miércoles, 1 de abril de 2020

Apostillas a la tercera clase teórica

Víctor Erlich titula “La aparición de la escuela formalista” al capítulo tercero de El formalismo ruso, historia y doctrina.

En él encuadra a la corriente simbolista dentro de un debate epistemológico mayor que atravesaba la Europa de mediado y fines del siglo diecinueve entre las ciencias “positivistas” y las ciencias de la “comprensión” (humanistas). Siguiendo esta bifurcación, muy trabajada por los intelectuales alemanes, los simbolistas alimentaron su interés por la poética con una weltanschauung (una cosmovisión) filosófica de tinte metafísico, preocupada por los “esencialismos”. Erlich la denomina una mirada “intuicionista” sobre el arte.

Los resultados son conclusiones irracionalistas en lo ideológico y fogonean una “especulación arbitraria” sobre el arte. El formalista Boris Tomasevskyj señaló duramente el modo en que el simbolista Mijail Gesenzon parecía en sus análisis preocupado por “empujar” la obra de Alexander Pushkin hacia una interpretación esotérica de la vida.

Llevados por esta inercia, Erlich menciona que  los simbolistas cayeron en una pura apreciación subjetiva, caprichosa, y una verborrea pedante. Al parecer las grandes figuras del academicismo ruso erudito -como Aleksandr Veselovskij (foto)- habían sido sucedidas por discípulos pobres intelectualmente, sostenía Víctor Sklovskij. Pushkin era la figura central que los académicos reverenciaban y sin embargo sus estudios naufragaban en un “biografismo estéril”, lejos del “problema de la compleja relación entre literatura y sociedad” y de “la tarea exigente de un análisis estético”.

La moraleja es que si el análisis es conducido por la pura intuición y no por un método y cierta rigurosidad, su resultado carece de toda cientificidad y se pierde en el mero comentario y el impresionismo ecléctico.

La perspectiva sociológica anterior a la Revolución de 1917 todavía no había sentido el impacto del marxismo y, si bien de manera más marginal, caía en los mismos vicios apuntados para los simbolistas. Los discípulos de Veselovskij, por ejemplo, trabajaron desde una perspectiva histórica la literatura medieval rusa separando el qué del cómo y preguntándose por su relación, aunque en sus respuestas también reinó el eclecticismo.

El cambio de tendencia llegó con el cambio de siglo; autores como Pavel Medvedev subrayan que la mirada sobre la obra y sus aspectos formales no fue, al filo de la Primera Guerra Mundial, un fenómeno exclusivo de Rusia. Se brindan como ilustraciones las explicaciones de texto en Francia (Lanson) y el estudio formalista de las bellas artes en Alemania (Hanslick, Hildebrand, Worringer, Wolfflin…). Es muy interesante que Erlich recuerde que Heinrich Wolfflin llegó a postular “una historia del arte sin nombres”.

De acuerdo con Erlich la situación en Rusia era de mayor atraso, sin embargo señala que el simbolista Alexander Potebnja había insistido, siguiendo esta línea, en que “la literatura de imaginación es un arte verbal”, y que “la poesía era esencialmente un fenómeno lingüístico”. Puede notarse en estas definiciones una problemática que se volverá una constante: el ida y vuelta entre los estudios lingüísticos y literarios.

Por ese entonces tienen un fuerte impacto en la vida académica los escritos del filósofo alemán Edmund Husserl (foto) y su “enfoque funcional”. Con una perspectiva lógica, Husserl consideraba a la lengua un “sistema de signos” y un modelo general de cómo la cultura produce significados. Los husserlianos tenían una concepción fuertemente antipsicologista (abonaron la noción de “intersubjetivo”) y ayudaron a que decantara un nuevo vocabulario conceptual y términos como significado, forma, signo, referente… También se interesaron por el lenguaje poético dado que:

Se trataba aquí de un tipo de discurso funcional par excellence, cuyos componentes estaban todos subordinados al mismo principio constructivo: un discurso entero “organizado” con el fin de conseguir el efecto estético deseado.

En este cuadro general se funda en 1915 el Círculo de Lingüística de Moscú y un año más tarde en San Petersburgo la Sociedad para el Estudio de la Lengua Poética (OPOIAZ); un conjunto de jóvenes intelectuales y artistas que sentían:

Fascinación por los descubrimientos de  la vanguardia literaria e impaciencia por los procedimientos caducos de la ciencia literaria: éstos fueron los síntomas principales de aquel fermento intelectual que en la segunda década de este siglo cristalizó en un movimiento organizado.


Los conceptos centrales que cierran este capítulo tercero y ocupan la totalidad del siguiente (“Los años de enfrentamiento y polémica. 1916-1920”) serán abordados a partir de los escritos de los propios formalistas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario