Pierre
Bourdieu: campo intelectual y proyecto creador
Pierre Félix Bourdieu nació
en 1930 y murió en París en 2002. Los manuales lo presentan como uno de los
principales representantes de la sociología contemporánea. El pensador francés
se graduó en filosofía en 1954, pero a poco andar se inclinó por el oficio de
sociólogo. De comienzos de los sesenta es su primera publicación de peso, se
llamó Los herederos. Los estudiantes y la cultura, cuya autoría compartió
con Jean-Claude Passeron y le permitió adentrarse en un universo sobre el que
volvería a menudo: el sistema educativo y los mecanismos de la “reproducción”.
Entre los trabajos que
dieron a conocer la teoría de Bourdieu en la Argentina se cuentan “Campo intelectual y proyecto creador” (en
Pouillon, Jean y otros, Poblemas del
estructuralismo, México, Siglo XXI, “Teoría y Crítica”, 1967, pp. 135-182,
traducción de Julieta Campos, Gustavo Esteva y Alberto de Ezcurdia) y “Elementos
de una teoría sociológica de la percepción artística” (en Silberman, Alphons y
otros, Sociología del arte, Buenos
Aires, Nueva Visión, “Teoría de la investigación en Ciencias Sociales”,
colección dirigida por José Sazbón, 1971, pp. 43-80, traducción de Violeta
Guyot). Al primero de ellos están dedicados estos apuntes.
“Campo intelectual y
proyecto creador” se abre con un epígrafe tomado de Marcel Proust que
posibilita presentar desde el inicio, a través de una metáfora biológica, la
vida de las ideas de los hombres en los términos de un natural, inevitable y
constante proceso de lucha. La presentación de inmediato deviene en cuestión
epistemológica: la necesidad de encontrar el objeto de estudio propio de la
“sociología de la creación intelectual”. Para contestar apropiadamente,
sostiene el autor, el foco no debe depositarse sobre el autor o sobre la obra,
sino en
El
sistema de relaciones sociales en las cuales se realiza la creación como acto
de comunicación, o, con más precisión, por la posición del creador en la
estructura del campo intelectual.
(ob.
cit., página 135)
Vale la pena detenerse
en el breve párrafo introductorio, puesto que dice mucho. En primer lugar
habría que resaltar el término “relaciones”.
Precisamente, en uno de
los reportajes a Bourdieu contenidos en Una invitación a la
sociología reflexiva (en
Pierre Bourdieu y Loic Wacquant , Buenos Aires, Siglo XXI 2005, páginas 147 a
la 173) el francés sostiene que:
Pensar
en términos de campo es pensar relacionalmente. El modo de pensamiento
relacional (antes que «estructuralista», más estrecho) es, como lo mostró Cassirer
en Substance et Fonction, la marca
distintiva de la ciencia moderna, y se podría mostrar que se la encuentra tras
las empresas científicas tan diferentes, en apariencia, como las del formalista
ruso Tynianov, la del psicólogo Kurt Lewin, la de Norbert Elías y las de los
pioneros del estructuralismo en antropología, en lingüística e historia, de
Sapir y Jakobson a Dumézil y Levi-Strauss. (Lewin invoca explícitamente a
Cassirer, como yo, para superar el sustancialismo aristotélico que impregna
espontáneamente el pensamiento del mundo social.)
Yo
podría, deformando la famosa fórmula de Hegel, decir que lo real es relacional:
lo que existe en el mundo social son relaciones -no interacciones o lazos
intersubjetivos entre agentes sino relaciones objetivas que existen
«independientemente de las conciencias y de las voluntades individuales», como
decía Marx.
La referencia al
filósofo neokantiano Ernst Cassirer orienta la búsqueda: hay una red, por lo
general invisible, que sostiene los en sí.
No hay esencias, sino relaciones. Si en la invocación Cassirer se mezcla con
Claude Lévi-Strauss y con Karl Marx, pues es lícito deducir que Bourdieu está
apelando al concepto en un sentido amplio, heurístico, como guía metodológica
antes que con la pretensión de la precisión teórica.
El término puede llevar
a malos entendidos. Se lee “relaciones” y se interpreta: “estructuralismo”. En
la cita anterior hay otros vocablos para apurar el acercamiento: “estructura”,
“sistema”. Si así fuera, pues la conclusión sería, sin más, que la propuesta de Bourdieu es la de
una sociología estructuralista, a imagen y semejanza de lo ocurrido con la
antropología y la lingüística.
