Sobre
la sociología del arte y la literatura
¿La sociología del arte
es una ciencia? O mejor, ¿puede ser definida como una ciencia específica, o más
bien como una ciencia derivada de la ciencia mayor que cita en su nombre, la
sociología? Si se trata de una rama, de una subdivisión, ¿conserva alguna
especificidad conceptual o se resuelve simplemente en los términos de la
aplicación de las nociones generales paridas por su ciencia “madre”? Las
preguntas se multiplican si en lugar de “arte” se coloca “literatura”, una
subdivisión de una subdivisión…
Podría pensarse, en
todo caso, más acotadamente, en una metodología. Es obvio que un método tal
debe nutrirse de la certidumbre de que el arte y la literatura son quehaceres
sociales. Ahora bien, ¿qué es lo que esto quiere decir? Porque está de más
consignar que debe ser otra cosa que la mera consignación de una calificación
evidente para cualquier asunto humano.
Por ejemplo, ¿debe
centrarse en el autor? Inspeccionar su biografía, su origen social, la
estructura de su familia, su educación y formación cultura, sus amigos, su “visión
del mundo”… Aunque podría abrir el foco
para enfatizar que la “producción” de una obra no se cierra sobre el
“productor”, dichos en otras palabras, las “condiciones de producción” de una
obra exceden a su autor.
Si en lugar de la
producción se analizara la circulación, ¿cuál sería el objeto a estudiar? ¿Un
cierto tiempo, la época? ¿Un cierto espacio, un país, una región, un
continente? ¿Hay un vínculo armónico entre uno y otro, entre tiempo y espacio?
La distribución podría tener una resonancia un poco más “material”; referir a
los soportes que vehiculizan la comunicación artística: piedra, madera, papiro,
papel, imagen en una pantalla… O incluso
detenerse en las leyes que determinan dicha circulación, por ejemplo, el hecho
de que la obra de es en la contemporaneidad una mercancía. Aun así, ¿qué tipo
de mercancía? ¿Por qué cuesta lo que cuesta un manuscrito de José Hernández o
una pintura de Vincent Van Gogh, cómo se determina su costo, qué quiere decir
que las obras de arte son “reserva de valor” de los ricos?
Otro tanto, por
supuesto, ocurre con el consumo. ¿De qué debe ocuparse una sociología del
lector, o de la lectura?
Un territorio
particularmente problemático es el de los valores estéticos. ¿Cómo explicar
sociológicamente el origen y establecimiento del gusto? ¿Qué escalas dictan el
buen y el mal gusto? ¿Cómo es posible que considerando dos grupos o personas de
similares características sociales un poema sea sublime para unos y un asco
para otros? O peor: que unos interpreten en él una alegoría del fin del mundo y
otro una gozosa orgía de celebración vital…
Y si la sociología de
la literatura deriva, como suele ocurrir, hacia el mundo de las ideologías,
¿qué ideología? ¿La del autor, o la de un fruto social? ¿La ideología dominante
en una época, o las ideologías “alternativas”? ¿Hay una ideología “de” o “en”
la obra? Esa ideología, ¿coincide con la del autor o es diferente a ella?
¿Puede la lectura imponer una clave ideológica propia?
Quizás no haya que
empantanar la búsqueda detrás de nociones tan esquivas como “ideología” y
convenga utilizar otros conceptos (de hecho ha ocurrido) más maleables, como el
de “institución”. Pero el círculo devuelve al comienzo: ¿qué tipo de
“institución” es la “institución literaria”…?
Que se es sencillo
advertir, son muchas preguntas, sencillas en su formulación básica pero muy
complejas en su contestación porque cada una empuja al investigador a enfrentar
problemáticas diversas, tanto en lo que respecto a la captura de su temática
específica como a los modos de su abordaje y tratamiento.
Que en los programas de
teoría y crítica literaria universitarios apellidos tan diferentes como Robert
Escarpit, Arnold Hauser, David Viñas, Pierre Bourdieu o Georg Lukács, para
mencionar unos pocos, se amontonen detrás de la etiqueta “sociología de la literatura”, demuestra hasta qué punto
se trata de un rótulo arbitrario que apenes cumple -y malamente- una función
clasificatoria.
