Polifonía, intertextualidad y contaminación de voces
Desde hace unas tres décadas los estudios sobre aquello que aquí se
denomina polifonía e intertextualidad ocupan un lugar destacado en los estudios
lingüísticos y literarios. En el caso de la lingüística su origen puede
rastrearse incluso más atrás, en relación a la llamada teoría de la enunciación
que en su desarrollo colocó como procedimiento básico de la constitución de un
enunciado el análisis de los modos
diversos en que esa unidad se nutre parcialmente de otras que le son similares,
las cuales aparecen en el enunciado citante de manera directa o más alusiva
(implícita).
Esta perspectiva desarrollada por diversas vertientes de los estudios
lingüísticos contemporáneos rechazan de plano aquella idea de Ferdinand de
Saussure contenida en su noción de “habla”, es decir un sitio donde el sujeto
es libre, activo, y puede hacer uso del sistema de la lengua según le venga en
gana. Como si fuera concebible un “lugar” en el cual el individuo puede
apartarse de la “masa hablante” y de las leyes generales que el código
lingüístico impone; la concreción, en fin, de una suerte de utopía
racionalista-positivista.
Con anterioridad a la “lingüística de segunda generación” (expresión
utilizada por Émile Benveniste para describir a los estudios centrados en el
aparato formal de la enunciación y el discurso) y la pragmática, se pueden
rastrear otras diversas fuentes en la historia de la filosofía donde la crítica
a la figura de un sujeto único, indivisible, atacó extensivamente la
certidumbre de que los actos de lenguaje que él realiza constituyen una muestra
segura e indubitable de su pensamiento y su conciencia; es decir las
“garantías”, en última instancia, de su “propiedad” exclusiva sobre ellos.
En este sentido una figura de referencia fue Friedrich Wilhelm Nietzsche
(Alemania, 1844-1900). En diferentes ensayos, el autor de El anticristo caracterizó al sujeto como una “ficción”, a través de
la cual se ha fundado la ilusión de que, detrás o por debajo, de los muchos
“estratos constitutivos” es posible advertir un sustrato común, una “esencia” u
“origen”.
Las distinciones entre sujeto, objeto y
atributo son, entonces, invenciones que se imponen de forma esquemática sobre
hechos manifiestos. La observación fundamentalmente falsa es aquella según la
cual es uno mismo el que hace algo, el que sufre, el que posee algo, el que
tiene una cualidad determinada
(La voluntad de poder. Ensayo de una
transmutación de todos los valores, Barcelona, Península, 1973),
escribió Nietzsche
Sin estar necesariamente incluidos dentro de un sistema filosófico tan
vasto y complejo como el nietzschiano, se puede constatar en la actualidad una
suerte de sentido común -o “estado de la cuestión”- que atraviesa la
sociología, la antropología, la semiótica e incluye al pensamiento filosófico,
que es aquél que, con diferentes formulaciones, sostiene que el lenguaje es un
fenómeno esencialmente social (no en el sentido abstracto e hipotético que le
da Saussure), y por ello polifónico,
un espacio virtual de convergencia de la voz de todos, pleno de contaminaciones
y mezcla de “voces”. Y la prueba de una naturaleza tal la constituye la simple
evidencia de que esas palabras que en este momento salen de la boca de
cualquiera u otro cualquiera escribe sobre un papel han sido pronunciadas y
escritas con anterioridad por millones de hablantes de la lengua, en los más
diversos contextos sociales e individuales, con intencionalidades y funciones
también diversas. Por lo tanto, necesaria y lógicamente, cada vez que tomamos
contacto con algún término, ordenamiento sintáctico o esquema genérico, lo
sepamos o no, cada hablante o escribiente pasa a ocupar un lugar en un diálogo
infinito que es el de su especie a lo largo del tiempo (y que, por supuesto, ha
sedimentado hacia la actualidad hacia el marco general de las lenguas
nacionales, “locales” o sectoriales que en cada situación habría que analizar).
