Víctor Erlich titula “La
aparición de la escuela formalista” al capítulo tercero de El formalismo ruso, historia y doctrina.
En él encuadra a la
corriente simbolista dentro de un debate epistemológico mayor que atravesaba la
Europa de mediado y fines del siglo diecinueve entre las ciencias “positivistas”
y las ciencias de la “comprensión” (humanistas). Siguiendo esta bifurcación,
muy trabajada por los intelectuales alemanes, los simbolistas alimentaron su
interés por la poética con una weltanschauung
(una cosmovisión) filosófica de tinte metafísico, preocupada por los “esencialismos”.
Erlich la denomina una mirada “intuicionista” sobre el arte.
Los resultados son
conclusiones irracionalistas en lo ideológico y fogonean una “especulación arbitraria” sobre el arte. El
formalista Boris Tomasevskyj señaló duramente el modo en que el simbolista Mijail
Gesenzon parecía en sus análisis preocupado por “empujar” la obra de Alexander
Pushkin hacia una interpretación esotérica de la vida.
Llevados por esta
inercia, Erlich menciona que los
simbolistas cayeron en una pura apreciación subjetiva, caprichosa, y una verborrea pedante.
Al parecer las grandes figuras del academicismo ruso erudito -como Aleksandr Veselovskij (foto)-
habían sido sucedidas por discípulos pobres intelectualmente, sostenía Víctor
Sklovskij. Pushkin era la figura central que los académicos reverenciaban y sin
embargo sus estudios naufragaban en un “biografismo estéril”, lejos del “problema
de la compleja relación entre literatura y sociedad” y de “la tarea exigente de
un análisis estético”.
La moraleja es que si el análisis es
conducido por la pura intuición y no por un método y cierta rigurosidad, su resultado
carece de toda cientificidad y se pierde en el mero comentario y el
impresionismo ecléctico.
La perspectiva sociológica
anterior a la Revolución de 1917 todavía no había sentido el impacto del
marxismo y, si bien de manera más marginal, caía en los mismos vicios apuntados
para los simbolistas. Los discípulos de Veselovskij, por ejemplo, trabajaron desde
una perspectiva histórica la literatura medieval rusa separando el qué del cómo
y preguntándose por su relación, aunque en sus respuestas también reinó el eclecticismo.
El cambio de tendencia
llegó con el cambio de siglo; autores como Pavel Medvedev subrayan que la
mirada sobre la obra y sus aspectos formales no fue, al filo de la Primera Guerra
Mundial, un fenómeno exclusivo de Rusia. Se brindan como ilustraciones las explicaciones de texto en Francia (Lanson) y el estudio formalista de las
bellas artes en Alemania (Hanslick, Hildebrand, Worringer, Wolfflin…). Es muy
interesante que Erlich recuerde que Heinrich Wolfflin llegó a postular “una historia del
arte sin nombres”.
De acuerdo con Erlich
la situación en Rusia era de mayor atraso, sin embargo señala que el simbolista Alexander Potebnja había insistido, siguiendo esta línea, en que “la literatura de
imaginación es un arte verbal”, y que “la poesía era esencialmente un fenómeno
lingüístico”. Puede notarse en estas definiciones una problemática que se volverá una constante:
el ida y vuelta entre los estudios lingüísticos y literarios.
Por ese entonces tienen un fuerte
impacto en la vida académica los escritos del filósofo alemán Edmund Husserl (foto) y
su “enfoque funcional”. Con una perspectiva lógica, Husserl consideraba a la
lengua un “sistema de signos” y un modelo general de cómo la cultura produce significados.
Los husserlianos tenían una concepción fuertemente antipsicologista (abonaron
la noción de “intersubjetivo”) y ayudaron a que decantara un nuevo vocabulario
conceptual y términos como significado, forma, signo, referente… También se
interesaron por el lenguaje poético dado que:
Se
trataba aquí de un tipo de discurso funcional par excellence, cuyos componentes estaban todos subordinados al
mismo principio constructivo: un discurso entero “organizado” con el fin de conseguir
el efecto estético deseado.
En este cuadro general
se funda en 1915 el Círculo de Lingüística de Moscú y un año más tarde
en San Petersburgo la Sociedad para el Estudio de la Lengua Poética (OPOIAZ);
un conjunto de jóvenes intelectuales y artistas que sentían:
Fascinación
por los descubrimientos de la vanguardia
literaria e impaciencia por los procedimientos caducos de la ciencia literaria:
éstos fueron los síntomas principales de aquel fermento intelectual que en la
segunda década de este siglo cristalizó en un movimiento organizado.
Los conceptos
centrales que cierran este capítulo tercero y ocupan la totalidad del siguiente
(“Los años de enfrentamiento y polémica. 1916-1920”) serán abordados a partir
de los escritos de los propios formalistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario