¿Franz
Kafka o Thomas Mann? ¿Bertolt Brecht o Georg Lukács?
En el ensayo “¿Franz
Kafka o Thomas Mann?” (compilado en Significación actual de realismo crítico, México, Era,
1984, pp. 58-112) Georg Lukács comienza su texto resaltando como parte esencial
de su búsqueda teórica
(…)
describir y analizar con pormenor las bases ideológicas y las tendencias
principales del artístico-formales del movimiento antirrealista de nuestro
tiempo, porque solamente así podíamos llegar a caracterizar ese medio en el
cual puede desarrollarse hoy una literatura ‘literaria’ del mundo burgués.
(“¿Franz
Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., página 58)
Es decir que
conscientemente integra sus estudios sobre arte y literatura en el contexto
mayor de un debate filosófico-político. Sus argumentos tienen por destinatarios
naturales a los intelectuales y versan sobre tópicos a los que el pensador
húngaro -en medio de la llamada “Guerra Fría”- califica de urgentes.
Es posible, pues, encontrar
en él una línea de continuidad con muchas de las afirmaciones que nutrieron la
obra de Lukács desde muchos años atrás. Antes de la guerra, dos décadas antes
de que se publicara en su original alemán este Significación actual del realismo crítico, en 1958, Lukács
desarrolló una bien jugosa polémica con otra destacada figura del pensamiento
marxista: el dramaturgo alemán Bertolt Brecht.
Das
Wort era una publicación sobre literatura que contaba, al
parecer, con una limitada financiación estatal soviética, y era editado en
Moscú por un grupo de exiliados. En su entrega número seis comienza el cruce
entre Lukács y Brecht. La “pelea” también envuelve en parte a otra figura
importante, Ernst Bloch; en su totalidad excede, por supuesto, los límites de
este breve escrito que focaliza exclusivamente sobre las razones del autor de Historia y conciencia de clase.
La corriente
expresionista contaba en esa época ya con un desarrollo considerable en
diversas artes, y no sólo en Alemania sino también en buena parte de la Europa
central. El comité de redacción de Das
Wort (La Palabra) decidió que era
una buena oportunidad para dedicarle una de sus entregas a “inspeccionar” el
expresionismo, que se ofrecía a la vez como novedad mientras contaba ya con una
robustez madura. Fue elegido para abrir
el fuego; Brecht y Bloch colaboraron.
“Se trata del realismo” es el título del artículo
que firma Lukács. La exposición se inicia con una suerte de tipología binaria
que enfrenta las características de la “literatura clásica”, por un lado, y la
“literatura moderna”, por el otro; obviamente la escuela expresionista integra
el segundo grupo.
Pero el argumento
central de Lukács argumenta que habría que evitar colocar sin más una etapa después de la otra lo que obliga a
continuación, a percibir la historia del arte literario como una secuencia
lineal. Y lo que es más importante: sugiriendo la idea de una evolución
superadora. Se trataría de una manera infantil de concebir la síntesis crítica
como una suerte de “superación” de los anterior por lo posterior, como si los
movimientos estéticos se asemejaran a los seres biológicos. Aceptada la
teleología, cubismo, surrealismo y expresionismo serían formas superiores al
naturalismo e impresionismo. De acuerdo con Lukács, la grave dificultad de
tales clasificaciones es que, en el fondo, pretenden hacer desparecer al
realismo.
La prueba de que estas
consideraciones que apartan a las obras realistas como “cosa superada” es la
baja dedicación que por entonces se dedicaría a la narrativa que se inscribe en
esa opción estética. Así ocurriría, dice Lukács, con grandes escritores como
Máximo Gorki o Thomas Mann. Para poder juzgar la justeza o el carácter sesgado
de su opinión habría que reconstruir la vida cultural de aquellos años; desde
hoy resulta difícil de mensurar.
Para Lukács esa visión
de una “historia evolutiva del arte”, que identifica a la actual siempre como
“etapa superior” estaría presente en los escritos de Bloch; y alimenta el juicio de que las
vanguardias artísticas encarnarían de manera decidida la “denuncia” del funcionamiento
del capitalismo. Para Lukács es una afirmación superficial, una mirada parcial.
En el expresionismo,
como en el conjunto de las vanguardias, la relación de la obra con la realidad
no ofrece cuestionamiento; Lukács dice que “la superficie del capitalismo se ve,
como consecuencia de la estructura objetiva del sistema, desgarrada”, y las
obras del expresionismo se “acomodan” a su inercia, reproducen de este modo la
ceguera propia de la enajenación. En el sentido contrario, sostiene, las piezas
realistas se preocupan por representar la realidad, “tal como ésta se
constituye”. Escarbar lleva a toparse, en lo profundo, con la totalidad de lo
existente.
Siguiendo la línea de
artículos como “¿Narrar o describir?” Lukács insiste en que el naturalismo que reproduce la “apariencia” de
la realidad, y abandona en consecuencia el impulso que lleva al “gran arte” a
la reconstrucción artística de la totalidad social. Precisamente esa totalidad
que el modo de producción capitalista rompe y vuelve discontinua, aunque sus
formulaciones ideológicas intenten disfrazarlo.
Bloch había dedicado
sus análisis al Ulysses de James
Joyce. En la novela subrayó un paralelo entre la forma particular elegida por
el autor de Dublineses y la experiencia de los hombres en el capitalismo
contemporáneo. Habría, para Bloch, una “correspondencia” entre la
discontinuidad que impone el acentuado monólogo narrativo interior, la
“corriente de la conciencia”, y el estado de la conciencia de los seres humanos
bajo el capitalismo imperialista. Según Lukács, Bloch no dedicaba un renglón a contemplar
las causas, las raíces que explican, en definitiva, la construcción de esa
imagen desgarrada.
El crítico no debería
perderse en el juego de prestidigitación entre presencia y esencia. En otras
palabras,
El
arte vanguardista, orientado artísticamente hacia la disolución del objeto,
hacia la nada, está en trance de perder esa mágica fuerza de sugestión que, de
la pérdida de la realidad, de la nada, parecía hacer surgir una objetividad con
posibilidades de vida.
(“¿Franz
Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., página 58)
Por otra parte, el
húngaro se empeña en la crítica a los acercamientos del formalismo a la obra de
arte. Los formalistas se identificarían con la mera descripción de los dispositivos
creativos y el escamoteo de toda referencia a la realidad. Bertolt Brecht está
enmarcado en esta variante crítica.
De acuerdo con Lukács,
el valor de la literatura realista radica en su señalamiento acerca de dónde y
cómo “los fragmentos encajan en el complejo total de la vida”. Además, en su
interrogación constante acerca de su origen y hacia dónde va la vida social y
cultural bajo el dominio de las leyes del capitalismo.
Para Lukács, corrientes
como el naturalismo, aunque también podrían mencionarse otros ejemplos, ofrecen
una especie de fingimiento de totalidad; son totalidades superficiales,
fugaces, pobres, incompletas. La otra cara de aquellas manifestaciones que
encuentran la totalidad “más allá”, no en la vida social, material, sino en un
supuesto nivel de la trascendencia, un credo “idealista”.
El estudioso del arte no debería dejarse engañar por las
impresiones rápidas o apresuradas. Finalmente,
Los
límites que separan ambas tendencias (la realista y la antirrealista) se tornan
a menudo borrosas, principalmente porque es inevitable cierto grado de realismo
en toda obra literaria. La vieja verdad de que el realismo no es un estilo
entre otros muchos sino que está en la base de toda literatura, y de que sólo
pueden surgir estilos dentro de su campo o en determinadas relaciones con él
(aun cuando sean de hostilidad) resulta verdad también aquí.
(“¿Franz
Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., páginas 59 y 60)
Como puede verse, Lukács
adjudica al término “realismo” una dimensión particular, poco asimilable al
sentido común sobre el término:
(El
realismo lukacsiano) no se relaciona con la capacidad del arte de ser un
reflejo fiel de una realidad apariencial preexistente, sino con la noción de configuración, el concepto de tipo y las categorías de reflejo dialéctico y particularidad. La configuración es pensada
aquí en el sentido de la construcción de una realidad nueva que establece la producción
artística, una segunda inmediatez, en palabras de Lukács, que si bien parte de
-y expresa a- la vida cotidiana, genera un mundo propio cualitativamente diverso,
detalla Leandro Martín
Candiano (“Lukács: defensa del realismo”, en Exlibris, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires, página 311).
(Candiano recuerda, de
paso, una frase de Ricardo Piglia tomada de su antología Polémicas sobre realismo -Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo,
1972-: “Pienso que toda la verdadera y gran literatura es realista. Y aquí no
se tratan del estilo sino de la actitud frente a la realidad. Aún las cosas más
fantásticas pueden ser realistas”, que sirve para demostrar que el pensamiento
de Lukács supo tener múltiples descendencias.)
Por esta senda Lukács
enfrenta el programa estético de Brecht. La insistencia en los fragmentos para
apoderarse de una realidad que imagina múltiple, el montaje, el desplazamiento
de perspectivas, suponen el rechazo del “contenido”. La dramaturgia revolucionaria
de Brecht, su “teoría del distanciamiento”, la innovadora técnica del “teatro
épico”, objetivamente, más allá de cualquier intención, renunciarían a una representación totalizante
del existir.
Las obras brechtianas
rechazan la continuidad lógica con el mundo “real”; se acercan a él mediante fragmentos;
la acción representativa pondría en primer plano el mecanismo ideológico, una
aceleración de “trozos” desmembrados, el despliegue sobre la superficie de las
partes de ese universo fragmentado.
Las obras “verdaderas”
deben restituir a la conciencia fetichizada, cegada por la ideología, el
aliento de la totalidad. Si no lo hacen, las prosas y las poesías terminan
abrevando y convirtiéndose en encarnación más o menos directa, en otra
expresión de las “tendencias principales del artístico-formales del movimiento
antirrealista de nuestro tiempo”, según se citó al comienzo.
Brecht pretendía formular
una teoría estética materialista del arte. Para Lukács la pretensión es vana.
Al igual que señala en “¿Kafka o Thomas Mann?” no importa la intención, lo
importa el talento o la pericia técnica, si esa perfección se estanca en el
detalle, en la parte desagarrada, está condenada.
Kafka
saca partido de su situación en dos sentidos: de un lado, los detalles
concretos derivados de su arraigo en la vieja Austria, originan un indiscutible
hic et nunc, la apariencia de una
existencia social; de otra parte, la indeterminación de la objetividad última
está planteada con auténtica ingenuidad del simple presentimiento, del
verdadero ‘no saber’.
(“¿Franz
Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., páginas 59 y 60)
En esa oscilación se
ubica el sentimiento de angustia se convierte en la obra de Franz Kafka en
ahistórica “condición humana”. Un pensador como Bertolt Brecht que se reclama
materialista y socialista, parece haber reflexionado Georg Lukács, no puede ni
debe permitirse el lujo de la ingenuidad.
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