¿Acaso alguien puede reclamar propiedad u originalidad alguna sobre el
“buen día” con que se saluda al vecino, el “de nuestra mayor consideración” con
que escribe la primera carta de hoy en la oficina, el modo en que se enfatiza
“Había una vez…” para llamar la atención del chico al que se le va a leer el
cuento que exigió para dormirse, el “Amén” antes de persignarse el domingo por
la mañana en la iglesia o el emotivo y exaltado “Compañeros” con que un
muchacho da inicio la asamblea estudiantil en el interior de la facultad…?
Sujeto empírico, locutor,
enunciador
En medio de sus múltiples proyecciones actuales, se puede a modo de
paradoja subrayar que el término polifonía es ya, en sí mismo, polifónico. Puesto, entonces, que remite
a asociaciones diversas vale la pena -o no queda más remedio que- comenzar
repasando su definición más tradicional, aquella que pertenece al campo de la
lingüística.
De acuerdo con el lingüista francés nacido en 1930 Oswald Ducrot (en Problemas de lingüística y enunciación,
Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras -UBA-, Serie “Cursos y
conferencias”/5, 1985) hay una concepción tradicional de la semántica verbal
que descansa sobre un par de tesis básicas que no siempre se explicitan. Esos
presupuestos son:
1)- la linealidad
del sentido, y
2)- la unicidad
del sujeto hablante,
y alimentan una tradición que
puede encontrarse de manera fuerte en Europa y hasta fines del siglo XIX.
La idea simple que subyace a esta concepción es que todo enunciado
expresa un pensamiento. Según historia
Ducrot, la noción se encuentra en la siempre muy citada gramática “general y
razonada” de Port Royal (escrita por Claude
Lancelot en colaboración con Antoine Arnauld hacia 1660) y en casi todos los lingüistas europeos de la
época que empiezan a poder ser calificados de tales. Si el enunciado expresa un
pensamiento, en consecuencia, el acto de la comprensión consiste en poder
determinar con claridad cuál es ese pensamiento (contenido) expresado. Por esta
vía, debería definirse pensamiento en los términos y las proporciones de la
reacción del sujeto frente a la representación de la realidad por él concebida.
Así, todo “hecho” lingüístico debe ser considerado como la mixtura de
dos fuerzas, una objetiva y otra subjetiva, como ya lo había notado el pensador
René Descartes en las formas de la voluntad y el entendimiento, y que -indica
Ducrot- todavía pueden encontrarse, aunque con las transformaciones del caso,
en la teoría contemporánea de los actos de habla de John Searle y John Austin.
De tal modo Ducrot propone distinguir entre
1-
dictum (representación), y
2-
modus (voluntad),
es decir, entre un cierto contenido de información que transporta el
enunciado y un punto de vista valorativo que envuelve y presenta dicho
contenido. La consideración de estas dos fuerzas lleva necesariamente a
descartar la posibilidad de concebir al sentido como una linealidad.
En relación al otro punto, la llamada enfáticamente “unicidad del sujeto
hablante”, la pregunta primera es qué se entiende exactamente por tal, dado que
la figuración atenaza diversos atributos y predicaciones. En primer lugar el
sujeto hablante o locutor es quien lleva a cabo cierta acción psíquica y fisiológica
(uso de la voz, actividad de la mano) que conlleva la producción material de un
enunciado. En segundo lugar ese sujeto hablante es el constituido por el
enunciado a través de ciertos signos específicos, como la marca gramatical de
la primera persona (“yo”). En tercer lugar el locutor o sujeto hablante es el
origen y el “dueño” del punto de vista sobre el contenido representacional que
queda expresado en el enunciado.
En varios de sus Ensayos de
lingüística general (México, Siglo XXI, 1979; en particular el artículo
llamado “El aparato formal de la enunciación”, volumen 2, pp. 82-91), Émile Benveniste (Alepo,
Siria, 1902-Francia, 1976) ha descripto el modo en que la subjetividad
cobre forma en el lenguaje. De acuerdo con su reflexión, el hablante se apropia del código de la lengua
y a través de esa apropiación se constituye como sujeto, como “yo”, y ordena el
tiempo y el espacio y ubica a su interlocutor. “Es yo quien dice yo”, reza la
célebre frase de Benveniste (foto). Ducrot describe de qué manera y hasta qué punto
ese “sujeto” se expresa a partir y a través de otras “voces”.
