Iuri Nasónovich Tinianov
(en ruso Юрий Насонович -Николаевич- Тынянов) nació el 18 de octubre de 1894
en Rejitsa,
provincia de Vitebsk (hoy Rezekne, Letonia) y parte del Imperio Ruso. Su padre
se llamaba Nikolai Tinianov y era médico. Entre 1904 y 1912 estudió en el
Gimnasio Clásico de Pskov. En 1916 se casó con la hermana de uno de sus
condiscípulos, Elena Silber. Entre 1912 y 1918 estudió en la Universidad de San
Petersburgo; allí realizó una investigación de posgrado sobre Fyodor Dostoevsky
y Nikolai Gogol. Entre 1921 y 1931 fue profesor de literatura rusa en el
Instituto de Historia de las Artes. En 1922 se convirtió en la figura guía del
grupo literario “Los hermanos Serapión”, el cual había sido creado por Yevgeni
Zamiatin.
El nombre de la agrupación
estética había sido tomado de una narración del alemán E.T.A. Hoffmann titulada
“Serapión el ermitaño”. Años antes, el romántico alemán y artistas amigos se
reunían en tertulias literarias donde charlaban y se contaban historias; este
grupo se autodenominaba “Los hermanos de San Serapión”. Cuando la sociedad
literaria desapareció, Hoffmann decidió publicar los cuentos y utilizó para esa
tarea el apelativo con que se conocía al grupo: Cuentos de los hermanos Serapión (1819-1821). El volumen reúne relatos
como “El cascanueces y el rey de los ratones”, “La contienda de los cantores” o
“El huésped inquietante”; pero el relato que interesa destacar se titula “Serapión
el ermitaño”. Es la historia del padre Serapión -de quien se informa que estuvo
internado en un psiquiátrico- , un ermitaño que vive en los bosques de Bremen.
Allí va a buscarlo y trata de curarlo el narrador-poeta que se ha instruido en psiquiatría,
pero finalmente termina simpatizando con la naturaleza inofensiva de su locura
y teorizando sobre la naturaleza irracional, impropia de este mundo, que acerca
a poetas y dementes. El texto ha sido valorizado como una suerte de llamamiento
en favor de la libertad de los artistas.
Como Hoffmann y sus
amigos, Tinianov integró una “comunidad de artistas” conocida como Dom Iskusstv, Casa de las Artes, que se estableció con la forma de
una comuna en un aristocrático palacio ubicado en la Perspectiva Nevsky, en San
Petersburgo. Formaban parte del círculo, y concurrían a los seminarios que dictaba
Kornei Chukovsky, Mikhail Zoschenko, Lev Lunts, Viktor Shklovsky, Nikolai
Tikhonov, Mikhail Slonimsky, Vsevolod Ivanov y Veniamin Kaverin. Yevgueni
Zamyatin
y la totalidad del grupo despreciaba la literatura oficial soviética y a José
Stalin y su política de “terror rojo” en la cultura (vale recordar que Sklovsky
debió exiliarse para evitar las consecuencias de algunas de sus posiciones).
Zamyatin, por otra
parte, es una figura interesante y excéntrica dentro del panorama de la
literatura rusa contemporánea; sostenía que “la verdadera literatura sólo podía
ser engendrada por los locos, ermitaños, heréticos, soñadores, rebeldes y
escépticos”.
Yevgueni Zamyatin nació
1 de febrero de 1884 en Lebedyán, localidad al sur de Moscú. Su padre fue
sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa y maestro de escuela, y su madre música.
Estudió ingeniería naval en San Petersburgo entre 1902 y 1908, tiempo durante
el cual se unió a los bolcheviques. Fue arrestado durante la revolución de 1905
y exiliado, pero regresó a San Petersburgo donde vivió ilegalmente antes de
asentarse en Finlandia en 1906 para terminar sus estudios. Tras su regreso a
Rusia empezó a escribir como pasatiempo. Fue arrestado y exiliado por segunda
vez en 1911, pero fue amnistiado en 1913. Un
cuento provincial, escrito en 1913, el cual satirizaba la vida de un
pequeño poblado ruso, le trajo cierto grado de reconocimiento. Un año después
fue censurado por injuriar a los militares en su historia En Kulíchiki, la cual describe la vida en una guarnición de
Siberia. Su obra más conocida y reconocida es Nosotros (Мы, en ruso), una
novela escrita en 1921 sobre una sociedad futura donde la opresión y represión
por parte de la clase dirigente sobre las demás es total. Esta antiutopía no fue
publicada en ruso hasta 1988. Es una de las primeras obras del subgénero de las
distopías e inspiró, entre otras obras, 1984
de George Orwell, según expresó el propio autor británico, quien al parecer la
había leído en su traducción francesa, Nous
autres. Como fue “detenida” por la censura, Zamiatin envió Nosotros para que fuera editada en el
exterior; su suceso fue inversamente proporcional al hostigamiento oficial en
su país y por parte de la Unión de Escritores Soviéticos, que lo empujaron al
exilio. Murió en París en 1937.
El cuadro general de la
comunas de artista permite situar a la figura de Tinianov en el medio de una
“generación” constituida en relación a una cierta época y sensibilidad común o,
si se pretende una calificación más “espistemológica” en cuanto a su
inscripción académica, la conformación de una comunidad científica, por lo
menos entendida en un sentido amplio dado que no necesariamente se puede argumentar
que sus integrantes formaran parte de un paradigma científico único. Para que,
siguiendo a quien acuñó el término -Thomas Kuhn-, existiera un paradigma
debería constatarse la existencia de leyes y supuestos teóricos generales, al
igual que metodologías y ciertos principios metafísicos comunes;
si bien es difícil afirmarlo, al menos sí puede verificarse que hacia allí se orientaron
los “formalistas rusos”. La corta vida de la corriente no impidió que hubiera
diferencias, pero quizás ese “espíritu común”
sí determinó que las mismas no se agigantaran.
Tinianov fue uno de los
principales integrantes del llamado formalismo
ruso.
El
gran acontecimiento de estos años es, sin dudas, su encuentro con V.B.
