miércoles, 25 de marzo de 2020

Segunda clase teórica


Buen día. El tema de esta clase es, de manera general, la teoría de la literatura de los formalistas rusos. Como se indica en la bibliografía este apartado supone la lectura completa de la clásica antología confeccionada por Tzvetan Todorov, más la historia crítica que sobre esta escuela escribió el especialista Victor Erlich (El formalismo ruso: historia y doctrina).

La selección de Todorov consta de dos partes, bien diferenciadas: una teórica y otra, la segunda, práctica, es decir enfocada en la metodología del análisis literario de poesía, cuentos y nouvelles. Por lo general seguimos el ordenamiento que el libro propone, pero esta cuatrimestre, de acuerdo con la propuesta de algunas alumnas realizadas el año pasado en las jornadas docente-estudiantiles de evaluación de la carrera, habíamos decidido invertir ese orden en función de establecer una mejor articulación entre las clases teóricas, las prácticas y el taller de lecturas teóricas.

De cualquier modo en este encuentro nos vamos a referir centralmente, como ya adelantamos, a un texto posterior a la edad de oro del formalismo ruso (desde la mitad de la primera década hasta la mitad de la segunda década del siglo veinte, aproximadamente) escrito por uno de los fundadores más destacados de esta corriente, Roman Jakobson. La próxima clase subrayaremos algunos de los aspectos centrales del ensayo de Erlich. Les recordamos que sobre la totalidad de los textos de la antología de Todorov hemos elaborado extensos cuestionarios-guía que pueden encontrar es este blog para ordenar sus lecturas.

Los historiadores suelen indicar que el texto que firmó Jakobson junto a Iuri Tinianov (“Problemas de los estudios literarios y lingüísticos”, de 1928) es una suerte de balance testamentario de los aportes del formalismo, lo cual es cierto, pero aquí, por arte de magia (y para facilitar la comprensión, creemos), vamos a correr la fecha de ese testamento unos decenios, hasta llegar a la década del sesenta del siglo pasado, es decir al momento en que la corriente estructuralista emerge con fuerza y se convierte en un eje en torno al cual giran las ciencias sociales en la mayor parte Occidente, en particular a partir de la centralidad de disciplinas como la antropología y la lingüística; y junto con ella se produce la popularización académica de “héroes intelectuales” como Claude Lévi-Strauss, Émile Benveniste, Roland Barthes, el propio Jakobson.

En 1958 un congreso de teoría literaria y lingüística reunido en Bloomington, Universidad de Indiana, que había sido convocado con el lema “Style in Language”, cede su cierre a la palabra de Jakobson. Esa conferencia magistral integrará las actas del congreso, editadas con el título mencionado por Thomas Sebeok, y se convertirá un par de años más tarde en el capítulo “Lingüística y poética”, al cual Jakobson brindará lugar destacado en sus Ensayos de lingüística general (en castellano la primera edición será obra de la editorial Seix Barral, Barcelona, 1975), obra clave del estructuralismo en el territorio de la lingüística. Los datos sirven, aunque quizá ya sea obvio, para resaltar la continuidad formalismo-estructuralismo, e incluso para explicar cuándo y por qué los formalistas rusos empezaron a ser “rescatados” y traducidos en Francia, Italia y España.

El escrito que nos ocupa se vuelve famoso porque en él se desarrolla un punto que con el tiempo irá descendiendo desde las elevadas cumbres del saber académico hasta las aulas de las escuelas primarias y secundarias de todo el planeta: el modelo de la comunicación, y junto con él las funciones del lenguaje.

En relación al esquema de la comunicación es importante destacar que no es este modelo en sí lo que interesa a Jakobson, su “aporte” como subrayan algunos manuales, sino que ese agrupamiento de emisor-mensaje-receptor-referente-código-canal, solo interesa para ubicar un término en particular: el mensaje. Jakobson deriva su modelo de estudiosos del lenguaje anteriores a él (Karl Bühler) y completa su formalización recurriendo a las propuestas que la flamante teoría matemática de la información trajo consigo (aquello que a poco andar los comunicólogos bautizarían el “modelo de transmisión”), pero con el objetivo explícito de una caracterización particular. Las seis funciones del lenguaje (emotiva-poética-conativa-referencial-metalingüística-fática) valen en su exposición en tanto y en cuanto posibilitan “poner en foco” una de ellas: la función poética.

Es importante señalar el uso del término función. El funcionalismo es una corriente que tendrá fuerte desarrollo en las primeras décadas del siglo veinte en el contexto de la sociología, pero que en la lingüística y la filosofía del lenguaje tiene un recorrido particular, aunque paralelo. Basta recordar que las ideas al respecto de Jakobson reconocen como antecedente al psicólogo gestaltista Karl Bühler y que la noción de función ocupa un lugar muy destacado en la caja de herramientas de los formalistas, en primer lugar en los escritos de Iuri Tinianov.

Con trazo grueso, puede decirse que la perspectiva funcionalista se sobreimprime en lingüística con el concepto saussureano de sistema y su noción de valor; es decir, la imposibilidad de definir y caracterizar un componentes en sí, aislado, y la necesidad de hacerlo a partir del conjunto de relaciones diferenciales que establece cada uno con el resto de los elementos que se suman en un repertorio delimitado.

Pero ese no es todo. No se trata únicamente de dar cuenta de las seis funciones asociadas a los seis componentes obligatoriamente aunados en todo acto comunicativo, sino de percibir que  todas ellas están siempre presentes y que lo que determina en última instancia la naturaleza de cada fenómeno de lengua es la predominancia de una u otra función. Jokobson retoma a fines de los cincuenta el concepto de dominante que había desarrollado en sus trabajos iniciales, y que se puede considerar emparentado con el de función constructiva de Tinianov.