Resulta evidente que cuando se toman ejemplos lingüísticos sencillos,
propios de la vida cotidiana, las tres predicaciones anteriores se yuxtaponen,
o al menos semejan hacerlo, en una misma “persona” (entidad), pero también es
fácil advertir que basta considerar algunos casos igual de habituales para ver
cómo el esquema del análisis de inmediato se complejiza.
Ducrot brinda el ejemplo de alguien que insulta a otro y ese segundo
contesta: “Ah, soy un imbécil. Bueno ya vas a ver”, para indicar que la primera
oración ya supone una complejización en cuanto a su pertenencia y a la
costumbre habitual con que se toman “las palabras de otro” para construir un
enunciado propio y darle respuesta.
Siguiendo el análisis ducrotiano, de lo que se trata es de “distinguir
tres nociones habitualmente confundidas en la de ‘sujeto hablante’:
1- sujeto
empírico,
2- locutor,
y
3- enunciador”.
● El “sujeto empírico” es aquel que efectivamente ha dicho o redactado
de manera “material” el enunciado, y que en muchas ocasiones es bien difícil de
determinar (basta al respecto pensar en el impactante titular de un diario). La
idea de que hay un ‘sentido del enunciado’ libera, de alguna manera, de la
problemática del sujeto empírico.
● El locutor es aquel que, dado el sentido mismo del enunciado, aparece
como el responsable de la enunciación. Queda claro que la distinción que se
establece entre sujeto empírico y locutor se proyecta de manera paralela en la
distinción receptor y alocutario.
● El enunciatario es aquel a quien, en un determinado momento del
desarrollo del enunciado y con alguna intención, el locutor cita, le “cede”
momentáneamente la palabra. Este enunciatario, o “locutor segundo”, arrastra
sus propias marcas de enunciación y la direccionalidad hacia su propia
destinatario, contexto lingúístico que será más o menos visible si se lo
introduce de manera directa, indirecta o como mera alusión, dependerá de la
extensión de la cita, etcétera.
A (sujeto empírico) trabaja en las oficinas de una empresa que vende
electrodomésticos y debe enviar una carta a B (receptor “real”, quien tiene un
nombre y apellido, un número de documento y un domicilio particular) para
recordarle que adeuda dos cuotas del pago de su heladera. Acción que repetirá
más tarde con una docena de clientes. Como es nuevo en el empleo, para no
equivocarse copia una carta modelo que tiene pegada en la pared sobre el
monitor de su computadora, y que comienza: “De nuestra mayor consideración: Por
medio de la presente le recordamos que debe usted…”. Es claro que ese
“nosotros” (la empresa) es un sujeto discursivo (locutor) diferente de quien
efectivamente escribe, quien tampoco ha “elegido” el registro en el que redacta
(formal, informativo, lleno de fórmulas burocráticas) y que esa carta no está
dirigida hacia una cierta persona individual, sino hacia otra figura creada por
el propio discurso (alocutario), y que el “usted” resulta aquí una fórmula
apelativa general de cortesía que se repetirá infinitamente sin corresponde con
un “usted” particular.
En el interior de un enunciado, el locutor (1) puede reproducir, de
manera directa o no, los dichos de otro locutor (2), que se verá, pues,
convertido en enunciatario, y cuya palabra quedará subordinada al contexto
tramado por ese locutor primero. En una página escrita por Julio Verne puede
leerse:
El globo se cernió por encima de las islas, a
bastante distancia, como un escarabajo gigantesco. En aquel momento, Joe miraba
el horizonte y volviéndose a Kennedy le dijo:
-Ahora sí, señor Dick, que vais a hacer un buen
negocio.
