1.
Lo
que sigue es una acción de emergencia que busca suplir la clase teórica
presencial que debería en este mismo momento estar desarrollándose en el aula
206 del segundo piso de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional de la Pampa, sede Santa Rosa. La idea es continuar con esta práctica
mientras se le da pelea al virus corona y se imponen una serie de restricciones
institucionales con tal fin.
La
clase hubiera comenzado con un saludo -¡Muy
buen día!- y la presentación de los profesores que integran la cátedra de Teoría y análisis literario. A
continuación se habrían detallado los horarios y las aulas en que llevarán
adelante los teóricos, los prácticos y el taller de lecturas teóricas, así como
las características y las fechas de evaluación para parciales, entrega de
trabajos prácticos y recuperatorios. Toda esa información ya fue volcada en este blog. Es obvio que las fechas y características de las evaluaciones
podrían variar, pero eso no es algo que por ahora se pueda prever; habrá que
esperar.
Se
habría pasado asistencia siguiendo la lista de inscriptos y se hubieran
repasado los lineamientos generales del programa, más allá de los números que
lo ordenan para la formalidad del papel.
En
el programa de la materia hay un bloque inicial de características más epistemológicas,
destinado a charlar de manera introductoria sobre el nombre de la asignatura,
sobre los conceptos teoría, análisis y literatura, atentos sobre todo a que uno de los objetivos buscados es
que los estudiantes vayan apropiándose y sean capaces de manejar un vocabulario
técnico específico, propio de la teoría de la literatura.
Un
segundo bloque está destinado a la escuela de los formalistas rusos y la
lectura completa de la clásica antología compilada por Tzvetan Todorov.
El
tercer bloque adquiere la perspectiva de la comunicación y la semiología para
juzgar el fenómeno literario, a través de las figuras de Mijail Bajtín, Jan
Mukarovsky e Iuri Lotman.
El
cuarto bloque reúne las visiones del estructuralismo y el posestructuralismo
sobre los problemas estéticos.
El
quinto bloque es que, de manera general, se ha optado por denominar “sociología
de la literatura” y engloba los ensayos de Gyorgy Lúkacs, Raymond Williams y
Pierre Bourdieu.
La
sexta y última sección tarta de una aproximación sobre el fenómeno literario
desde la teoría de los discurso sociales (Jonathan Culler, Regine Robin).
2.
El término castellano teoría proviene del griego θεωρία, que
remite a un saber especulativo; está asociado etimológicamente a la acción de
ver, de contemplar, e incluso hay especialistas que señalan en la formación de la palabra un morfema indoeuropeo que remite bien
significativamente al significado “brillar”. En el pensamiento griego clásico -en
los escritos de Aristóteles, por ejemplo- el teórico es el tipo de conocimiento
más perfecto; se lo define en los términos de un proceso racional que orienta
su lógica hacia la fundamentación sólida de los fenómenos, es decir que su
causa última es la verdad. En aquel mundo clásico la teoría, paradójicamente si
se la mira desde la actualidad, aparece enfrentada al mundo, al conocimiento vulgar que procuran los sentidos;
en los términos de Platón la matemática es la mayor de las ciencias
precisamente porque se trata de una creación intelectiva pura, es fruto exclusivo
del pensamiento de los hombres, está limpia del barro y la confusión que
procuran los estímulos empíricos.
En el mundo contemporáneo,
el de la ciencia moderna surgida allá hacia fines del siglo dieciséis y comienzo
del siguiente, la teoría será estimada como un saber hipotético y probable; el
inicio de una secuencia lógico-deductiva que posibilita el máximo de
certidumbre posible con respecto a aquello que postula, de acuerdo siempre a la
contrastación empírica de sus enunciados.
Con trazo grueso se
puede señalar que en la Antigüedad la θεωρία se concebía
opuesta a la πραξις. Esta última se
relaciona con el saber práctico, cotidiano, que está urgido por la necesidad
del hacer inmediato, mientras que aquella se desentiende de la inmediatez pera
sumergirse en la profundidad, lo esencial, la forma, el concepto. Esa distinción
fuerte se difumina en la Modernidad, cuando la irrupción de la ciencia y su
método imponen otros protocolos para la fundamentación de la verdad.
