En la clase inicial les
pedimos que leyeran “Casa tomada” de Julio Cortázar -un relato originalmente
publicado en la revista Los Anales de
Buenos Aires, editada por Jorge Luis Borges en 1946, y recogido luego en Bestiario, en 1951- mientras que en las
apostillas a esa primera clase reflexionamos sobre las categorías que se ponen
en juego en toda lectura. La idea central que se busca transmitir es que el
sentido -si se quiere, la “interpretación”- no deviene de la simple atención
que se le dedica a un texto, sino que un ejercicio tal, de un modo u otro,
consciente o inconscientemente, está “guiado” por esquemas de diferente
naturaleza.
Por ejemplo, basta con que
se presente a “Casa tomada” como un cuento para que el lector adecue sus
expectativas a una cierta forma. Del mismo modo cuando nos enteramos de quién
es su autor, del cual ya se sabe que es una de las grandes figuras de la
literatura argentina contemporánea, que su literatura suele mostrar juegos
experimentales, novedades formales, etcétera. También se sabe que “Casa tomada”
cuenta con el aval institucional de pertenecer al plan oficial de estudio de
las escuelas medias (con el auspicio del Ministerio de Educación se encuentra
en http://planlectura.educ.ar/);
en fin, un “clásico” nacional. Este conjunto de elementos que no forma parte de
la letra del relato, y que tampoco puede resumirse a lo que se denomina
paratexto, sin embargo “completa” a la obra en lo que hace a su valor y
sentido.
El cuento en sí puede ser
encuadrado en los términos del “fantástico cotidiano”, una característica de
estilo que suele ser subrayado en relación, sobre todo, a los primeros cuentos
cortazarianos. Incluso podría abrirse un debate acerca de si se trata o no de
un cuento fantástico, en tanto y en cuanto la situación planteada dejaría
abierto el punto sobre si los hechos ocurridos son de naturaleza sobrenatural o
no, y pertenecen más bien a la psicología de los personajes.
Hay una bibliografía
amplia que subraya esta apreciación. Por ejemplo, Noé Jitrik tempranamente
subrayó que una característica de la literatura rioplatense es la rica
vertiente fantástica (Horacio Quiroga, Felisberto Hernández, Adolfo Bioy Casares,
Jorge Luis Borges), y dentro de ella el dato particular de la escritura
cortazariana es que en ella lo fantástico “irrumpe desde el interior” (“Notas
sobre la ‘zona sagrada’ y el mundo de los otros en Bestiario de Julio Cortázar, en AA VV, La vuelta a Cortázar en nueve ensayos. Buenos Aires, Carlos Pérez
Editor, 1968).
Hay una interpretación
ya canónica de este cuento que podríamos adjetivar como de tinte sociológico,
que ve en él una alegoría acerca de los sentimientos que en las clases sociales medias y altas de la
Argentina produjo la irrupción de las masas trabajadoras en la época del
peronismo histórico. El temor por la creciente pérdida de privilegios.
“Casa tomada” comienza
así:
Nos
gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas
antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los
recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la
infancia.
El nosotros se extiende
a una genealogía “patricia”, en una representación de estereotipo casi sin
estilización de las oligarquías criollas:
No
necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba la plata de los campos
y el dinero aumentaba.
Y se repite también de
manera recurrente una mirada hermenéutica de raíz psicoanalítica, que pone en
el centro una (sugerida) relación incestuosa entre hermanos.
Entramos
en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y
silencioso matrimonio de hermanos,
dice el relato. Y un
poco después:
Nuestros
dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier
cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce
a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.
Un elemento clave de
esta interpretación, pero no solo de ella, es la relativa impasibilidad, la
resignación con la que los personajes aceptan su creciente pérdida y terminan
abandonando su hogar, como si aceptaran estar pagando culpas (en contra de la
“versión” de criaturas llenas de miedo que recurrentemente algunas
representaciones en dibujos e historietas han tentado -cfr. ilustración de la izquierda-):
–Tuve
que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó
caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
–¿Estás
seguro?
Asentí.
–Entonces
–dijo recogiendo las agujas– tendremos que vivir en este lado.
¿Cuál es la lectura
correcta, la interpretación “verdadera”? Por supuesto que se trata de
interrogaciones que no solamente no se pueden contestar, sino que el simple
hecho de su planteamiento es impertinente. En su propia naturaleza el arte y la
literatura escapan a tal tipo de precisiones.
La teoría de la
literatura, finalmente, percibe a las lecturas (sobre todo, a las lecturas
críticas fuertes, aquellas que se imponen: un texto es la historia de sus lecturas)
como operaciones de sentido. Selección de elementos, relaciones, “otorgamiento”
de significados que enhebran, con mayor o menor talento y fuerza persuasiva,
instauran interpretaciones.
De acuerdo con Susan
Sontag:
Así
pues, la interpretación no es (corno la mayoría de las personas presume) un
valor absoluto, un gesto de la mente situado en algún dominio intemporal de las
capacidades humanas. La interpretación debe ser a su vez evaluada, dentro de
una concepción histórica de la conciencia humana. En determinados contextos culturales,
la interpretación es un acto liberador. Es un medio de revisar, de transvaluar,
de evadir el pasado fenecido. En otros contextos culturales es reaccionaria,
impertinente, cobarde, asfixiante.
(Contra la interpretación y otros ensayos
[1966], Barcelona, Seix Barral, 1984, traducción de Horacio Vázquez Rial, página
19)
Para cerrar dejamos la Ficha de trabajo número uno, donde se reproduce una interesante reflexión de
Julio Cortázar sobre el cuento y se suman algunos ejercicios para resolver.
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