(Cinco
semanas en globo, Barcelona, Eurolíber, “Biblioteca juvenil”, pág. 140)
Es claro que el fragmento remite al escritor Verne como sujeto empírico
y que sobre sus lectores reales poco se puede saber dado que se cuentan por
millones desparramados por todo el planeta y a lo largo de más de un siglo. El
locutor esté configurado como un típico narrador en tercera persona
heterodiegético, omnisciente, que en las líneas citadas adopta el punto de
vista general de los personajes que se elevan (es decir, los artificios de la novela le permiten
“mirar” Oceanía desde un lugar que Verne en carne y hueso jamás ocupó). Tal
locutor imagina un alocutario al que se dirige y en función del cual traza
ciertas estrategias (el desfile de objetos y geografías exóticas, los peligros
que corren los protagonistas, retardamientos o aceleraciones en la historia con
fines de énfasis semántico, misterios que deben resolverse, efectos de
suspenso) para entusiasmarlo y convocarlo a que no abandone la lectura hasta el
final. En un cierto momento, el narrador le da la palabra a uno de los
personajes -en este caso Joe- que se convierte en enunciador y genera un
enunciado propio (cuyas marcas lingüísticas, sus límites, son el verbo
introductorio “decir”, los dos puntos y el guión de diálogo) dirigido a un
enunciatario (Dick). Es evidente que el ida y vuelta comunicativo entre Joe y
Dick está subordinado a la acción lingüística del narrador y, en general, al
marco genérico mayor de la novela; una dominancia que se extenderá a la palabra
de todos las conversaciones que los personajes entablen a lo largo del relato.
En su texto, Ducrot proporciona al respecto un ejemplo clásico de la
literatura francesa, la comedia de Moliére Las
mujeres sabias (o Las sabihondas).
Explica:
En esta escena tenemos un personaje
llamado Chrysale, que tiene la desgracia
de estar casado con una mujer llamada Philamente, sumamente autoritaria, a
quien tiene mucho miedo. Por otro lado tiene una hermana, Bélise, a quien teme
menos, pero que sostiene las mismas ideas de Philamente. Es decir, Chrysale
quiere reprochar lo mismo a Philamente y a Bélise, pero a Bélise no le teme,
mientras que a Philamente sí. En la escena en cuestión, Chrysale indica todo lo
que a su juicio no es correcto en la forma de pensar y de actuar de las
mujeres. Pero tiene la precaución de dirigir siempre sus reproches a Bélise.
Cada tanto, Philamente, que comprende claramente que esos reproches le
conciernen también a ella, trata de intervenir. En esos momentos Chrysale se
vuelve hacia Bélise y dice: Pues es a
vos, hermana, a quien se dirigen mis palabras.
Al hacer esto, Chrysale instituye en su discurso mismo a Bélise como
alocutario y tiene el cuidado de que Philamente sea únicamente su oyente. El
juego de los alocutarios, pues, está en su propio discurso y en él se
constituye con una determinada (y dinámica, cambiante) estrategia.
La referencia a la obra de Móliere es oportuna, puesto que permite aquí
enfatizar que esos artificios que el lenguaje alimenta a partir de la no
coincidencia en uno de sujeto empírico, locutor y enunciador, se van a ver
potenciados y explotados con una finalidad estética en el interior de la
literatura (y del arte en general).
Escritor, narrador, centro de
perspectiva
En Figuras III (Barcelona,
Lumen, 1989), Gerard Genette (Francia, 1930) distingue entre escritor y narrador. El
escritor es aquel que produce un poema, un cuento o una novela; Julio Cortázar,
ciudadano argentino que viviendo en Francia hacia los años sesenta escribió un
relato novedoso llamado Rayuela que
vendió miles de ejemplares y lo hizo famoso. El narrador es una determinación
interior a la literatura; esa particular perspectiva elegida por Cortázar para
“contar de un cierto modo” las aventuras y reflexiones de la Maga y sus compañeros, y
organizar los materiales diversos que convergen en Rayuela.
Genette asevera que uno y otro pueden distinguirse por una diferente
“actitud psicológica”. El escritor imagina los acontecimientos, mientas que el
narrador los cuenta sin haberlos creado. Hay finalmente una distinción fuerte
entre uno y otro que puede detectarse en el uso de los verbos. El presente, el
pasado y el futuro de la narración no pueden “medirse” en relación a la
actualidad del escritor o el momento en que escribió su obra. Los tiempos
gramaticales que vertebran una narración ponen en relación el tiempo del
narrador con el de los acontecimientos, pero no con el “tiempo” del escritor.