Shklovski (1893-1984) y B. M. Eijenbaum (1886-1959), que se sitúa hacia 1918-1919,
y su participación en la Opoiaz, Sociedad de Estudios del Lenguaje Poético.
Este episodio decisivo cuyas circunstancias no han podido ser establecidas con
más precisión, en efecto ha marcado el comienzo de una sólida amistad y de una
colaboración intelectual fecunda entre los tres hombres, atestiguada, más allá
de la obra publicada, por los fragmentos salvados de su correspondencia y el Diario de Boris Eijenbaum,
afirma Catherine
Depretto-Genty (Iouri
Tynianov, Formalisme et histoire littéraire, Lausanne,
L’Age d’Homme, 1991, traducción de Jorge Panesi).
Escritor e historiador,
los libros de Tinianov pertenecientes a la época formalista son Dostoyevski y Gógol (1921), El problema de la lengua poética (1924)
y Arcaizantes e innovadores (1929). En
los años treinta escribió biografías noveladas de Pushkin y otros poetas
contemporáneos. Entre sus obras pueden enlistarse Kiújlia (un apodo juvenil de Wilhelm Küchelbecker) (novela, 1925), La muerte de Vazir-Mujtar (novela, 1928),
Pushkin (novela, 1936-1943, no
acabada), La figura de cera (novela
corta, 1930), Vitushíshnikov, menor de
edad (novela corta, 1933). Subteniente
Kizhe (novela corta, 1927) es una sátira de la burocracia
ruso-soviética ubicada en la época del emperador Pablo I. Ocurre que un
inexistente subteniente Kizhe es “creado” por un error
burocrático y cobra vida porque el emperador firma su expediente; a partir de
entonces se enamora, es enviado a Siberia y regresa, se casa, tiene hijos, se
vuelve propietario de unas tierras, es ascendido a general y cuando muere se lo
entierra en medio de un fastuoso funeral, según lo dice su expediente al que
obviamente debe creerse más que a la realidad misma.
La opción por dedicarse
a biografías
noveladas bien documentadas y el abandono de los debates teóricos, especulan
algunos de los biógrafos, fue su respuesta a las dificultades de la supervivencia
académica en el marco de la dura censura estalinista y el índex de temas
convenientes a tratar que se había impuesto.
Tinianov colaboró con
el director de cine Grigori Kozintsev y con Leonid Trauberg en la adaptación de
El capote de Nikolai Gogol. Murió
de esclerosis múltiple en Moscú, el 20 de diciembre de 1943. Está enterrado en
el cementerio Vagánkovskoie de esa misma ciudad.
La
perspectiva teórica tinanoviana
Dinamismo
Las
definiciones de literatura construidas sobre sus rasgos fundamentales atentan
contra el hecho literario mismo. (…) La época literaria, la contemporaneidad
literaria, no es en absoluto un sistema inmóvil, en contraposición con una
serie histórica móvil que se desarrolla. (…) La individualidad del autor no es
un sistema estático; la personalidad literaria es dinámica, como la época
literaria con la cual y en la cual se desenvuelve. (…) La literatura es una construcción verbal dinámica,
escribió Tinianov en
“El hecho literario”. Y después:
En
el verso, el factor constructivo principal de ese tipo es el ritmo, mientras
los grupos semánticos serán el material (…) La interacción entre factor
constructivo y material debe siempre variar, oscilar, cambiar su aspecto para
ser dinámica.
La unidad de la obra no
es una unidad simétrica y clausurada -explica en “La noción de construcción”,
en Tzvetan Todorov (comp.), Teoría de la
literatura de los formalistas rusos, México, Siglo XXI, 1991- sino
una
entidad cerrada que tiene su propio desarrollo; sus elementos no están ligados
por un signo de igualdad y adición sino por un signo dinámico de correlación e
integración. Este dinamismo se expresa en la noción del principio de
construcción. (…) No hay equivalencia entre los diferentes componentes de la
palabra; la forma dinámica no se manifiesta ni por su reunión ni por su fusión,
sino por su interacción y, en consecuencia, por la promoción de un grupo a
expensas del otro. El factor promovido deforma a los que se le subordinan,
y a partir de aquí
enuncia el concepto de función constructiva o principio de construcción.
José Manuel Cuesta Abad
y Julián Jiménez Heffernan (editores del volumen Teorías literarias del siglo veinte, Madrid, Akal, “Teoría
literaria”, 2005) sostienen en su página 74 que los estudios literarios y en
particular sobre el verso y la poesía por parte de Iuri Tinianov estarían bajo
la influencia del concepto goethiano del “dinamismo orgánico”. Se puede apuntar
para respaldar esta idea que por lo general el conocimiento de los clásicos y
los románticos alemanes era parte de la formación básica de aquellas
generaciones intelectuales. Se puede subrayar también recordar que Tzvetan
Todorov (Crítica de la crítica,
Paidós, “Surcos”, 2005) sostiene la tesis de que los principales presupuestos
teóricos de las mayores corrientes de la teoría y la crítica literaria
contemporáneas han sido anticipados por los grandes escritores-pensadores del
Romanticismo germano, que Goethe de algún modo anticipa.
Johann Wolgang von
Goethe (Frankfurt, 1749-Weimar, 1832) escribió en su Teoría de la naturaleza (Madrid, Tecnos, 1997, edición
y traducción de Diego Sánchez Meca):
Cuando
reparamos en los objetos de la naturaleza, y en particular en los vivientes,
deseamos tener una visión de conjunto de su ser y de su actuar, y creemos que
podemos lograr mejor ese conocimiento mediante la descomposición de sus partes
(…) Pero estos esfuerzos analíticos, llevados siempre adelante, comportan
también muchas desventajas. Lo que primeramente es un ser vivo se descompone en
elementos, sin que sea posible después recomponerlo ni devolverle nuevamente la
vida. Esto vale para muchos cuerpos inorgánicos, no digamos ya para los
orgánicos. Por eso, en los hombres de ciencia de todos los tiempos se ha hecho
sentir también ese impulso a conocer las formaciones vivientes en cuanto tales,
a comprender en sus mutuas relaciones las partes externas y tangibles
considerándolas como indicaciones de su interior, y así dominar la totalidad
mediante la intuición. Acerca de cómo esta aspiración
científica se relaciona íntimamente con el impulso artístico e imitativo, es
algo sobre lo que no vamos a insistir ahora.
