“¿Por qué volver a Jan
Mukarovsky y a la Escuela de Praga? Y ¿por qué hoy? La primera pregunta nos
confronta con la Historia y con sus vicisitudes.
La Escuela de Praga,
que tuvo su auge entre los años veinte y cuarenta, fue uno de los avalares más
interesantes del desarrollo de la lingüística, la poética, la estética y la
teoría de las artes en el siglo XX. El rasgo definitorio de su quehacer fue que
en Praga todas estas ciencias -o aspirantes a serlo-, más concretas o más
filosóficas, avanzaban en una íntima relación y colaboración de unas con otras,
bajo el liderazgo de la nueva lingüística y de la naciente semiótica. Esta simbiosis
interdisciplinaria tan amplia que se produjo bajo la égida del Círculo
Lingüístico de Praga (1926-1948), no se había dado antes y tampoco se ha
logrado repetir después.
Praga fue un eslabón
clave entre el Petersburgo formalista, futurista y constructivista de las
primeras décadas del siglo, y el París estructuralista y neovanguardista de los
años sesenta y setenta. En estas décadas, postrimerías de la Modernidad que
recién entonces empezaba a ensayar los primeros ritmos postindustriales,
posmodemos, Petersburgo (Leningrado aún) seguía atrayendo la atención del mundo
tanto por la potencia inicial e iniciática de la vanguardia rusa, como por la
fuerza bruta de la revolución soviética, todavía con ganas de expansión. París
(especialmente el grupo en tomo a Roland Barthes) se sentía más en sintonía con
la vocinglería infantil, casi dadaísta, pero siempre profética, del primer formalismo
ruso.
Praga no tenía lugar en
aquel imaginario. Es decir, Praga con excepción de Roman Jakobson, admitido por
haber sido maestro de Claude Lévi-Strauss en Nueva York durante los años de guerra,
admirado por sus muchos aportes a la lingüística y a la poética, y magnificado
por ser el testigo sobreviviente del formalismo y de la vanguardia rusa.
¿Y el resto de Praga?
El París estructuralista se empeñó en borrar el recuerdo de esta ciudad centroeuropea,
exorcizándolo junto con Franz Kafka y el existencialismo sartreano. El silencio
era casi completo. Por ejemplo, hacia el comienzo de los años setenta, en Francia
estaba preparada para ir a la imprenta una selección de las obras de Jan
Mukarovsky, el otro gran representante de la Escuela de Praga, de su otra
vertiente, pero hasta hoy no ha encontrado una editorial en el país galo. El
rechazo visceral del proyecto praguense por los parisinos, disimulado por la
aceptación de la lingüística jakobsoniana, impactó también a aquellos contextos
culturales donde Mukarovsky fue traducido: en los Estados Unidos este gran
teórico se quedó limitado, con notables excepciones, al ghetto de los
eslavistas; en Alemania, la Escuela de Praga se ganó un modesto reconocimiento
como uno de los ‘precursores’ de la Rezeptionsaesthetik de la Escuela de Constanza
(Hans Robert Jauss) (…)”
La introducción y notas
a la reedición en castellano de las obras de Jan Mukarovsky a cargo Jarmila
Jandová y Emil Volek (foto) pueden leerse completas aquí.
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