En síntesis puede
decirse que es el ámbito del conocimiento nomológico, el de los principios, las
normas generales, las leyes científicas.
La palabra análisis
también es de origen griego; proviene de ἀνάλυσις) que quería decir “separar” (ana, separación; lysis, disolución). Su equivalente en la lengua latina clásica es descompositio. O sea que el análisis se
relaciona con una operación básica del saber, la fragmentación de un fenómeno en
las partes que los constituyen, para así poder estudiarlas con mayor detenimiento
y dar mejor cuenta, con posterioridad, de las conexiones que dan “completud” y “compacidad”
al todo que las reúne.
En la ciencia moderna
el análisis es el inicio y comienzo desencadenante del proceso de la investigación.
Como se puede ver rápidamente, su origen contemporáneo encuentra en las
ciencias naturalezas, en la biología, su modelo más claro y evidente: la disección
del animal o de la planta para poder comprender los modos de su nutrición o
reproducción (una práctica que, limitadamente, se sigue realizando en los
laboratorios escolares). Ahora, es también evidente que el uso literal que el
vocablo tiene para la biología a poco andar se cargará de matices metafóricos
en otras disciplinas. El ejemplo que aquí se tiene bien a mano es la gramática:
también es de reconocida fama escolar el “análisis” sintáctico. Vale la pena
recordar que Ferdinand de Saussure era un convencido positivista, y que el
positivismo, hacia el último tercio del siglo diecinueve, es la corriente de
ideas que encontraba en la biología su arquetipo científico, en el método
experimental (análisis) su piedra filosofal y en Charles Darwin a su héroe.
El impacto que la lingüística
tendrá sobre los estudios literarios desde comienzos del siglo veinte y hasta
hoy, llevará la práctica analítica a poemas, cuentos y novelas, la descomposición
de las formas mayores en sus partes constitutivas, la obsesión por las unidades
menores; tanto los formalistas rusos como los estructuralistas son buenas
ilustraciones de este “traslado”.
Por supuesto que su
suscitarán múltiples polémicas. La primera ya se encuentra en el prólogo crítico
que el filólogo español Amado Alonso dedicó a su traducción del Curso de lingüística general: ¿se pueden asimilar las ciencias
físico-naturales con las “ciencias del espíritu”? Pero más directamente: ¿se
puede asimilar la estructura de un soneto a la de una oración? ¿Se puede hablar
de “unidades mínimas” -a la manera de fonemas o morfemas- en las obras de arte?
Las respuestas a estos interrogantes son múltiples y han suscitado múltiples
polémicas.
Una fundamental se da
alrededor de si la teoría de la literatura puede ser una ciencia. Como se verá
el ruso Roman Jakobson contestó afirmativamente; a otros ni siquiera les parece
interesante pronunciarse al respecto.
Las razones de los
debates son diversas, pero en esta clase introductoria interesa subrayar una que
se estima definitiva. Porque teoría y
análisis se continúan en esta
asignatura con el término literario, y
el adjetivo encierra aquí la problemática del objeto, que bien lejos está de
ser algo dado.
Los fragmentos que
siguen, tomados de Terry Eagleton y del prólogo a un libro de Roland Barthes,
intentan merodear los pormenores de la cuestión.
Para la que viene se
les solicita que tengan bien leídos dos cuentos argentinos clásicos “Casa tomada” de Julio Cortázar y “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis
Borges; el primero pertenece al volumen Bestiario
y el segundo a Ficciones, así como el
conocido ensayo de Roman Jakobson llamado “Lingüística y poética”, que de
manera fragmentaria seguro vieron en la escuela secundaria en torno al “modelo
de la comunicación” y las “funciones del lenguaje”.
Hasta el miércoles que
viene. Cuídense.
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