A grandes rasgos, se trata
de tratamientos del fenómeno literario ajenos a su consideración como meras
construcciones lingüísticas. Una afirmación que es sencillo constatar en los
estudios sobre literatura de Lukács.
Georg
Lukács y la estética de la totalidad
Georg Lukács nació en
Budapest en 1885 y murió en esa misma ciudad en 1971. Siguió estudios
superiores en filosofía; desde muy joven se formó en la tradición de la
filosofía alemana moderna. Immanuel Kant y Georg Simmel fueron algunos de sus
autores favoritos, y un poco más tarde Georg Hegel. También leyó con provecho
los textos de Max Weber, uno de los fundadores de la ciencia de la sociología.
En 1910 publicó El alma y sus formas; y en 1914 la Teoría de la novela, su primera obra
destacada y de larga influencia. Poco después se dedica al análisis en
profundidad de la obra de Karl Marx, una lectura que marcara su pensamiento
para siempre, como ya se ve en otra de sus obras más destacadas. Historia y conciencia de clase, de 1923.
Formó parte de la
fundación del Partido Comunista de su país y fue designado al frente de la
Educación durante la breve República Soviética de Hungría. Cuando está fue
derrotada se exilió en Viena y más tarde pasó a la Unión Soviética. Durante su
estadía en la URSS elaboró su estética y la mayor parte de sus ensayos sobre el
realismo, categoría que pensaba no en los términos de una determinada corriente
o escuela, sino como la orientación profunda de todo el arte a lo largo de la
historia. Su idea del realismo en cierto momento se acercó y disolvió dentro
del llamado “realismo socialista”, formulación oficial del estalinismo en el
arte, pero también supo aventurarse en su crítica, esbozando un “realismo
grande” frente al cual el “realismo socialista” resultaba necesariamente pobre
y simplificador.
En relación al programa
estético de Lukács, su teoría del realismo, aquí se tomarán unos pocos de sus
conceptos centrales según se muestran en el célebre ensayo “¿Narrar o
describir?”, publicado originalmente en 1936, el mismo año en que Jan
Mukarovsky daba a conocer su “Función norma y valor estéticos como hechos
sociales”. (Aquí lo citamos según la traducción al castellano compilada en Problemas
del realismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, pp. 171-196.)
En el escrito, guiado
por la contraposición que aparece ya en el título, Lukács se dedica a comparar
fragmentos de novelas muy conocidas de los grandes maestros europeos del género
en el siglo diecinueve. Todos ellos desarrollan el arte de la descripción
moderna, aunque lo hacen con una funcionalidad diferente.
No es lo mismo el
describir en manos de Honorato de Balzac, Walter Scott y Leon Tolstoi que en Gustave
Flaubert y Emile Zola. En el caso de los primeros la descripción se anuda y
subordina al correr narrativo, el devenir de las acciones y las “necesidades”
de los personajes. No es un fin en sí misma. No ocurre lo mismo en los
segundos. En los escritores del realismo tardío y el naturalismo (la línea
tendrá lógica descendencia en la narración simbolista, la novela “psicológica”
y los artificios vanguardistas) la descripción se autonomiza, se transforma en
un fin en si misma.
La gran pericia técnica
de Zola y Flaubert (más tarde será Franz Kafka) termina jugando en contra de la
obra artística concebida como un todo bien ensamblado. Como en un rompecabezas
defectuoso, sus atractivas piezas son incapaces de articular entre sí. No hay
todo, solo partes desmembradas. Los artistas en cuestión son incapaces de
renunciar a florearse con los vericuetos del estilo y terminan conspirando
contra las leyes generales de la construcción. Varias veces en sus escritos
Lukács repite que el artista de talento es aquel que sabe renunciar.
La estética lukacsiana
tiene en su centro la noción de totalidad. Según algunos autores es producto de
la influencia de la filosofía de Georg Hegel, y está presente en la Teoría de la novela; otros sostienen que
en realidad ese pensamiento es una tradición de las ideas alemanas ya
fuertemente en los románticos y que es un bien heredado y compartido por buena
parte de la intelectualidad centroeuropea. Algunos especialistas subrayan que
la insistencia en la imagen de una época, la Grecia clásica, como ejemplo de
“unidad” y “armonía”, una evidente idealización, debe entenderse en ese
sentido.