Por otra parte, Genette dice que el narrador es quien habla en un
relato, pero puede coincidir o no con el “centro de perspectiva” (o “punto de
focalización”) dado por el que ve los hechos.
Después de citar la dualidad marcada por Genette, Ducrot concluye
acentuando el paralelismo:
En síntesis, el locutor es un ser ficticio como
el narrador de Genette, al que se le atribuye la responsabilidad de la
narración, que puede ser totalmente diferente del sujeto empírico y puede ser
múltiple aunque el sujeto empírico sea único.
A continuación, y trazando otro comparación, Ducrot (foto) explica que la
semántica establece una distinción entre locutor y enunciador, análoga a la que
Genette traza entre narrador y “punto de focalización”.
El lingüista galo toma para explicar su afirmación otro ejemplo
literario:
(Al comienzo de La educación sentimental) Flaubert narra la partida de un barco que
se dirige a París remontando el Sena. Flaubert comienza por describir todo lo
que ocurre en el momento de la partida del barco, toda la actividad que hay en
el muelle. Luego de esta descripción hay uno o dos enunciados en tres líneas de
texto: Finalmente el barco partió y las
dos riberas huyeron como dos cintas al desenrollarse.
En la primera parte del enunciado aparece un
“finalmente” que no contiene sólo una indicación cronológica. Es obvio que
antes de que el barco parta tiene que haber terminado la actividad previa a la
partida. Debemos pensar que ese finalmente
marca además un cierto sentimiento de alivio. Es el mismo finalmente que decimos después de esperar el ómnibus durante un
largo rato.
El problema es el siguiente: ¿quién experimenta
esta sensación de alivio en el momento en que parte el barco? No es ciertamente
el narrador. A menos que supongamos que está muy cansado de describir la
actividad previa a la partida. El narrador hace aparecer a alguien que se
alivia en ese momento de la partida. Hace aparecer el punto de vista de alguien
que siente alivio.
Por otra parte (…) a medida que el barco avanza
(las dos riberas) empiezan a verse “como dos cintas al desenrollarse”. De modo que el punto de vista presentado en
este enunciado tiene que ser el de alguien que está en la popa.
En efecto, todo esto se confirma si seguimos
leyendo el texto, pues inmediatamente después aparece un personaje, Frederick,
que está situado precisamente en la popa del barco, mirando hacia el oeste, y
tiene alguna razón para sentirse aliviado por la partida.
Más allá del ejemplo literario Ducrot sintetiza:
Cuando se formula un enunciado se presentan distintas hablas y se atribuyen
distintas enunciaciones a distintos sujetos. Debemos distinguir entre el sujeto
responsable d las palabras y los enunciadores que expresan los distintos puntos
de vista.
Las gramáticas suelen encuadrar las formas de aparición de la palabra
citada dentro de este cuadro de posibilidades:
1)- Estilo
(o discurso) directo: la reproducción literal de las palabras propias o
ajenas, uso de marcadores lingüísticos que posibilitan distinguir claramente el
discurso citante del discurso citado (verbo introductoria, dos puntos,
comillas, raya de diálogo).
Mi hermano me dijo al salir “¡Suerte en el examen!”.
2)- Estilo
(o discurso indirecto: la traducción de las marcas enunciativas (deícticas)
del discurso citado hacia el discurso citante. Por lo tanto, se borran los
marcadores lingüísticos que posibilitan distinguir claramente el discurso
citante del discurso citado aunque permanece el verbo introductoria como señal.
Mi hermano me deseó al salir suerte en el examen.
3)- Estilo
(o discurso) indirecto libre. En el medio de los dos anteriores y de
frecuente uso literario, se alimenta de la ambigüedad comunicativa de no poder
decidir con claridad si el contenido expresado pertenece al punto de vista del
locutor (narrador) o de un personaje.
Se tocó el bolsillo. ¿Y el guante? Estaba seguro de que el destino había
querido que se lo dejara junto al cadáver para que se hiciera justicia
Concepción Maldonado (en “Discurso directo y discurso indirecto”, en Bosque, Ignacio y Violeta Demonte, Gramática
descriptiva de la lengua española, 3, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, pp. 3548-3595; también en Discurso directo y discurso indirecto,
Madrid, Taurus, 1991) suma algunas otras variantes, como:
4)- Estilo
(o discurso) directo libre. Se introduce el discurso citado pero sin que
ninguna marca posibilite distinguir claramente el discurso citante del discurso
citado: es de uso frecuente en la literatura contemporánea.