Siguiendo esta línea,
si se repara en que Bourdieu indica que el actor que interviene en un cierto
campo está definido por su “posición” en la “estructura”, puede subrayarse la preeminencia del sistema
de relaciones en la definición de las instancias subjetivas. Más que de
“definición” habría que hablar de “determinación”, dirán los críticos de su
pensamiento.
Como se ha señalado en
muchas oportunidades Bourdieu forjó el concepto de “campo” inspirándose en la
física: campo eléctrico, campo magnético. Pero aun cuando pueda enfatizarse su
naturaleza metafórica, si se trata, en el fondo, en un soporte que “fija” posicionamientos,
¿qué otra cosa puede ser “campo” que otro sinónimo del vocabulario básico del
estructuralismo?
Bourdieu siempre renegó
de tal versión, y como perro mojado que se quita el agua intentó deshacerse de
ella. La noción de habitus le
permite, aunque sea en parte, defenderse de las “acusaciones”. El habitus, como
conjunto de disposiciones y “habilidades”, como decantación de capital
simbólico, como “estructura estructurante”, habilita el juego creativo por
parte de los agentes. De cualquier modo, y volviendo a la cita anterior, si se
lee con atención se concluye que Bourdieu utiliza la palabra “relacional” en un
sentido estratégico, es como si estuviera intentando “defenderse” de la acusación de “estructuralista”,
al que juzga “más estrecho”.
“Relacional” cuadra más
con el epígrafe de Proust: microbios y glóbulos que se devoran entre sí para
darle continuidad a la vida.
Bourdieu describe: un
campo no es una sumatoria de agentes aislados, sino líneas de fuerza que, en un
momento dado del tiempo, se estabilizan en una estructura precisa y confiere a
cada uno de sus “habitantes” una capacidad de movimiento, es decir,
“propiedades de posición”. Siguiendo la metáfora física, cada agente tiene su
masa y, por lo tanto, una fuerza y capacidad de atracción proporcional, un peso
funcional. El conjunto de las relaciones está implícito, late en la
interioridad de agentes que creen (necesitan creer: esto es el arte) que se
mueven libre y creativamente, cuando en realidad son el producto de esas
relaciones son objetivas. Como el crítico del programa de televisión que invita
a un escritor y los dos se ríen irónicamente confrontando el éxito de venta de
su novela de reciente aparición con la bibliográfica despectiva que acaba de
publicar una revista de la carrera de Letras; o el profesor que comenta a sus
estudiantes las razones por las cuales se decidió a incorporar a un joven poeta
a su programa de este año y concluye: “es claro que no fue porque vendiera más
que Cincuenta sombras de Grey…”.
El campo intelectual
está dotado de una “autonomía relativa”, dice Bourdieu, y precisamente por ello
puede ser reclamado como objeto de estudio de la sociología, propiciar una
“autonomización metodológica”. Es un producto de la Modernidad, esa autonomía
es un producto histórico que reconoce
una complejo proceso que en Francia, el caso estudiado por Bourdieu, recién
alcanza su madurez hacia fines del siglo diecinueve.
Durante muchos años, en
la Edad Media, el Renacimiento, la época clásica, los fenómenos artísticos eran
reconocidos como tales y juzgados en su valor por una “instancia de
legitimación exterior”, como la Iglesia, el rey, la Corte, los nobles. El campo
intelectual supone instancias específicas de selección y consagración. Se
interioriza el combate por la legitimidad cultural (qué es literatura y qué no,
qué es buena y qué es mala literatura) en el combate por la apropiación del
capital cultural que el propio campo secreta.
Es obvio que el capital
simbólico, cultural, no es inmediata y mecánicamente “traducible” en capital
económico. Allí están las figuras de los bohemios, los músicos, pintores y
poetas ojerosos y muertos de hambre y de frío mientras componen obras que poco
andar causan conmoción y finalmente ocupan destacados lugares en los museos,
salas de concierto y planes de estudios de conservatorios e institutos
terciarios. Los estereotipos y las leyendas espectacularizan esa “evidencia”.
Mick Jagger, Keith Richards y Brian Jones vivían en una oscura pensión y se turnaban para salir porque tenían un solo
pantalón para los tres, según chismeaban las revistas juveniles a los muchos
fanáticos de los hoy ultramillonarios Rolling Stones.
El ritmo de obtención
de la independencia no fue igual para las diversas artes en Europa. Bourdieu
cita a L .L. Schücking para ilustrar de qué manera el teatro “rompió sus
cadenas” mientras la literatura ni siquiera soñaba con ello.
La diferencia entre las
diferentes artes se reproduce también en el interior de cada una de ellas. Así,
los editores, por ejemplo, reinan en el campo de la literatura en el siglo
dieciocho o los directos son los sujetos dominantes de la producción teatral un
siglo antes. En ese plano también se expresa la lucha por la “independencia”.