Un poco más adelante
explica:
El
idioma alemán tiene la palabra Gestalt
(forma) para designar la complejidad existente de un ser real. Pero en este
término, el lenguaje abstrae, de lo que es móvil, un todo análogo y lo fija en
su carácter como algo establecido y acabado. Sin embargo, si consideramos todas
las formas, en particular las orgánicas, no encontramos en ninguna parte formas
subsistentes, o sea, formas que no se muevan porque hayan alcanzado ya su
perfección, sino que todas fluctúan en un continuo devenir. Por eso nuestro
idioma utiliza la palabra Bildung
(formación) para designar, tanto lo que ya se ha producido, como lo que está en
vías de producirse.
(…)
Pues bien, que lo que es idealmente igual pueda aparecer empíricamente como
igual o como análogo, tanto como completamente desigual y diferente, es en lo
que consiste esa vida de la naturaleza, llena de movimiento.
En la actualidad
estamos acostumbrados a tomar sin más el término “análisis” para utilizarlo en
el territorio de la lengua y la literatura, constituye una suerte de guiño que
certifica el carácter riguroso (científico) de la operación. No se suele
observar que, en realidad, el vocablo no es propio de las ciencias humanas,
sino que viene de las tareas de segmentación y descomposición de los organismos
practicada por las ciencias naturales. Es decir que cabe la pregunta acerca de
si esa traslación de un tipo de saber a otro es válido; el presupuesto
epistemológico es que al aceptar su validez de hecho se está aceptando que sus
objetos de estudio y metodologías son similares, algo que sin duda aceptaría el
positivista Saussure pero no así los filósofos de la cultura alemanes. Pues
bien, lo interesante de las observaciones y los consejos “científicos” de
Goethe es que radicaliza su apreciación al punto que objeta la práctica de la
segmentación incluso para disciplinas como la física y la biología, con el
argumento simple de que el “análisis” hace perder de vista la totalidad
orgánica.
El problema
epistemológico no es menor y es muy interesante. Se podría argumentar: el
análisis es un momento (primero) de la investigación que permite ver las partes
y estudiarlas en profundidad mediante el artificio de su aislamiento; pero a
ese primer momento continúa un segundo (síntesis), de integración de las
partes. La explicación suena lógica, pero ¿realmente los conocimientos
analíticos se integran en ese nivel mayor? Se trata de un problema que, al
menos en el terreno de la teoría y la crítica literaria, retorna periódicamente
como preocupación. De hecho, los estructuralistas para que su “método” pudiera
ser desplegado con minuciosidad en la descripción y articulación de los
diversos niveles del texto sugerían que el “problema del sentido” (la interpretación)
fuera dejado de lado.
Ritmo
El ritmo (del griego ῥυθμός, rhythmos, movimiento regular y recurrente, simétrico)
puede definirse también como un "movimiento marcado por la sucesión
regular de elementos débiles y fuertes, o bien de condiciones opuestas o
diferentes". Es decir, un flujo de movimiento, controlado o medido, sonoro
o visual, generalmente producido por una ordenación de elementos diferentes del
medio en cuestión. Como ya se dijo en las palabras de Brik, siempre han
existido pensadores -de la antropología, la estética, la filosofía- que asocian
el ritmo a funciones corporales como la respiración, el parpadeo, etc., o
naturales -como la sucesión de día y noche, las estaciones, etc.- y encuentran,
por lo tanto, un fondo “natural” para explicar por qué son del gusto de los
hombres. El punto de vista formalista apunta en el sentido inverso a este tipo
de apreciaciones.
El ritmo es un rasgo
básico que determina la estructura de la poesía, bien en la sucesión
planificada de sílabas largas y cortas que caracteriza a la poesía griega y
latina antiguas, o en el uso del acento y la métrica, como en la poesía
moderna. La rima también contribuye al efecto rítmico de la poesía. El ritmo es
una de las características propias de la poesía desde siempre. Su forma más
habitual es la distribución de los acentos en cada verso, que concretizan la
métrica del poema. Otras formas que puede adoptar está dada por la repetición
de ciertas palabras, la alternancia de estructuras y la rima.
El ritmo puede
concretarse en varias medidas, las más habituales son el octosílabo o “arte
menor” y el endecasílabo o “arte mayor”. Cada estrofa o poema concreta su ritmo
en los acentos. Así por ejemplo, el soneto suele encontrar su acento principal
en la sexta o séptima sílaba. Existen versos con distribuciones acentuales
específicas que adquieren nombres y propiedades propias, como el verso armónico
y el verso sáfico.
En la poesía latina el
poeta no se guiaba por sílabas sino por pies métricos, es decir, la
distribución sucesiva de sílabas tónicas y sílabas átonas.
En la reconsideración
del concepto de ritmo elaborado por Tinianov en, como se verá en extenso más
adelante, El problema de la lengua
poética:
El
verso se ha revelado como aquí como un sistema de interacción compleja, no de
unión; expresado metafóricamente, el verso se ha revelado como una lucha de factores,
no como confraternidad.
María Victoria Utrera
Torremocha (Estructura y teoría del verso
libre, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2010, pág.
165) sostiene que:
José
Domínguez Caparrós ya ha señalado (en Métrica
y poética) cómo los formalistas rusos habían defendido un estudio de la
métrica dentro del amplio campo del lenguaje poético, que permitiera estudiar
el verso más allá de los límites métricos. La exigencia en una revisión en lo
que respecta al ritmo en la poesía existe, en efecto, en los autores del
formalismo ruso y en otros posteriores. Boris Eichenbaum en “La teoría del
‘método formal’” comenta que en la Opoiaz se sentía la necesidad de ‘abandonar
los problemas concretos de la métrica” para estudiar ‘la cuestión del verso de
una manera más general’. El ritmo no se agotaría con la métrica, sino que
habría que tener en cuenta también la lengua poética, las construcciones
sintácticas, las figuras retóricas. El ritmo se explicaría, así, por los
elementos acústicos, pero también por los elementos no acústicos. De este modo,
‘la métrica retrocedería a un segundo plano; no era más que una disciplina
auxiliar que disponía de una esfera reducida de problemas. El primer plano lo
ocupaba la teoría general del verso’, lo cual suponía ‘ampliar y enriquecer
nuestra imagen del ritmo poético ligándolo a la construcción de la lengua
poética’.
