jueves, 5 de abril de 2018

Jan Mukarovsky según Cesare Segre


Cesare Segre (Italia, 1928-2014) fue catedrático de Filología Románica en la Universidad de Pavía, a donde había llegado tras ocupar la titularidad de la materia en la Universidad de Trieste. Si bien sus obras principales se ubican en el terreno de los estudios filológicos y la historia de la literatura de su país, no fue ajeno a los avatares contemporáneos de la teoría de la literatura. A raíz de la difusión del formalismo ruso y el estructuralismo de la escuela de Praga, en particular de Jan Mukarovsky, sin soslayar los escritos de Roman Jakobson y Claude Lévy-Strauss, comienza a publicar toda una serie de trabajos críticos que buscaban abrir el debate, de manera crítica, sobre el estructuralismo y la semiótica.

En este sentido, y como prueba también del continuo enriquecimiento de ideas y la propia evolución de los planteamientos teóricos del autor, hay que resaltar sus trabajos Lingua, stile e società (1963), I segni e la critica (1969), Le strutture e il tempo (1974), Semiotica, storia e cultura (1977).

En 2001 en el número ocho de los Cuadernos de Filología Italiana publicó el muy interesante ensayo “La teoría de la recepción de Mukarovsky y la estética del fragmento”. Allí señala:

La Teoría de la Recepción, que desde 1967 ha gozado y continúa gozando de considerable éxito en Alemania, fue anticipada en sus rasgos más generales por Mukarovsky y Vodicka, según ha reconocido, entre otros, Klöpfer. La teoría se caracteriza en su versión de Praga por un claro entramado semiótico. Mukarovsky en Esteticka funkce, norma a hodnota jako sociální fakty (Función, normas y valor estéticos como hechos sociales, 1939) pone de manifiesto cómo la función estética que atribuimos a un producto artístico dado puede ser dominante o bien subordinada dependiendo del gusto, que es el que a lo largo del tiempo modifica las jerarquías funcionales. Una norma estética debe, por tanto, ser estudiada como hecho histórico, siendo el punto de partida su variabilidad en el tiempo. Resulta así axiomático que una obra de arte siempre oscilará entre los estados presente y futuro de la norma. Por tanto, «una obra de arte no es en modo alguno una magnitud constante: cualquier alteración en el tiempo, en el espacio, o en el medio social supondrá un cambio en la tradición artística del momento a través de cuyo prisma se percibe la obra. Como resultado de tales alteraciones, también tendrá lugar un cambio en el objeto estético que en la conciencia de una determinada colectividad corresponde al artefacto material, al objeto creado por el artista».

El relativismo estético se puede evitar por medio de un enfoque semiótico que contemple la obra de arte como una estructura cuyos componentes están en su totalidad dotados de significado, una estructura, pues, en la cual los valores extra-estéticos desempeñarán también su propio papel. Es la totalidad de ese conjunto la que entra en una relación activa con el sistema de valores que guía la actividad y comportamiento humanos. Mukarovsky llega a la siguiente conclusión: «Se puede suponer que el valor independiente del artefacto material será tanto más marcado cuanto más conspicuo sea el conjunto total de valores extra-estéticos que el artefacto haya sido capaz de abarcar, cuanto más consiga dinamizar estas relaciones: todo ello al margen de cualquier cambio cualitativo de una época a otra. Comúnmente se sostiene que el principal criterio de juicio de valor estético está en la impresión de unidad dada por la obra. Dicha unidad, sin embargo, no se debe entender estáticamente como una armonía perfecta; se debería ver dinámicamente, como una tarea que la obra de arte impone a aquellos que quieren disfrutar de ella» (…)

El escrito completo puede consultarse en su versión castellana aquí.


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