La noción de dominancia permite considerar el proceso comunicativo y los textos de un modo mucho más dinámico; la producción de sentido se muestra “atada” a la función dominante: aunque los elementos sean los mismos un cambio en cuanto a cuál es el elemento hegemónico produce una transformación de los significados. Se trata de una lógica (una economía) que domina a los textos pero también a los conjuntos de textos, o sea a la totalidad del sistema de la literatura (o “serie”, según la denominación de Tinianov).

El dinamismo posibilita también concebir de manera renovada la relación de la literatura con los autores, los lectores y el mundo, puesto que la existencia de la función poética no niega que junto a ella, y muchas veces de un modo cercano, se muestren los elementos emotivos, por ejemplo, o la información contextual. Eso sí, y vale subrayarlo, esas otras dimensiones  que se abren para su consideración van a estar subordinadas (“traducidas”) por la función poética, dominante en la literatura; de igual modo que un recurso poético (una metáfora o un oxímoron, por ejemplo) suelen ser un recurso recurrente del discurso periodístico, aunque siempre estarán orientados por la función informativa.

Jakobson sin duda conocía (sobre todo desde su llegada a los Estados Unidos y su trabajo como docente en el Massachusetts Institute of Technology -MIT-), había leído y recibió la influencia de los grandes nombres de la teoría de la información, sin embargo también se ocupó de marcar las diferencias con ellos. Norbert Wiener, personaje destacado de la cibernética, escribió en “La lingüística y la teoría de la información” que no existía una diferencia destacable entre “los problemas que enfrentan los ingenieros al medir la comunicación y los problemas de nuestros filólogos”; mientras que Claude Shannon siempre recalcó, muy explícitamente, que la teoría de la información se desentendía y no debía preocuparse por el área del significado. Para ellos las repeticiones sólo tenían sentido en su consideración como respuesta “técnica” frente a los fenómenos de interferencia, obviamente otro muy diferente es el enfoque de quien se dedica a describir el funcionamiento semántico de un poema.

En definitiva, la aseveración de Jakobson -transpolada del Curso de lingüística general- que sostiene que la función poética es la proyección del principio de selección propio de las relaciones asociativas sobre las relaciones sintagmáticas, busca caracterizar simplemente al fenómeno literario como una modulación extendida de las repeticiones (fonéticas, morfológicas, sintácticas, semánticas); tal modulación no es otra cosa que el ritmo como principio vertebrador de la poesía. Así, queda de relieve tanto el impacto de la ciencia de la lingüística sobre los estudios literarios, según los concibe Jakobson, como la evidencia de que sus definiciones se emparientan y acomodan más fácilmente con el género de la poesía, como ocurre con el conjunto de los formalistas.

Basta realizar el simple ejercicio de contar las carillas que “Lingüística y poética” dedica al modelo de la comunicación y las muchas en que Jakobson analiza los ejemplos tomados de la poesía eslava y rusa para advertir cuál es el objetivo de su exposición. Desgraciadamente sus ilustraciones son imposibles de seguir para quienes no manejamos esas lenguas.

En el comienzo del texto vuelve explícito su objetivo primero; dice que su conferencia busca contestar al interrogante “¿qué hace que un mensaje verbal sea una obra de arte?”, o sea la misma pregunta que los formalistas habían formulado casi en el momento en que los bolcheviques tomaban el poder para contestar: la literaturnost (literaturidad). La contestación de Jakobson es también directo: la predominancia de la función poética.

“La lingüística es la ciencia que engloba a toda la estructura verbal”, afirma Jakobson, “el objeto principal de la poética es la diferencia específica del arte verbal con respecto a otras artes y a otros tipos de conducta verbal; por eso está destinada ocupar un puesto preeminente dentro de los estudios literarios”. En consecuencia si “la poética trata los problemas de estructura verbal” específica y la lingüística los problemas de toda estructura verbal, pues entonces es lógico concluir que la poética es una ciencia que forma parte de una ciencia mayor, la lingüística. Jakobson semeja replicar la deducción que siguió Ferdinand de Saussure para explicar por qué la lingüística está incluida en la semiología.

De cualquier modo, Jakobson suma otra observación bien interesante:

Es evidente que muchos de los recursos estudiados por la poética no se limitan al arte verbal. Podemos referirnos a la posibilidad de trasladar Cumbres borrascosas a la pantalla; las leyendas medievales, a frescos y miniaturas, o La siesta de un fauno a la música, al ballet y al arte gráfico. Por muy absurda que parezca la idea de hacer la llíada y la Odisea en dibujos animados, ciertos rasgos estructurales del argumento se conservarán a pesar de la desaparición de su forma verbal.

Por ello, agrega,

en resumen, muchos rasgos poéticos forman parte, no sólo de la ciencia del lenguaje, sino también de toda la teoría de los signos; es decir, de la semiótica general.

La semiótica parece aquí indicar una especie de teoría de la cultura o de los lenguajes culturales. De modo tal que así como la primera cita traza los límites (cierra) de la poética o ciencia de la literatura, la segunda abre su campo en función de las múltiples formas de la traducción cultural (según el término de Jurij Lotman). Si bien dibuja los polos de una oscilación, sin duda la perspectiva teórico-metodológica de Jakobson se ubica en el primero.

En conclusión, “Lingüística y poética” cierra el ciclo del formalismo ruso y ata el puente con el estructuralismo confirmando la posibilidad de pensar a la teoría literaria (poética) como una ciencia; una rigurosa disciplina que, como parte de la lingüística, da cuenta analíticamente de la estructura formal del fenómeno literario, y a la vez muestra su límite en la medida en que se pretende ingresar al universo de los significados (en el prólogo a su antología Todorov insiste sobre esta cuestión).



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