Este nuevo concepto del ritmo,
que tiene en cuenta la sintaxis y la semántica -el ritmo del pensamiento- sería
compartido por otros formalistas como Brik en ‘Ritmo y sintaxis’, Boris
Tomashevski en ‘El problema del ritmo poético’ y en ‘Sobre el verso’, Roman
Jakobson en ‘La nueva poesía rusa’, Iuri Tinianov en El problema de la lengua poética.
En castellano el primer
contacto que se tuvo con los ensayos de los “formalistas” fue a través de la
selección de Roman Jakobson, Iuri Tinianov, Boris Eichembaum, Osip Brik, Viktor
Shklovsky, Viktor Vinogradov, Boris Tomashevsky y Vladimir Propp, Teoría de la literatura de los formalistas
rusos, antología preparada y presentada por Tzvetan Todorov, (México, Siglo
XXI, 1970). En este volumen colectivo se encuentran los artículos de Tinianov:
“La noción de construcción” (1925), “Sobre la evolución literaria” (1927) y
“Problemas de los estudios literarios y lingüísticos” (1928), este último
firmado en colaboración con Roman Jakobson.
“El hecho literario”
(1924) circuló según una traducción de la versión de Avanguardia e tradizione (Bari, Dedalo, 1968); y fue traducido
especialmente para la cátedra de Teoría y análisis literario I, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, y revisado por su titular,
Jorge Panesi. Otra versión del texto se dio a conocer a través de la edición de
Emil Volek, Antología del formalismo ruso
y el grupo de Bajtín. Polémica, historia y teoría literaria (Madrid,
Fundamentos, 1992, volumen 1). Hay también en esta reunión de escritos una
versión de “Sobre la evolución literaria” y las escasas dos páginas de “Tesis
sobre la parodia”. En el segundo volumen se encuentran los artículos: “Ritmo
como factor constructivo del verso”, “La semántica de la palabra en el verso” -que
están integrados a El problema de la
lengua poética- y “Fábula, siuzhet,
estilo”.
La primera versión
castellana de El problema de la lengua poética (1923) se
dio a conocer en México, por la editorial Siglo XXI, en1970, según una
traducción del italiano de Ana Luisa Poljak. Cuarenta años más tarde en 2010 y
desde Buenos Aires, ediciones Dedalus distribuyó una nueva traducción, de
Eugenio López Arriazu, con un prólogo de Jorge Panesi, y es la que aquí se ha
tomado para el análisis.
Entre otras cosas,
Panesi señala en su introducción todos los problemas que supone el acceso en
traducción a la teoría de los formalistas rusos y a Tinianov en particular;
recuerda que la selección más famosa fue realizada por un búlgaro que había
aprendido ruso en el secundario y que volcó esa lengua a un francés que todavía
no manejaba bien, y que a su vez fue traducido al castellano… Se trata de una
problemática que todavía se está tratando de disipar, y que llega de la mano de
una mirada mucho más compleja y matizada sobre esta corriente que la vulgata
que sobre ella se instaló originalmente.
El
problema de la lengua poética
En el “Prólogo a esta
edición”, entre otros aspectos subraya Panesi que Tinianov retoma el concepto
de extrañamiento de Sklovski pero en
un sentido menos mecanicista, puesto que la noción de parodia de Tinianov no
supone “la tumba del procedimiento” sino “la organización de un nuevo
material”. Asimismo remarca la idea de que en él el lenguaje poético no se
opone al lenguaje cotidiano, sino que se conecta con otros discursos artísticos
y con la vida social a través del concepto de ustanovka (orientación), concepto central de Tinianov junto al de función (función constructiva).
Indica como pionera de
la tradición tinanoviana el artículo de Brik “Ritmo y sintaxis” (1920), puesto
que allí aparece la idea de que el ritmo debe ser estimado holísticamente como impulso rítmico. Finalmente, insiste en
que la relación literatura/series sociales propuesta por Tinianov constituye,
en última instancia, una sociología
específica de la literatura.
La primera parte del
libro se titula “I. El ritmo como factor constructivo del verso” (pp. 27-74).
En el comienzo sentencia Tinianov: “El concepto de ‘material’ no sale de los
límites de la forma, es también formal; confundirlo con momentos ajenos a la
construcción es erróneo”. Se trata de la clásica definición de Tinianov para
sepultar la contraposición fondo/ forma (Panesi sugiere en el prólogo que en
sus primeros intentos los formalistas seguían recurriendo a esta “fórmula”).
La limitación que
muestran los estudios tradicionales está dada por la “usual actitud hacia la
naturaleza del principio constructivo, formante, considerado de manera estática”. Por eso deben rechazarse
analogías del tipo vaso/vino = forma/contenido, por su naturaleza estática,
espacial. Hay una desviación tradicional y guiada por el sentido común que
tiene a considerar la composición como estática, “simétrica”. “La forma de la
obra literaria debe ser comprendida como dinámica”, dice Tinianov.
El dinamismo se expresa
en el concepto de principio constructivo,
lo cual significa que no todos los elementos de la obra literaria tienen igual
valor. La forma dinámica no se produce por unión o combinación, sino por
interacción. Ese dinamismo puede ser considerado un fluir, aunque no en un sentido temporal, la obra de arte puede
prescindir del tiempo.
“Toda obra de arte
presenta una compleja interacción de muchos factores; por consiguiente, la
tarea del investigador es determinar el carácter específico de esta interacción”,
afirma Tinianov, y toma el concepto de motivación de Shklovski y Eijenbaum:
“cada factor está motivado por su lazo con los restantes”.
