
-Una diferencia
esencial: en un campo hay luchas, por lo tanto historia. Soy muy hostil a la
noción de aparato que es para mí el caballo de Troya del funcionalismo de lo
peor: un aparato es una máquina infernal, programada para alcanzar ciertos
objetivos. (Ese fantasma del complot, la idea de que una voluntad demoníaca es
responsable de todo lo que sucede en el mundo social, frecuenta el pensamiento
« crítico»). El sistema escolar, el Estado, la Iglesia, los partidos políticos
o los sindicatos no son aparatos, sino campos. En un campo, los agentes y las
instituciones luchan, siguiendo las regularidades y las reglas constitutivas de
ese espacio de juego (y, en ciertas coyunturas, a propósito de esas mismas
reglas), con grados diversos de fuerza y, por lo tanto, con distintas
posibilidades de éxito para apropiarse de los beneficios específicos que están
en juego en el juego. Los que dominan en un campo dado están en posición de
hacerlo funcionar en su provecho, pero deben tener siempre en cuenta la
resistencia, la protesta, las reivindicaciones, las pretensiones, «políticas» o
no, de los dominados.
Ciertamente, en ciertas
condiciones históricas, que deben ser estudiadas de manera empírica, un campo
puede comenzar a funcionar como un aparato. Cuando el dominador logra anular y
aplastar la resistencia y las reacciones del dominado, cuando todos los
movimientos se dirigen exclusivamente desde lo alto hacia lo bajo, la lucha y
la dialéctica constitutivas del campo tienden a desaparecer. Hay historia desde
que la gente se rebela, resiste, reacciona. Las instituciones totalitarias
-asilos, prisiones, campos de concentración- o los Estados dictatoriales son
tentativas de poner fin a la historia. De este modo, los aparatos representan
un caso límite, algo que puede ser considerado como un estado patológico de los
campos, pero es un límite nunca realmente alcanzado, incluso en los regímenes
dichos «totalitarios» más represivos.
En cuanto a la teoría
de los sistemas, es verdadero que encontramos en ella un cierto número de
parecidos superficiales con la teoría de los campos. Se podría fácilmente
retraducir los conceptos de «auto-referencialidad» o de «auto-organización» por
lo que yo coloco bajo la noción de autonomía; en los dos casos, es verdad, el
proceso de diferenciación y de autonomización juega un rol central. Pero las
diferencias entre las dos teorías son sin embargo radicales. En primer lugar,
la noción de campo excluye el funcionalismo y el organicismo: los productos de
un campo dado pueden ser sistemáticos sin ser productos de un sistema, y en
particular de un sistema caracterizado por funciones comunes, una cohesión
interna y una autoregulación -postulados de la teoría de los sistemas que deben
ser rechazados. Si bien es verdad que en el campo literario o en el campo
artístico se pueden tratar las tomas de posición constitutivas de un espacio de
posibles como un sistema, estas tomas de posición posibles forman un sistema de
diferencias, de propiedades distintivas y antagónicas que no se desarrollan
según su propio movimiento interno (como implica el concepto de
autoreferencialidad), sino a través de los conflictos internos al campo de
producción. El campo es el lugar de relaciones de fuerza -y no solamente de
sentido- y de luchas tendientes a transformarlo y, por lo tanto, el lugar de un
cambio permanente. La coherencia que puede observarse en un estado dado del
campo, su aparente orientación hacia una función única (por ejemplo en el caso
de las grandes escuelas de Francia, la reproducción de la estructura del campo
del poder) son el producto del conflicto y de la competencia, y no de una
suerte de autodesarrollo inmanente de la estructura.
Una segunda diferencia
mayor es que un campo no tiene, partes, componentes, cada sub-campo tiene su
propia lógica, sus reglas y regularidades específicas, y cada etapa en la
división de un campo conlleva un verdadero salto cualitativo (como, por
ejemplo, cuando se pasa de un nivel del campo literario en su conjunto al
sub-campo de la novela o del teatro). Todo campo constituye un espacio de juego
potencialmente abierto, cuyos límites son fronteras dinámicas, que son un juego
de luchas en el interior del campo mismo. Un campo es un juego que nadie ha
inventado y que es mucho más fluido y complejo que todos los juegos que puedan
imaginarse. Digo esto para aprehender plenamente todo lo que separa los
conceptos de campo y de sistema, hay que ponerlos en práctica y compararlos a
través de los objetos empíricos que producen.
-Brevemente, ¿cómo debe conducirse el estudio de un campo, y cuáles son
las etapas necesarias en este tipo de análisis?
