Acerca
de la pretendida existencia de la teoría literaria
En
el comienzo de su ensayo Introducción a la teoría literaria
(México, Fondo de Cultura Económica, 1988), que busca ofrecer una suerte de
balance crítico del desarrollo de esta disciplina a lo largo del siglo veinte,
el inglés Terry Eagleton escribió: “En caso de que exista algo que pueda
denominarse teoría literaria…”. La frase es simple, curiosa y obliga a ensayar
alguna reflexión al respecto puesto que conduce de inmediato a formular la
pregunta: ¿existe la teoría literaria? De inmediato, y un poco más
extensivamente, si la respuesta es positiva quedaría por mensurar la
importancia o no de dicha disciplina.
La
primera observación es que no siempre ha existido la fórmula “teoría literaria”;
por el contrario su acuñamiento, según coinciden las más tradicionales historias
sobre los estudios literarios, es de inicios del siglo veinte y su
fortalecimiento y expansión posterior a
la Segunda Guerra Mundial. Así, por ejemplo, para citar algunos hitos notables,
el ruso Boris Thomashevsky dio a conocer su Teoría
de la literatura (poética) en 1925; los estadounidenses -el primero de
ellos oriundo de Checoslovaquia- René Wellek y Austin Warren publicaron en 1949
el célebre volumen Teoría literaria,
cuya versión castellana se dio a conocer a mediados de los sesenta; sobre fines
de esa misma década se distribuyó en el mundo de habla hispana la muy
influyente Teoría de la literatura de los
formalistas rusos compilada por el estructuralista búlgaro-francés Tzvetan
Todorov, que se había dado a conocer originalmente en Europa en .
La
cita completa de Eagleton dice:
En
caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria, resulta obvio
que hay una cosa que se denomina
literatura sobre la cual teoriza. Consiguientemente podemos principiar planteando
la cuestión ¿qué es literatura? Varias veces se ha intentado definir la
literatura…
Se trata de un comienzo clásico, y es así
debido a que de inmediato convoca una problemática por demás conocida para los
especialistas del área, aunque no por conocida deja de ser menos necesaria su
explicitación. Se trata de un problema epistemológico que se desenvuelve más o
menos en estos términos casi desde fines del siglo diecinueve, cuando,
acompañando el prestigioso ascenso de la biología como testimonio de las
cumbres que había alcanzado el conocimiento humano rigurosamente fundamentado, la corriente positivista estableció que no
podía existir ciencia sin tener un objeto de estudio claramente delimitado. El
efecto más evidente de dicha fórmula se puede constatar en los fundamentos que
Ferdinand de Saussure despliega en su Curso
de lingüística general, publicado en 1916.
Así,
para que la teoría literaria pueda ser concebida como una rama fundamentada de
conocimiento debería partir claramente de un “objeto”, requisito para que pueda
cimentarse un análisis metódico y la enunciación de leyes y de criterios de
validación de sus enunciados, como cualquier otra disciplina. Sin embargo, y en
este punto el desarrollo inicial el libro de Eagleton también revisa un tópico
recurrente: la imposibilidad de contestar de una vez y para siempre la
interrogación acerca de qué es esa cosa llamada literatura.
Ahora
bien la particular naturaleza del fenómeno literario hace que la respuesta a la
pregunta precipite un desfile de infinitas variaciones y acercamientos que
atraviesan las épocas y las sociedades. Si se pretende la ortodoxia -algo que a
esta altura ya suena más a capricho antes que a pretensión válida- difícilmente
puede otorgarse a la “teoría”, la “crítica” y el “análisis” literarios los
certificados que garanticen la cientificidad de sus quehaceres.
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