Hay aquí una primera
“lección” para extraer en cuanto al trabajo de enseñanza sobre la literatura y
la poesía en particular: si se siguen las aseveraciones con que Tinianov modela
su fenomenología del lenguaje poético, pues no tiene sentido hablar de “tema”,
después de “recursos estilísticos”, etc., es decir hacer una lista de componentes
y sólo después tratar de buscar algún tímido lazo que los vincule.
De acuerdo con
Tinianov,
El
principio constructivo no se reconoce en el máximo de sus condiciones que lo
producen, sino en el mínimo; pues, evidentemente, estas condiciones mínimas
están mucho más ligadas a la construcción dada y, en consecuencia, debemos
buscar en ellas la respuesta referente al carácter específico de la
construcción.
Las “condiciones
máximas” serían las “ideales”, es decir las ligadas en abstracto y general con
un género, escuela, etc. Es significativo aquí el estímulo que brinda Tinianov
al crítico para promover el estudio del carácter bien material de los “casos”
particulares, y no su reducción a principios globales y vagos de descripción,
una forma del reduccionimo.
“La revolución
literaria que hemos vivido en las últimas décadas planteó con una fuerza
extraordinaria el problema del principio constructivo en la poesía”, afirma, y
es interesante su observación en relación a la cuestión histórico-estética, la
irrupción del simbolismo y las vanguardias, y como estas escuelas artísticas -con
su crítica y revisión profunda, se puede concluir- han iluminado con nueva luz
la historia del género.
Tinianov señala críticamente
la tradición de una Ohrenphilologie
que siempre puso su acento en los aspectos fónicos y “musicales” de la poesía.
En su prólogo Panesi dice la superación por parte de Tinianov de esta línea es
una de sus grandes virtudes; no se centra y limita al carácter de “recitado” de
la poesía, y está muy atento a las cuestiones espaciales, de puesta en página,
etc. Tinianov usa el concepto “equivalentes de texto” para designar a todos los
elementos extra verbales que de algún modo sustituyen los énfasis fonéticos. La
Ohrenphilologie
es una corriente de origen alemán y bajo esta línea actuaron Eijenbaum y
Tomashevski, incluso se podría colocar bajo su influjo toda la primera etapa de
conjunto de los formalistas, que acentuó el carácter oral, fonatorio,
articulatorio y acústico de la poesía (Panesi, a la Jacques Derrida, liga esta
elección a una suerte de “logo-fonocentrismo”). El conocimiento que Tinianov
tenía de Alexander Pushkin -al parecer la gran figura de la literatura moderna
rusa- le ayudó a percibir el fenómeno desde otra perspectiva. Hay
incluso un autor que cita Panesi, Peter Steiner (El formalismo ruso. Una metapoética [1984], Madrid, Akal, 2001),
que sostiene que Tinianov escribió este libro para diferenciarse de
Tomashevski.
De cualquier modo,
Tinianov ve en la Ohrenphilologie
la virtud de haber ampliado la noción de ritmo. Al parecer, esto también es el
resultado de una cuestión histórica: “el verso libre ha alcanzado en nuestro
tiempo grandes victorias”, por ello no puede seguir usándose una noción
estrecha de ritmo (rima, etc.). Hay factores, como la mencionada rima, que en
realidad también se pueden dar en la prosa, no alcanzan para dividir poesía de
prosa.
Así cierra esta primera
parte
Resulta
aquí decisiva para las representaciones verbales la circunstancia de que éstas
son miembros de unidades rítmicas. Estos miembros se manifiestan en lazos más
fuertes y compactos que en el discurso ordinario; surge entre las palabras una
correlación por posición; con lo cual una de las características más
importantes aquí es la dinamización de la palabra, y por ende su carácter
sucesivo.
De tal manera los factores rítmicos son:
1)-el
factor de la unidad de la serie del verso;
2)-el
factor de su compacidad;
3)-el
factor de la dinamización del material discursivo; y
4)-el
factor de la sucesión del material discursivo en el verso.
La segunda parte de El problema de la lengua poética se
llama “II. El sentido de la palabra poética” (pp. 77-175).
La idea central que
desarrolla aquí Tinianov es que la palabra “no tiene un significado preciso”,
lo adquiere de sus contextos lingüísticos, de las oraciones que integra. Dice
que “la palabra es una especie de receptáculo cuya contenido variará acorde con
la estructura léxica en la que esté ubicado, y con las funciones de cada uno de
los elementos del discurso.” La palabra aislada no existe; la
palabra del “diccionario” es simplemente la palabra en un contexto determinado.
Da el ejemplo del vocablo “tierra”, que ya remite al planeta, ya a suelo, ya a
patria…
Retoma de Jean-Paul la
idea de que las palabras son duales: tienen un significado “usual” y uno
“ocasional”.
Johann Paul Friedrich
Richter, más conocido como Jean Paul (Winsiyllandel, 21 de marzo de 1763 -
Bayreuth, 14 de noviembre de 1825), fue un escritor alemán. Jean Paul se ha
ganado un lugar especial en la literatura alemana y siempre ha dividido a los
lectores. Para algunos es merecedor de una veneración suprema, para otros, de
desinterés y reprobación. La tendencia romántica a hacer desaparecer la forma
en la novela fue llevada hasta su cúspide por él; August Wilhelm Schlegel
calificó a sus obras de «soliloquios», en los que permitía a los lectores tomar
parte, una especie de intensificación de aquello que Laurence Sterne comenzó
con su Tristram Shandy. Jean Paul
jugó en forma constante con un sinfín de ocurrencias humorísticas y grotescas.
Sus obras se caracterizan por sus metáforas audaces y por sus tramas digresivas
y hasta cierto punto laberínticas. En ellas, Jean Paul mezclaba sus reflexiones
con comentarios sobre el quehacer literario; la sátira amarga junto a la ironía
ingeniosa y el humor suave, el sobrio realismo interrumpido por idilios estremecedores,
aunque usualmente vertidos de forma irónica. Además, su obra también contiene
crítica social y posturas políticas.
La dicotomía
usual/ocasional enunciada por Jean-Paul es frecuentada por otros autores, de
manera diversa aunque similar. Por ejemplo, el importante “maestro de los
simbolistas” Potebnia distinguía “significado” y “representación”.