-Un análisis en
términos de campo implica tres momentos necesarios y conectados entre sí. En
primer lugar, se debe analizar la posición del campo en relación al campo del
poder, donde ocupa una posición dominada. (O, en un lenguaje mucho menos
adecuado: los artistas y los escritores, o más generalmente los intelectuales,
son una «fracción dominada de la clase dominante»). En segundo lugar, se debe
establecer la estructura objetiva de las relaciones entre las posiciones
ocupadas por los agentes o las instituciones que están en competencia en ese
campo. En tercer lugar, se deben analizar los habitus de los agentes, los
diferentes sistemas de disposiciones que han adquirido a través de la
interiorización de un tipo determinado de condiciones sociales y económicas y
que encuentran en una trayectoria definida en el interior del campo considerado
una ocasión más o menos favorable de actualizarse.
El campo de las
posiciones es metodológicamente inseparable del campo de las tomas de posición,
entendido como el sistema estructurado de las prácticas y expresiones de los
agentes. Los dos espacios, el de las posiciones objetivas y el de las tomas de posición,
deben ser analizados juntos y tratados como «dos traducciones de la misma
frase», según la fórmula de Spinoza. Dicho esto, en situación de equilibrio el
espacio de las posiciones tiende a comandar el espacio de las tomas de
posición. Las revoluciones artísticas son el resultado de la transformación de
las relaciones de poder constitutivas del espacio de las posiciones artísticas,
que se vuelve posible por el encuentro de la intención subversiva de una
fracción de los productores con las expectativas de una fracción de su público,
es decir, por una transformación de las relaciones entre el campo intelectual y
el campo del poder (1987g). Lo que es verdadero para el campo artístico vale
también para otros campos. Se puede de este modo observar la misma
correspondencia entre las posiciones en el campo universitario en la víspera de
mayo del 68 y las posiciones tomadas en ocasión de esos acontecimientos, como
lo muestro en Homo academicus, o incluso entre las posiciones estratégicas de
los bancos y empresas en el campo económico y las estrategias que ponen en
práctica en materia de publicidad o de gestión del personal, etcétera.
-Dicho de otro modo, ¿el campo es una mediación capital entre las
condiciones económicas y sociales y las prácticas de quienes forman parte de
él?
-Las determinaciones
que pesan sobre los agentes situados dentro de un campo determinado
(intelectuales, artistas, políticos o industriales de la construcción) no se
ejercen nunca directamente sobre ellos, sino solamente a través de la mediación
específica que constituyen las formas y las fuerzas del campo, es decir luego
de haber sufrido una reestructuración (o si se prefiere, una refracción) que es
más importante cuanto más autónomo es el campo, es decir que es más capaz de
imponer su lógica específica, producto acumulado de una historia particular.
Dicho esto, podemos observar toda una gama de homologías estructurales y
funcionales entre el campo de la filosofía, el campo político, el campo
literario, etc., y la estructura del espacio social: cada uno de ellos tiene
sus dominantes y sus dominados, sus luchas por la conservación o la subversión,
sus mecanismos de reproducción, etc. Pero cada una de estas características
reviste en cada campo una forma específica, irreductible (pudiendo ser definida
una analogía como un parecido en la diferencia). De este modo, las luchas en el
interior del campo filosófico, por ejemplo, están siempre subdeterminadas y
tienden a funcionar en una lógica doble. Tienen implicaciones políticas en
virtud de la homología de las posiciones que se establecen entre tal y tal
escuela filosófica, y tal y tal grupo político o social dentro del espacio
social tomado en su conjunto.
Una tercera propiedad
general de los campos es el hecho de que son sistemas de relaciones
independientes de las poblaciones que definen esas relaciones. Cuando hablo de
campo intelectual, sé muy bien que, dentro de él, voy a encontrar «partículas»
(simulemos por un momento que se trata de un campo físico) que están bajo el
imperio de fuerzas de atracción, de repulsión, etc., como en un campo
magnético. Hablar de campo es acordar la primacía a ese sistema de relaciones
objetivas sobre las partículas. Se podría, retomando la fórmula de un físico
alemán, decir que el individuo es, como el electrón, un Ausgeburt des Felds,
una emanación del campo. Tal o tal intelectual particular, tal o tal artista no
existe en tanto que tal sino porque tiene un campo intelectual o artístico. (Se
puede de este modo resolver la eterna pregunta, cara a los historiadores del
arte, de saber en qué momento se pasa del artesano al artista: pregunta que,
formulada en esos términos, está casi desprovista de sentido ya que esta
transición se hace progresivamente, al mismo tiempo que se constituía un campo
artístico en la cual algo así como un artista podía comenzar a existir).