5)- Estilo
(o discurso) pseudo-directo. Herramienta habitual del discurso periodístico
y de los manuales introductorios a alguna temática, se designa con este nombre
al resumen de un texto a partir de la intercalación del discurso indirecto más
otros fragmentos de estilo directo.
6)- Estilo
(o discurso) indirecto mimético. La cita en estilo indirecto formas
agramaticales u otras del tipo de las onomatopeyas o interjecciones.
Quizás puede agregarse aquí que la mezcla de voces no remite únicamente
a los “sujetos que dicen” y puede ser detectada en muchos otros planos. Por
ejemplo, si se encuentra el titular de un periódico deportivo que, para
referirse de manera graciosa al abultado resultado con que un equipo de fútbol
venció a otro, dice
A sometió a una inflación de
goles a B,
Allí el fenómeno polifónico se establece a partir de la contaminación de
dos registros diferentes. Es como si se hubiera cortado un sustantivo de la sección de economía y se lo
hubiera pegado en la de deportes para generar un cierto efecto semántico. Se
trata de una muestra de ruptura isotópica. Lo mismo ocurriría si el traslado de
las palabras se diera en un sentido inverso, y en las páginas destinadas a la
economía se pudiera leer
El Merval viene perdiendo por goleada,
Aun cuando se debe aclarar que no se trata exclusivamente de una
cuestión morfológica y que podría ser considerada en los otros niveles
gramaticales.
En 1922, en el poema V de Trilce,
César Vallejo (Perú, 1892-París, 1938) escribió:
Grupo dicotiledón.
Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad (…)
desde él petreles, propensiones de trinidad (…)
Ah grupo
bicardíaco.
Y en el XII:
Chasquido de moscón
que muere
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
La irrupción desafiante del discurso científico en el interior de la
lírica, es una poderosa forma de contaminación lingüística que las vanguardias
utilizaron como recurso habitual para redefinir la naturaleza misma de la
poesía, los límites de la literatura y la categoría tradicional de lo “bello”
asociada a la cuestión estética.
Las muy diferentes maneras que pueden de la alusión, la burla, la
parodia, la ironía -tanto en los enunciados de la vida cotidiana como en las
obras literarias- hacen que todo lista que se intente termine confesándose como
incompleto.
La polifonía, en conclusión, puede estudiarse en planos y énfasis
diversos que en muchos casos “están allí” y nutren la complejidad del sentido
aunque no en la superficie inmediata que recoge el oído o la mirada. La
polifonía dictamina que la pureza lingüística no existe.
De acuerdo a las aseveraciones de Mijail Bajtín en su polémica con la
gramática tradicional y su modo de considerar este problema, enfrentamiento que
en el fondo encierra perspectivas ideológicas contrarias:
Naturalmente, no todas las palabras ajenas
transmitidas podrían ser introducidas –en caso de ser escritas- entre comillas.
Un grado de aislamiento y de pureza de la palabra ajena que, en el habla
escrita, precise comillas (según la intención del mismo hablante, de cómo
determine él mismo ese grado), no es nada frecuente en el habla corriente.
El modelamiento del discurso sintáctico
transmitido, no se agora en ningún caso con los clichés gramaticales del
discurso directo e indirecto: los procedimientos para su introducción, su
modelización y matización son muy variados. Eso es necesario tenerlo en cuenta
para hacer una valoración justa de nuestra afirmación en cuanto a que no menos
de la mitad de todas las palabras pronunciadas en la vida de cada día son de
otro.
(Apartado “Capítulo II. La palabra en la poesía
y la novela”, en Teoría y estética de la
novela, Madrid, Taurus, “Humanidades”, 1989, pág. 156)
¿Menos de la mitad?, podría preguntarse alguien que quisiera seguir la
retórica de la contabilidad. ¿Por qué no todas?
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