Alexander Potebnja o
Oleksander Opanasovich Potebnia fue un filósofo y lingüista, además de profesor
universitario, ruso-ucraniano. Nació en 1835 y murió en 1891. Tradujo la Ilíada al ucraniano, aun cuando esa
lengua estaba prohibida bajo el Imperio Ruso. Elaboró una teoría lingüística y
de la conciencia que estás inspirada en las nociones del idealismo romántico de
Wilhelm von Humboldt, y los especialistas afirman que influyó en Lev Vygotsky.
Su mayor obra fue Lenguaje y pensamiento,
de 1862. Fue miembro de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, la más importante
en la época del imperio. En 1860 publicó su tesis doctoral Sobre algunos
símbolos de la poesía folklórica eslava. Realizó un monumental trabajo de
recopilación de diversas formas populares de la literatura rusa y sus ideas
influyeron sobre los simbolistas ucranianos y rusos, o sea la generación
anterior a los formalistas rusos, aquella con la que los jóvenes como Tinianov
se formaron y discutieron.
Tinianov destaca en
relación a las palabras la unidad de la
categoría lexical, que resulta del análisis de la palabra sometida a sus
diversos contextos. Lo que hace que una palabra sigua siendo una pese a las
variaciones es lo que Tinianov llama indicio
fundamental del significado, que se distingue de los indicios secundarios del significado.
En una nota Tinianov
asimila el indicio fundamental en semántica al fonema en fonética. Por otra
parte señala que ya había una tradición en distinguir significado (habitual) y
sentido (ocasional) en las palabras. Esta dualidad también se la enfoca en
algún momento como “material” (en sentido de objetivo) versus “formal” o en los
términos ya señalados para Jean-Paul y Potebnia.
Tinianov toma un
ejemplo de escritores donde se ve la contraposición adversarios/combatientes. De
acuerdo al discurso periodístico de opinión política de la prensa escrita argentina de los últimos
tiempos creo que sería buen ejemplo la contraposición enemigo/adversario, para
ver en términos positivos y negativos el “modo de ser” del gobierno versus el
abrazo Perón/Balbín, etc. Es decir, la palabra “enemigo” ubicada en tiempos de
la guerra de la independencia (“San Martín derrotó a los enemigos realistas”)
tiene un sentido en relación a una connotación bélica y, obviamente, de matiz
positivo para quienes celebran la emancipación nacional, pero juega de otro
modo en un contexto democrático, donde no existe un bando extranjero, todos
somos argentinos, no hay enfrentamiento bélico sino institucionalidad
democrática, y entonces enemigo adquiere una valoración negativa. Tinianov,
precisamente, habla en su ejemplo de los tonos
emotivos que se juegan en la articulación de unos y otros indicios.
Da como ejemplo a
continuación la palabra “hombre” en una decena de contextos. En uno de ellos
(“¡Hombre!”) subraya que el aislamiento
sintáctico de la palabra contribuye a hacer desaparecer las asociaciones
objetivas de la imagen, y pasa a primer plano la entonación aislante, o sea los elementos emotivos que la acompañan,
ese tono emocional alimenta las significaciones secundarias que la rodean e integran
el cuerpo del significado.
Tinianov toma de Wunt la idea de “abierta combinación verbal” para aquellos casos en los que se atenúa el matiz objetivo de la palabra, se lo desplaza y avanza el emotivo.
En “hombre joven”, el
segundo término (indicio secundario) supone una parcial anulación del indicio
fundamental a partir del carácter restrictivo del complemento, no hay aquí
emotividad. Como se puede ver lo que hace Tinianov es un análisis muy minucioso
de ejemplos tomados de la literatura y de la vida cotidiana, pero que están muy
ligados al uso vivo de su lengua, una dinámica que seguramente, traducciones
mediante además de otra época y contexto cultural, se le pierden al lector
actual o puede no compartir, total o parcialmente.
En el calembour de Andre Bieli “Hombre, rostro
del siglo”, indica que se produce un borramiento parcial del indicio
fundamental y la evidenciación de los
indicios fluctuantes del significado (“rostro” y “siglo” llevan a “hombre”
hacia un registro culto, “elevado”). Dice que utiliza la palabra “fluctuantes”
para dar cuenta de la inestabilidad de dichos indicios secundarios. Podría
aquí, por lo tanto, establecerse, a partir del uso, una gradación en torno a la
mayor o menor “permanencia” de ciertos indicios semánticos.
En algunos casos,
sostiene, los indicios secundarios pueden llegar a desplazar completamente al
indicio fundamental, quizás esto sea señal de la característica léxica de
algunas palabras. Da como ejemplo el uso de injurias que, por la entonación, se
convierten en felicitación (si se utiliza la expresión “¡Qué guacho!” para
felicitar a alguien que acaba de aprobar un examen con diez, las palabras se
han vaciado de significado objetivo para mantener únicamente su capacidad de
exaltación, el énfasis; lo cual demuestra que fueron tomadas muy en serio en
cuento a su contenido de significación “real”).
“Cada palabra aporta la
connotación que le confiere su ámbito discursivo más común y habitual”, dice
Tinianov. Aquí habría varias cosas para señalar: uno, el uso del concepto de connotación; dos, la cercanía con las
ideas de Mijail Bajtín y Valentín Voloshinov. De acuerdo con esta afirmación el
matiz léxico fundamental viene dado por el contexto discursivo (otros dirán
“discurso”, “discurso social”, “género discursivo”) antes que por el término en
sí. Se podría especular y probar cuándo este fenómeno es más evidente y cuándo
no. Por ejemplo, parece que hay ciertos morfemas que es difícil determinar en cuanto
a su pertinencia inmediata a un contexto social determinado -por ejemplo,
“hombre”, “perro”- pero no es así en otros casos -“inflación”, “amén”-. Cada
contexto impone a las palabras ciertas funciones y no otras, dice Tinianov.