La noción de campo está
allí para recordar que el verdadero objeto de una ciencia social no es el
individuo, el «autor», incluso si un campo no puede construirse sino a partir
de individuos, ya que la información necesaria para el análisis estadístico
está generalmente ligada a individuos o instituciones singulares. Es el campo
lo que debe estar en el centro de las operaciones de investigación, esto no
implica de ninguna manera que los individuos sean puras «ilusiones», que no
existan. Pero la ciencia los construye como agentes, y no como individuos
biológicos, actores o sujetos; estos agentes se constituyen socialmente como
activos y actuantes en el campo por el hecho de que poseen las cualidades
necesarias para ser eficientes en él, para producir efectos en él. E incluso a
partir del conocimiento del campo en el que están insertos se puede aprehender
mejor aquello que hace a su singularidad, su originalidad, su punto de vista
como posición (dentro de un campo), a partir de la cual se instituye su visión
particular del mundo, y del campo mismo…
-Lo cual se explica por el hecho de que a cada momento hay algo así como
un derecho de entrada que todo campo impone y que define el derecho a
participar, seleccionando así ciertos agentes y no otros…
-La posesión de una
configuración particular de propiedades es lo que legitima el derecho de entrar
en un campo. Uno de los objetivos de la investigación es identificar esas
propiedades activas, esas características eficientes, es decir, esas formas de
capital específico. Estamos así ubicados frente a una especie de círculo
hermenéutico: para construir el campo, hay que identificar las formas de
capital específico que serán eficientes en él, y para construir esas formas de
capital específico, hay que conocer la lógica específica del campo. Es un
vaivén incesante, dentro del proceso de investigación, largo y difícil.
Decir que la estructura
del campo -habrán notado que he construido progresivamente una definición del
concepto- está definida por la distribución de las especies particulares de
capital que son activas en él es decir que, cuando mi conocimiento de las
formas de capital es adecuado, puedo diferenciar todo lo que hay que
diferenciar. Por ejemplo, y allí está uno de los principios que ha guiado mi
trabajo sobre los profesores de universidad, no podemos satisfacernos con un
modelo explicativo que sea incapaz de diferenciar personas, o mejor, posiciones
que la intuición ordinaria del universo particular opone muy fuertemente, y
debemos interrogarnos sobre las variables olvidadas que permitirían
distinguirlos, (paréntesis: la intuición ordinaria es totalmente respetable;
simplemente hay que estar seguro de no hacerla intervenir en el análisis sino
de manera conciente y razonada, y de controlar empíricamente su validez, a
diferencia de esos sociólogos que la utilizan inconcientemente, como cuando
construyen esas especies de tipologías dualistas que critico en el principio de
Homo academicus, tales como «intelectual universal» por oposición a «local»).
Último punto: los
agentes sociales no son «particulares» mecánicamente atraídos y empujados por
fuerzas exteriores. Son más bien portadores de capital y, según su trayectoria
y la posición que ocupan en el campo en virtud de su dotación en capital
(volumen y estructura), tienen propensión a orientarse activamente, ya sea
hacia la conservación de la distribución del capital o hacia la subversión de
dicha distribución. Las cosas no son tan simples, evidentemente, pero pienso que
es una proposición muy general, que vale para el espacio social en su conjunto,
sin embargo no implica que todos los poseedores de un gran capital sean
automáticamente conservadores.
-¿Podría precisar qué
es lo que entiende por la «doble relación oscura» entre el habitus y el campo y
cómo funciona?
-La relación entre el
habitus y el campo es en primer lugar una relación de condicionamiento: el
campo estructura el habitus, que es el producto de la incorporación de la
necesidad inmanente de ese campo o de un conjunto de campos más o menos
concordantes -pudiendo estar las discordancias al principio expresadas bajo la
forma de habitus divididos, hasta destrozados. Pero es también una relación de
conocimiento o de construcción cognitiva: el habitus contribuye a constituir el
campo como mundo significativo, dotado de sentido y de valor, en el cual vale
la pena invertir su energía, de esto se siguen dos cosas: en primer lugar, la
relación de conocimiento depende de la relación de condicionamiento que la
precede y que da forma a las estructuras del habitus; en segundo lugar, la
ciencia social es necesariamente un «conocimiento de un conocimiento» y debe
hacer lugar a una fenomenología sociológicamente fundada sobre la experiencia
primaria del campo.
