En diversos
diccionarios, enciclopedias y manuales de teoría literaria se pueden encontrar
buenas síntesis de la escuela del formalismo rusos, sus integrantes y
fundamentos teóricos y metodológicos fundamentales. En la antología Teoría de la literatura de los formalistas
rusos, que ustedes deben leer de manera completa con la guía del Taller de
lecturas teóricas, cumplen de alguna manera ese rol de síntesis el “Prólogo”
escrito especialmente para el volumen por Roman Jakobson en 1965, la
“Presentación” de Tzvetan Todorov -su compilador y traductor- y sobre todo el
ensayo de Boris Eichembaum denominado “La teoría del ‘método formal” (pp.
21-54), publicado originalmente en 1923.
Una de las
introducciones al pensamiento y el quehacer de los formalistas editadas de
manera más temprana y que al día de hoy sigue siendo insuperable fue pergeñada
por Victor Erlich a mediados de la década del cincuenta.
Víctor Erlich nació en
Rusia en 1914 y murió en los Estados Unidos en el 2007, país donde hasta su
retiro se mantuvo al frente del Departamento de Lengua y Cultura Rusas de la
Universidad de Yale. Este historiador de la literatura dio a conocer en 1955 el
mejor y más profundo estudio sobre la corriente formalista rusa. El volumen en
cuestión se llama El formalismo ruso,
historia y doctrina.
En 1974 la editorial
Seix-Barral lo tradujo al castellano. Son lectura obligatoria de la materia los
capítulos 2 (“Hacia el formalismo”), 3 (“La aparición de la escuela
formalista”), 4 (“Los años de enfrentamiento y polémica. 1916-1920)”, 10
(“Conceptos básicos”) y 11 (“Literatura y ‘vida’”).
La lectura simplificada
de artículos como “El arte como artificio”, de Víctor Sklovski, ha llevado a
concebir la propuesta de los formalistas como una reacción a las ideas de la
corriente simbolista. Erlich muestra -en el apartado segundo de su estudio, sobre
el que se pondrá el foco en esta clase- aspectos mucho más complejos e
interesantes de esa relación.
De acuerdo con el autor
a lo largo de la segunda mitad del siglo diecinueve los simbolistas son parte
importante de un reacomodamiento de los géneros literarios en Rusia; desplazan
a la narrativa, privilegian la poesía y la reflexión sobre el verso. Así, dice
Erlich, “en la era simbolista, esta alianza del artista con el teórico tomó la
forma de una simbiosis orgánica”.
También señala como
característica del simbolismo una cierta propensión filosófica, que se mezclaba
con el “sentido incesante de catástrofe” (Aleksandr Blok), de un mundo que se
termina, y que Erlich vincula con la revolución bolchevique de 1917.
Entre los simbolistas
más significativos hay que destacar en primer lugar a Vjaceslav Ivanov. Además
de su papel como promotor cultural, se desatacó por insistir con una perspectiva
que busca superar la dicotomía mecanicista forma/contenido. Cultivó un modo
diferente al de sus antecesores para considerar el fenómeno lingüístico; la
lengua dejó de estar confinada a la función informativa, a ser una mera
herramienta que trasmite información sobre el mundo, para ser estimada en sí,
por su naturaleza específica. Ivanov sostuvo que existía una “unidad orgánica”
entre sonido y sentido; escribió: “la forma se vuelve contenido, el contenido,
forma”, aun cuando veía en esa particular naturaleza de la creación poética una
“elevación” esotérica.
La relación entre
significado y significante, antes que arbitraria es “intrínseca, orgánica”,
después se dirá: motivada.
Andrej Belyj escribió
el ensayo La poesía lírica como
experimento, donde se centraba en los aspectos técnicos del poema, y
buscaba descubrir las “leyes empíricas” de la estructura del verso. De 1910 es
su libro más famoso: Simbolismo. Allí
reflexionó que “una sucesión perfectamente regular de acentos” no es posible ni
deseable en poesía; “las irregularidades métricas prestan al verso la cualidad
de la agilidad y variedad rítmicas”, en contra de lo que sostenía el
pensamiento clásico en estética que encontraba la belleza y la perfección
estética en la máxima regularidad. Se trata de una idea que más tarde las
vanguardias llevarán hasta las últimas consecuencias.
Belyj saludó al verso
irregular “como intrínsecamente superior al regular, y teorizó la noción de
ritmo -superior al metro- a partir de esa noción. Sobre esa contraposición
metro/ritmo escribió más tarde El ritmo
como dialéctica (1929).
Belyj sostuvo que cada
escuela literaria tiene una poética “propia” que resulta de un conjunto más o
menos delimitado de técnicas, recursos artísticos, los cuales en definitiva
permiten caracterizar, en términos rítmicos, a cada nueva corriente en términos
de una modificación o violación del canon métrico dominante. Siguiendo el hilo
de esta formulación Belyj intentó determinar los patrones que se encontraban
detrás de cada poeta notable, es decir, en otras palabras, su estilo. De
acuerdo con Erlich, su logro mayor fue el trabajo de análisis de la obra de
Nicolai Gogol.
Belyj soñó con
convertir a los estudios literatios en una ciencia exacta; así avanzó en el
análisis estadístico de los versos. El propio Roman Jakobson criticó esta
variante de análisis porque se apartaba de toda reflexión sobre los aspectos
semánticas y quedaba sepultada en el mero establecimiento numérico de cuántos
fonemas se repiten, cuáles, cuántos morfemas, etcétera.