Según Bourdieu
Todo
lleva a pensar que la integración de un campo intelectual dotado de una
autonomía relativa es la condición de aparición del intelectual autónomo, que
no conoce ni quiere reconocer más restricciones que las exigencias
constitutivas de su proyecto creador.
(“Campo
intelectual…”, ob. cit., páginas 138 y 139)
La consolidación del
campo intelectual significa que la producción artística comienza ser
considerada como una rama productiva específica, como hay otras. Es el punto de
transformación de la obra artística en mercancía, la irrupción del “mercado” y
un cambio profundo entre el escritor y sus lectores, que ahora se vuelven miles
y se difuminan en el anonimato que posibilita la compra del libro.
Bourdieu cita a Raymond
Williams para polemizar con sus afirmaciones acerca de si la ideología del arte
como “realidad superior”, trascendente y la idea de “genio”, cimentados en el
período romántico y por los simbolistas, debe ser considerada una cosmovisión
compensatoria frente a la amenaza del mundo industrial, el agigantamiento e la
tecnología y la ciencia. Para Bourdieu esas concepciones parecen más destinadas
a fogonear el carácter autónomo antes que como una ficción “reparadora”.
Los postulados de la
corriente de “el arte por el arte” son el síntoma de que el campo intelectual
ya está firme y constituido.
El
alejamiento del público y el rechazo proclamado de las exigencias vulgares que
fomentan el culto de la forma por sí misma, del arte por el arte –acentuación
sin precedente del aspecto más específico y más irreductible del acto de
creación y, por ello afirmación de la especificidad y de la irreductibilidad
del creador- vienen acompañados de un estrechamiento y una intención de las
relaciones entre los miembros de la comunidad artística.
(ob.
cit, página 143)
Para el autor el
analista nunca debe olvidar el carácter autónomo del campo intelectual. Ahora
bien, tal consideración no implica que se olvide su carácter epocal, o sea que
las observaciones que puedan elaborarse “sincrónicamente” -sobre un momento
particular del campo- no pueden concebirse en ninguna circunstancia como
“verdades esenciales, transhistóricas y transculturales”. Por ello en ocasiones
se ha calificado la teoría bourdieuana como “estructuralismo genético”.
Cualquier presión o
influencia que pueda suscitarse desde una esfera exterior es necesariamente
“traducida” por la estructura del campo intelectual. Así ocurre, por ejemplo,
con la clase social a la que pertenece el artista.
Según sostiene
Bourdieu:
El
intelectual está situado histórica y socialmente, en la medida en que forma
parte de un campo intelectual, por referencia al cual su proyecto creador se
define y se integra. (…)
Sus
elecciones intelectuales o artísticas más conscientes están siempre orientadas
por su cultura y su gusto, interiorizaciones de la cultura objetiva de una
sociedad, de una época o de una clase.
(ob.
cit., página 172)
El campo intelectual
toma la forma, para los agentes que a él se integran, de un “inconsciente
cultural”. Por eso, afirma el sociólogo, la obra es una elipse, en tanto y en
cuanto deja implícito mucho más de lo que “dice” y asume. Traza una analogía
con Ferdinand de Saussure para quien el “tesoro de la lengua” es la condición
de posibilidad de todo acto lingüístico individual, libre (habla).
Así como el rayo de luz
se desvía, es refractado cuando pasa de un medio a otro (según un ángulo que la
Ley de Snell posibilita calcula), de igual modo el deseo subjetivo y el
proyecto creador a él asociado debe entenderse en el contexto mayor del campo
intelectual que lo contiene. Ése es el punto de partida que el investigador
debería asumir.
Concluye Bourdieu:
Así,
a condición de tomar por objeto el proyecto creador, como encuentro y ajuste
entre determinismos y una determinación, la sociología de la creación intelectual
y artística puede rebasar la oposición entre una estética interna, que se
impone tratar la obra como un sistema que lleva en sí mismo su razón y su razón
de ser, que define en sí mismo, en su coherencia, los principios y las normas
de su desciframiento y una estética externa que, muy a menudo al precio de una
alteración reductora, se esfuerza en poner la obra en relación con las
condiciones económicas, sociales y culturales de la creación artística.
(ob.
cit., página 182)
En el marco del debate
acerca de estructuras, posiciones y determinaciones, casi parece un chiste que,
en la compilación donde se conoció “Campo intelectual y proyecto creador”,
antes del ensayo de Bourdieu aparezca uno de otro francés, Pierre Macherey,
titulado: “El análisis literario, tumba de las estructuras”.
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