La novela, como toda
“gran” forma artística, debe ser cerrada, y concebirse en los términos de esa
totalidad debidamente estructurada.
Escribió Lukács:
No
hay con seguridad escritor alguno que no describa en absoluto. Y tampoco puede
afirmarse de los representantes importantes del realismo de la época posterior
al 1848 de Flaubert y Zola, que no narren en absoluto. Lo que importa son los
principios de la composición, y no el fantasma de un "fenómeno puro"
del narrar o el describir. Lo que importa es cómo y por qué la descripción, que
originariamente fue uno de los numerosos medios de la plasmación épica -y un
medio subordinado además-, se convierte en principio decisivo de la
composición. Ya que con esto cambia la descripción fundamentalmente su
carácter, su misión en la composición épica.
La descripción, como
cualquier otro componente o procedimiento artístico, debe estar imantado por
ese Norte de integración y no renunciar a las exigencias de la forma. Por esa
misma razón son tan importantes los comienzos y, sobre todo, los cierres en una
novela; en “¿Narrar o escribir?” afirma que el romance sólo comienza a
escribirse sólo cuando se sabe el final, hacia dónde se mueven las acciones y
los personajes, la clausura.
El
entrelazamiento de los caminos de la vida sólo se aclara al final. Solamente la
práctica humana muestra cuáles cualidades de un individuo han sido en la
totalidad de sus aptitudes las importantes y decisivas. Únicamente el enlace
con la práctica, únicamente la concatenación complicada de actos y sufrimientos
diversos de los individuos puede revelar cuáles cosas, instituciones, etc., han
influido esencialmente sobre sus respectivos destinos, y de qué modo y cuándo
la influencia fue ejercida,
señala Lukács. Y a
continuación:
Todo
esto sólo puede abarcarse con la mirada desde el final. La selección de lo
esencial la ha efectuado, tanto en el mundo subjetivo como en el mundo objetivo
del individuo, la vida misma. El épico que narra retrospectivamente, a partir
del final, un destino humano o el entretejido de diversos destinos
individuales, hace clara y comprensible para el lector la selección de lo
esencial efectuada por la vida misma.
(ob.
cit., página 188)
De cualquier modo, como
había descripto en detalle el autor en Historia
y conciencia de clase, la característica fundamental de la modernidad
capitalista es la enajenación; y la percepción alienada impide la captación de
la existencia como totalidad.
A diferencia de la
épica antigua, y en un juego doble, la novela es una inercia hacia, una
búsqueda imposible, porque la aprehensión de la totalidad por la conciencia es,
en la época del modo de producción capitalista, una utopía, una ilusión. Y en
la estructura de la novela también está inscripta esa imposibilidad.
Así se posiciona el
concepto de perspectiva, es decir la posición valorativa particular desde la
cual se desarrolla el acto de narrar (que debe evitar ese “exceso de verdad”
que Lukács resalta en una memoria de Flaubert sobre La educación sentimental -cfr. ob. cit., páginas 182 y 183-).
Y por este camino recupera también de la tradición
romántica y reformula el concepto de ironía. Así lo advierte Paul De Man:
(…)
la tensión entre el destino del hombre confinado a este mundo y la conciencia
que busca trascender esta condición, lleva a la discontinuidad estructural en
la forma de la novela. La totalidad procura una continuidad que es comparable a
la unidad que posee una unidad orgánica, pero la enajenación se sobrepone a esa
continuidad y la interrumpe. Junto a una “estabilidad homogénea y orgánica” la
novela también exhibe una “discontinuidad heterogénea y contingente”. Lukács
llama ironía a esta discontinuidad. La estructura irónica actúa como agente
interruptor; sin embargo, revela la verdad de la situación paradójica que la
novela representa.
(“La
teoría de la novela de Georg Lukács”, en Visión
y ceguera. Ensayos sobre la retórica de la crítica contemporánea, San Juan,
Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1991, página 69)
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