La existencia humana,
el habitus como social hecho cuerpo, es esa cosa del mundo por la cual hay un
mundo: «el mundo me comprende, pero yo lo comprendo», más o menos esto decía
Pascal. La realidad social existe, por decirlo de algún modo, dos veces, en las
cosas y en los cerebros, en los campos y en los habitus, en el exterior y en el
interior de los agentes. Y, en cuando el habitus entra en relación con un mundo
social del que es producto, es como un pez en el agua y el mundo se le aparece
como obvio. Podría, para que me comprendan, prolongar las palabras de Pascal:
el mundo me comprende, pero yo lo comprendo; es porque él me ha producido,
porque ha producido las categorías que le aplico, que se me aparece como obvio,
evidente. En la relación entre el habitus y el campo, la historia entra en
relación consigo misma: es una verdadera complicidad ontológica que, como
Heidegger y Merleau-Ponty lo sugirieron, une el agente (que no es un sujeto o
una conciencia, ni el simple ejecutante de un rol, o la actualización de una
estructura o de una función) y el mundo social (que no es nunca una simple
cosa, incluso si debe ser construido como tal durante la fase objetivista de la
investigación).
Esta relación de
conocimiento práctico no se establece entre un sujeto y un objeto constituido
como tal y formulado como un problema. Siendo el habitus lo social incorporado,
está «como en su casa» dentro del campo que habita, que percibe inmediatamente
como dotado de sentido a interés. El conocimiento práctico que procura puede
describirse por analogía con la phronèsis aristotélica o, mejor, con la orthè
doxa de la que habla Platón en el Ménon: del mismo modo que la «opinión recta»
«cae sobre lo verdadero», de alguna manera, sin saber cómo ni porqué, la
coincidencia entre las disposiciones y la posición, entre el sentido del juego
y el juego, conduce al agente a hacer lo que tiene que hacer sin proponerlo
explícitamente como un objetivo, de este lado del cálculo e incluso de la
conciencia, de este lado del discurso y de la representación.
-Sustituyendo la relación construida entre el habitus y el campo por la
relación aparente entre el «actor» y la «estructura», lleva el tiempo al
corazón del análisis sociológico y, a contrario, revela las insuficiencias de
la concepción destemporalizada de la acción de las visiones estructuralistas o
racionalistas de la acción.
-La relación entre el
habitus y el campo, concebidos como dos modos de existencia de la historia,
permite fundar una teoría de la temporalidad que rompe simultáneamente con dos
filosofías opuestas: por un lado, la visión metafísica que trata el tiempo como
una realidad en sí, independiente del agente (con la metáfora del río) y, por
el otro, una filosofía de la conciencia. Lejos de ser una condición a priori y
trascendental de la historicidad, el tiempo es aquello que la actividad
práctica produce en el acto mismo por el cual se produce a sí misma. Porque la
práctica es producto de un habitus que es a su vez producto de la incorporación
de las regularidades inmanentes y de las tendencias inmanentes del mundo;
contiene en ella misma una anticipación de esas tendencias y de esas
regularidades, es decir una referencia no thética a un futuro inscripto en la
inmediatez del presente.
El tiempo se engendra
en la efectuación misma del acto (o del pensamiento) como actualización de una
potencialidad que es, por definición, presentificación de un no actual y
despresentificación de un actual, lo mismo que el sentido común describe como
el «paso» del tiempo. La práctica no constituye (salvo excepciones) el futuro
como tal, dentro de un proyecto o un plan armados por un acto de voluntad
conciente y deliberada. La actividad práctica, en la medida en que tiene
sentido, en que es razonable, es decir engendrada por habitus que están
ajustados a las tendencias inmanentes del campo, trasciende el presente
inmediato por la movilización práctica del pasado y la anticipación práctica
del futuro inscripto en el presente en estado de potencialidad objetiva.
El habitus se
temporaliza en el acto mismo a través del cual se realiza porque implica una
referencia práctica al futuro implicado en el pasado del que es producto.
Habría que precisar, afinar y diversificar este análisis, pero quería solamente
hacer entrever cómo la teoría de la prácticaa condensada en las nociones de
campo y de habitus permite desembarazarse de la representación metafísica del
tiempo y de la historia como realidades en sí mismas, exteriores y anteriores a
la práctica, sin abrazar por ello la filosofía de la conciencia, que sostiene
las visiones de la temporalidad que se encuentran en Husserl o en la teoría de
la acción racional.