Las anteriores
observaciones se proyectan también sobre la literatura y su historia, cuando se
mencionan, por ejemplo, las “palabras” de la novela de caballería, del
Modernismo, etc. Aquí se vuelve fundamental el trabajo literario sobre la
tradición, para afirmarlo y retomarlo o para posicionarse en contra de usos
anteriores.
De acuerdo con
Tinianov, y para que quede claro este trabajo fuerte y decidido sobre la
tradición:
La
‘lengua literaria’ tiene un desarrollo que no se puede interpretar como
desarrollo sistemático de una tradición, sino más bien como una sucesión de
eliminaciones de tradiciones existentes.
La lengua poética se
nutre de esa multiplicidad de variaciones, a diferencia de la lengua cotidiana
que más bien se fija a elecciones únicas. Este fenómeno -tanto como la creación
de nuevas palabras- se explican de alguna manera por la hegemonía del ritmo en
la poesía. Tinianov cita la necesidad de gran posibilidad de sinónimos en
ciertas etapas de la poesía alemana para poder ajustar a través de la elección léxica
las necesidades de ritmo y métrica; de igual modo dice que Ovidio y Horacio,
Lucrecio y Virgilio, “inventaron” palabras para poder someterlas a las demandas
de la estructura del hexámetro.
Este último ejemplo lo
toma de Heinrich Wölfflin (1864-1945), famoso crítico del arte suizo, profesor
en Basilea, Berlín y Munich, y considerado como uno de los mejores
historiadores de arte de toda Europa. Wölfflin definió la
historia del arte como una historia más bien independiente del contexto social,
económico o religioso a través del Renacimiento (siglo XVI) y el Barroco (siglo
XVII). Prefería hablar de una "historia de los estilos" y de "la
vida íntima del arte" (Renacimiento
y Barroco, 1888). Analizó las diferencias de estos dos estilos insistiendo
en que a finales del siglo XVII se produjo un cambio semejante pero de sentido
inverso, una "vuelta atrás".
La breve intercalación
de datos sobre Wölfflin -como otros que se hicieron antes- buscan resaltar la
variedad disciplinaria y diferente dirección de las lecturas de Tinianov y de
los formalistas rusos, y sacudir la idea que los califica exclusivamente como
deudores y herederos de las novedosas ideas lingüísticas de comienzos del siglo
XX.
“La introducción de una
vena léxica en el verso se debe entender siempre en términos constructivos”,
subraya Tinianov y da como ejemplo de la poesía rusa a Mikhail Lomonosov quien
explotaba los indicios secundarios en sus odas, procedimiento que le permitía
acentuar el componente emocional. De tal modo trabajaba la lengua eslava eclesiástica
para fijar el tono alto y usaba las formas dialectales para los matices
humorísticos. Pero no usaba “todo” el dialecto, le bastaban algunos vocablos
dialectales bien escogidos para imprimir
esa coloratura.
Tinianov se mueve en la
historia de la literatura rusa para mostrar cómo los arcaísmos pueden adquirir
matices diferentes de una época a otra, en algunas connotan “tradición”
mientras que en otros toman un sentido paródico, la variación se debe al contexto
en que se integran:
La
serie rítmica del verso es todo un sistema de condiciones, que influyen de modo
particular sobre los indicios fundamentales y los indicios secundarios del
significado y sobre la desaparición de los indicios fluctuantes.
“El primer factor es la unidad de la serie”, dice Tinianov, y
señala a la vez la mayor o menor autonomía de la serie. Las series breves y los
versos uniformes son menos libres y viceversa. Cuando la autonomía es mayor los
límites son menos perceptibles, “cada serie marca con profundidad sus límites”.
“Las condiciones de
separación constituyen un hecho coercitivo del verso”, que se sobreimprimen a
las normas gramaticales (sintácticas sobre todo) habituales. Se trata de “un
poderoso recurso semántico de evidenciación
de las palabras”. Juego que se da entre
1) la importancia de
los límites de la serie; y
2) la no coincidencia
de los límites de la serie y del período con los de la unidad sintáctica (los
encabalgamientos, enlaces internos, etc.), que se refleja en la particular
figura de la entonación.
A través de una serie
de ejemplos muestra como el encabalgamiento ya puede servir para “extender”
semánticamente una entonación interrogativa, ya el sujeto de la acción, o una
porción del predicado que se convierte en “desenlace” o conclusión. A veces el
encabalgamiento siga la pausa sintáctica y por lo tanto se atenúa, aparece
motivado; otras veces apunta en el sentido contrario, enfatiza el quiebre.
Analiza como
ilustración un poema de Vladimiro Mayacovsky para mostrar cómo se disponen en
aislamiento lo conectores “y” y “o”, y subraya que cuanto menor peso semántico
tengan tradicionalmente tales términos más fuertemente se cargan por su disposición
en la serie poética. Dicta una suerte de ley: cuanto menos significativa es la
palabra evidenciada mayor es la deformación que ofrece el poema.
Tinianov menciona una
sentencia del preceptista neoclásico francés Nicolás Boileau que dice: “La
armonía no sólo toca el oído sino también el espíritu”. Afirma que es la frase
es acertada, aunque Boileau simplificó sus consecuencias hasta hacerlas
irreconocibles; para Tinianov habría que “traducir” “armonía” en los términos
de “correspondencia” o “motivación por el ritmo”. Al parecer lo que Tinianov busca
resaltar es que esas frases de sentido común tradicional, del tipo “en la
poesía las palabras ocupan su lugar justo”, de alguna manera anticipan
imprecisamente el fenómeno que él busca estudiar. Cita a un autor, Pleitnov,
que en sus análisis de poesía distinguía entre melodía y armonía; la
primera es más fácil e inmediata de alcanzar, tiene que con el estímulo agradable
que general las palabras; la segunda supone: “la plenitud de sonidos adecuada a
la extensividad del sentido”. Dicha extensividad, dice Tinianov, coincide con
el efecto del ritmo sobre la semántica.
La significatividad
semántica de la palabra en poesía está determinada por la significatividad del
ritmo. La palabra en poesía es palabra dinamizada, reforzada (deformada) en general, y los procesos del discurso
aparecen luego. Tinianov toma la idea del semasiálogo A. S. Shislikov de
“refuerzo del significado”, que se obtiene por la posición de la palabra. Ese
refuerzo, por ejemplo, funde dos conceptos en una sola palabra.