De acuerdo con otra
destacada figura del simbolismo, Valerij Brusov: “la técnica poética puede y
debe estudiarse”. Bjrusov enfatizó en su quehacer la estrecha conexión
existente entre “los niveles fónico, semántico y gramatical del lenguaje
poético”. Se opuso, por otra parte, a juzgar a las nuevas corrientes poéticas
como desintegración de las formas clásicas; su razonamiento era sencillo: es
mejor hablar de la integración de nuevos cánones que estimarlo como
descomposición de los antiguos.
Como ocurría con Belyj,
también en Bjrusov la búsqueda de un exceso de precisión culminó en una marcada
confusión conceptual y expositiva.
Según Erlich se da la
paradoja de que cuando los principales textos teóricos de los simbolistas se
publican, a partir de la segunda década del siglo veinte, el movimiento ya
perdió su fuerza.
Entre las nuevas olas que
llegan a la playa se encuentra el acmismo y la revista Apollon, donde publican dos grandes portas: Osip Maldestam y Ana
Axmatova. Los acmeistas subrayan el rigor de la forma pero sobre atacan los
ímpetus espiritualistas de los simbolistas.
En igual sentido
apuntan los futuristas. En 1912 publican su manifiesto o carta de presentación:
Una bofetada en la cara del gusto público.
Vladimiro Majakovskij y Velemir Xlebnikov, entre los más destacados, atacan las
formas lingüísticas tradicionales en todos sus niveles y componentes, se burlan
de los temas sentimentales, de la cargada fusión alma/naturaleza. "Hemos
invadido los susurros amorosos de los delicados pórticos con el paso del
ciempiés de los siglos. Estos son nuestros ritmos: la cacofonía de las guerras
y las revoluciones", escribió Majakovskij.
Xlebnikov estableció
una distinción tajante entre la palabra poética y la palabra cotidiana. Pero
tal distinción, al revés de la postulación simbolista, no catapultaba al poema
fuera de sí, hacia una realidad “trascendental”, todo lo contrario. La palabra
poética se convirtió en un fin en sí mismo. La “espiritualidad” era un lastre
para el verdadero arte, sostenían los jóvenes futuristas.
Practicaron un
“antipsicologismo agresivo” y la lucha por la emancipación de la palabra los
llevó a postular que la poesía debía romper las cadenas de su “servidumbre
tradicional al significado”. La práctica extrema de tal consideración será la
que lleva a la práctica Xlebnikov con su poesía “transracional”, en la cual el
triunfo del significante dinamita el plano semántico.
“Abstraída del
sentido”, decía Xlebnikov, “la palabra se vuelve autosuficiente”, desplaza al sujeto
borroso que la pronuncia, desplaza al mundo al cual ya no sirve como
referencia.
De acuerdo con Majakovskij:
El
arte no es una copia de la naturaleza, sino la determinación de forzar a la
naturaleza de acuerdo con sus reflejos en la conciencia individual.
Los futuristas hablaban
de “distorsión creadora” (como se ve una idea no muy alejada al “extrañamiento”
de los formalistas); en lugar de pensar el arte como los realistas o sea según
las metáforas del espejo y el reflejo,
la mímesis, aseveraban que el arte tendía hacia el desplazamiento de los
objetos y su interpenetración. Como se ve son ideas cercanas a las de Pablo
Picasso: quizás por ello los futuristas de Moscú su autodenominaban
“cubofuturistas” (aunque en realidad se pueden encontrar vasos comunicantes con
todas las escuelas de las vanguardias históricas).
El otro aspecto que
señala Erlich por el cual los futuristas se oponen a los simbolistas, es por su
empeño en “sacar a las calles” a la poesía. De “guardián del misterio” el poeta
pasa a ser un artesano, un técnico, pierde su halo de trascendencia.
En el ensayo Cómo
hacer versos Majakovskij afirma:
La
poesía es una especie de producción (…) una producción ciertamente muy difícil
y complicada, pero producción al fin.
O según la sagaz
conclusión de Erlich: “la creación poética se convierte en materia de
tecnología más que de teología”.
Erlich reflexiona
también que quizás los aportes teóricos de los futuristas no tuvieron el brillo
intelectual y la erudición que el que mostraban los simbolistas, porque
Xlebnkov y sus compañeros venían de un sector más plebeyo de la sociedad, con
una formación cultural más limitada.
Y cierre el capítulo
describiendo una “alianza” histórica:
Desarrollar
una nueva poética -vindicar teóricamente la revolución futurista del verso
ruso- era una tarea que requería el esfuerzo de los estudiosos profesionales de
la literatura familiarizados y sintonizantes con la nueva poesía. En realidad
este movimiento crítico había llegado ya a la existencia. Dos tendencias
paralelas convergían: si el poeta precisaba de la asistencia del estudioso de
la literatura, éste buscó en su alianza con la vanguardia literaria una salida
del callejón sin salida al que había llegado el estudio académico de la
literatura.
La clase ha tomado como
eje exclusivo “Hacia el formalismo”, el capítulo segundo del ensayo de Erlich
sobre todo para mostrar que la escuela de los formalistas rusos no surgió de la
noche a la mañana y no conoce antecedentes. Los hay, sin duda. Erlich
desarrolla algunos de ellos en esta sección dos de El formalismo ruso, historia y doctrina. Otras influencias se
encuentran en los capítulos que siguen.
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