Cita a Goethe:
(…)
para escribir en prosa es necesario decir algo por lo menos; quien no tiene
nada que decir puede sin embargo escribir versos y buscar rimas, y una palabra
sugiere la otra y finalmente parece que se logra algo; y aunque no signifique
nada parece, sin embargo, que significa algo.
“Tratemos de entender su definición de la
nueva lírica -dice Tinianov-. No hay nada que decir, o sea no hay nada que
comunicar; no existe una idea que necesite ser objetivada”, no hay en poesía un
contenido comunicable. En este dirección también cita a Novalis quien habla de
la falta de nexos y sentido en la poesía, pero prefiere retomar las
observaciones del ya mencionado Wundt.
Wilhelm Maximilian
Wundt (1832-1920) fue un fisiólogo, psicólogo y filósofo alemán, célebre por
haber desarrollado el primer laboratorio de psicología en Leipzig, disciplina
que alcanzó, gracias a ello, la categoría de ciencia. Su teoría logró, por
medio de la instauración de un paralelismo psicofísico, llevar indirectamente
la conciencia al laboratorio experimental y, de este modo, incluirla como
objeto de estudio. De acuerdo con Wundt, los psicólogos no
estudian el mundo exterior per se;
estudian los procesos psicológicos mediante los cuales el ser humano
experimenta y observa el mundo exterior. Además, los experimentadores no pueden
separarse a sí mismos de sus objetos de estudio, dado que están estudiando sus
propios procesos conscientes.
Mientras que los
físicos tienen sus instrumentos, la herramienta de los psicólogos es la
autoobservación experimental o introspección. Ahora bien, la introspección de
Wundt era un proceso rígidamente controlado, y comprendía medidas objetivas,
como tiempos de reacción y la asociación de palabras.
En sus introspecciones,
Wundt y su equipo de estudiantes identificaron dos elementos básicos de la vida
mental: sensaciones y sentimientos. Para ellos, los complejos y cambiantes
procesos mentales resultaban de las conexiones o de síntesis creativas de esos
elementos, mas no en el sentido clásico de la física mecanicista. Para Wundt,
las sensaciones y sentimientos no eran solamente elementos que chocan e
interactúan. Al igual que John Stuart Mill, adoptó un modelo de la mente que
hacía énfasis en los principios químicos y no en los mecánicos. Según Wundt, la
mente es una fuerza creativa, dinámica, volitiva. Nunca podría ser entendida
mediante la simple identificación de sus elementos o su estructura estática.
Por el contrario, debe entenderse a través del análisis de su actividad.
Tinianov cita esta
frase de Wundt:
Las
emociones asociadas directamente a los mismos objetos (estéticos) son limitadas
en sus cualidades específicas por la propia relación en que se encuentran las
partes de determinada representación. Esta relación tiene algo de objetivo,
independientemente del modo particular en que actúa sobre nosotros la
influencia de las impresiones.
Como se ve a Tinianov le interesa más una especulación de base científica sobre el fenómeno poético, antes que las imprecisas definiciones de los románticos.
Retomando la cita
anterior de Goethe, Tinianov suma ejemplos para mostrar que pese a que una
palabra no haya dicho nada, la presión de la serie sobre ella hace parecer que
sí por su compacidad. La
actualización de los indicios fluctuantes puede dar la idea de un cierto significado
completo, aun cuando el indicio principal haya sido extirpado. Así ocurre por
ejemplo con los usos de nombres propios en la poesía (las Circes, Antígonas,
etc.).
Define como significado imaginario la fuerte intensificación
de un indicio fluctuante, algo que practicaron los simbolistas. “A causa de
esta inestabilidad asume gran importancia la compacidad, primero de la serie y luego del período o la estrofa”,
como causa de ese tipo de significado. Cita como ejemplo a
otro favorito de los formalistas, el futurista Velimir Jlebnikov, y marca como
curiosidad la actitud del público lector frente a este tipo de poesía. Dice que
la tomaban como una “adivinanza”, leían y meditaban como si se tratara de
encontrar qué quería decir -un significado objetivo- antes que un significado
poético.
Se
puede decir que en poesía cada palabra es una nota léxica característica. La
compacidad de la serie opera aumentando la fuerza comunicativa, asimilativa,
del matiz léxico de toda la serie poética; además determina una cierta unidad
del tono léxico, reforzado o bien delimitado y cambiado […] El indicio léxico
no elimina los fluctuantes,
observa Tinianov.
Destaca el papel
decisivo de dos elementos: la rima y la “instrumentación”. Entiende por instrumentación
aquellos elementos que tienen que ver más con la naturaleza “musical”, sonora
de los versos. Por ejemplo las repeticiones, el parentesco fonético entre los
sonidos, las onomatopeyas y metáforas sonoras.
Tinianov retoma la
polémica que Víctor Sklovski estableció con Potebnia en su artículo “El arte
como artificio” (1917), y señala que ya
en Quintiliano, a quien cita Potebnia, estaba dicho que la imagen cumplía en el
arte diversas funciones. Para Tinianov, Potebnia sigue preso del prejuicio de
pensar a la poesía en términos comunicativos y no teniendo en cuenta sus
factores constructivos. Concluye que las leyes de desarrollo de la poesía son
distintas que las de la prosa; esto se ve también en el factor tiempo, que en
la poesía no existe. La poesía “desmenuza” el tema, no lo extiende.
Para concluir, es
necesario destacar de qué manera Tinianov, seguro de los conceptos y la
perspectiva teórica en fundamente sus apreciaciones, mira hacia atrás y
encuentra en numerosos autores -poetas y críticos-, desde Goethe y Potebnia, el
preanuncio de sus afirmaciones, afirmaciones que hasta su presente habían sido
ignoaradas, disfrazadas o tratadas con indiferencia y que ara necesario
desempolvar, actualizar y fortalecer teóricamente. Hacia delante, el trabajo de
Tinianov ha dejado una fértil descendencia que en la actualidad se continúa.
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