Buen día. El tema de
esta clase es, de manera general, la teoría de la literatura de los formalistas
rusos. Como se indica en la bibliografía este apartado supone la lectura
completa de la clásica antología confeccionada por Tzvetan Todorov, más la
historia crítica que sobre esta escuela escribió el especialista Victor Erlich
(El formalismo ruso: historia y doctrina).
La selección de Todorov
consta de dos partes, bien diferenciadas: una teórica y otra, la segunda,
práctica, es decir enfocada en la metodología del análisis literario de poesía,
cuentos y nouvelles. Por lo general
seguimos el ordenamiento que el libro propone, pero esta cuatrimestre, de
acuerdo con la propuesta de algunas alumnas realizadas el año pasado en las
jornadas docente-estudiantiles de evaluación de la carrera, habíamos decidido
invertir ese orden en función de establecer una mejor articulación entre las
clases teóricas, las prácticas y el taller de lecturas teóricas.
De cualquier modo en
este encuentro nos vamos a referir centralmente, como ya adelantamos, a un
texto posterior a la edad de oro del formalismo ruso (desde la mitad de la
primera década hasta la mitad de la segunda década del siglo veinte,
aproximadamente) escrito por uno de los fundadores más destacados de esta
corriente, Roman Jakobson. La próxima clase subrayaremos algunos de los aspectos centrales del ensayo de Erlich. Les recordamos que sobre la totalidad
de los textos de la antología de Todorov hemos elaborado extensos
cuestionarios-guía que pueden encontrar es este blog para ordenar sus lecturas.
Los historiadores suelen
indicar que el texto que firmó Jakobson junto a Iuri Tinianov (“Problemas de
los estudios literarios y lingüísticos”, de 1928) es una suerte de balance
testamentario de los aportes del formalismo, lo cual es cierto, pero aquí, por
arte de magia (y para facilitar la comprensión, creemos), vamos a correr la
fecha de ese testamento unos decenios, hasta llegar a la década del sesenta del
siglo pasado, es decir al momento en que la corriente estructuralista emerge
con fuerza y se convierte en un eje en torno al cual giran las ciencias
sociales en la mayor parte Occidente, en particular a partir de la centralidad
de disciplinas como la antropología y la lingüística; y junto con ella se
produce la popularización académica de “héroes intelectuales” como Claude
Lévi-Strauss, Émile Benveniste, Roland Barthes, el propio Jakobson.
En 1958 un congreso de
teoría literaria y lingüística reunido en Bloomington, Universidad de Indiana, que
había sido convocado con el lema “Style in Language”, cede su cierre a la
palabra de Jakobson. Esa conferencia magistral integrará las actas del congreso, editadas con el título mencionado por Thomas Sebeok, y se convertirá
un par de años más tarde en el capítulo “Lingüística y poética”, al cual
Jakobson brindará lugar destacado en sus Ensayos
de lingüística general (en castellano la primera edición será obra de la
editorial Seix Barral, Barcelona, 1975), obra clave del estructuralismo en el
territorio de la lingüística. Los datos sirven, aunque quizá ya sea obvio, para
resaltar la continuidad formalismo-estructuralismo, e incluso para explicar
cuándo y por qué los formalistas rusos empezaron a ser “rescatados” y
traducidos en Francia, Italia y España.
El escrito que nos
ocupa se vuelve famoso porque en él se desarrolla un punto que con el tiempo
irá descendiendo desde las elevadas cumbres del saber académico hasta las aulas
de las escuelas primarias y secundarias de todo el planeta: el modelo de la comunicación, y junto con
él las funciones del lenguaje.
En relación al esquema
de la comunicación es importante destacar que no es este modelo en sí lo que
interesa a Jakobson, su “aporte” como subrayan algunos manuales, sino que ese
agrupamiento de emisor-mensaje-receptor-referente-código-canal, solo interesa
para ubicar un término en particular: el mensaje. Jakobson deriva su modelo de
estudiosos del lenguaje anteriores a él (Karl Bühler) y completa su
formalización recurriendo a las propuestas que la flamante teoría matemática de
la información trajo consigo (aquello que a poco andar los comunicólogos
bautizarían el “modelo de transmisión”), pero con el objetivo explícito de una
caracterización particular. Las seis funciones del lenguaje
(emotiva-poética-conativa-referencial-metalingüística-fática) valen en su
exposición en tanto y en cuanto posibilitan “poner en foco” una de ellas: la
función poética.
Es importante señalar
el uso del término función. El
funcionalismo es una corriente que tendrá fuerte desarrollo en las primeras
décadas del siglo veinte en el contexto de la sociología, pero que en la
lingüística y la filosofía del lenguaje tiene un recorrido particular, aunque
paralelo. Basta recordar que las ideas al respecto de Jakobson reconocen como
antecedente al psicólogo gestaltista Karl Bühler y que la noción de función
ocupa un lugar muy destacado en la caja de herramientas de los formalistas, en
primer lugar en los escritos de Iuri Tinianov.
Con trazo grueso, puede
decirse que la perspectiva funcionalista se sobreimprime en lingüística con el
concepto saussureano de sistema y su noción de valor; es decir, la imposibilidad
de definir y caracterizar un componentes en sí, aislado, y la necesidad de
hacerlo a partir del conjunto de relaciones diferenciales que establece cada
uno con el resto de los elementos que se suman en un repertorio delimitado.
Pero ese no es todo. No
se trata únicamente de dar cuenta de las seis funciones asociadas a los seis
componentes obligatoriamente aunados en todo acto comunicativo, sino de
percibir que todas ellas están siempre
presentes y que lo que determina en última instancia la naturaleza de cada fenómeno
de lengua es la predominancia de una u otra función. Jokobson retoma a fines de
los cincuenta el concepto de dominante
que había desarrollado en sus trabajos iniciales, y que se puede considerar
emparentado con el de función constructiva de Tinianov.
La noción de dominancia
permite considerar el proceso comunicativo y los textos de un modo mucho más
dinámico; la producción de sentido se muestra “atada” a la función dominante:
aunque los elementos sean los mismos un cambio en cuanto a cuál es el elemento hegemónico
produce una transformación de los significados. Se trata de una lógica (una
economía) que domina a los textos pero también a los conjuntos de textos, o sea
a la totalidad del sistema de la literatura (o “serie”, según la denominación
de Tinianov).
El dinamismo posibilita
también concebir de manera renovada la relación de la literatura con los
autores, los lectores y el mundo, puesto que la existencia de la función
poética no niega que junto a ella, y muchas veces de un modo cercano, se
muestren los elementos emotivos, por ejemplo, o la información contextual. Eso
sí, y vale subrayarlo, esas otras dimensiones
que se abren para su consideración van a estar subordinadas
(“traducidas”) por la función poética, dominante en la literatura; de igual
modo que un recurso poético (una metáfora o un oxímoron, por ejemplo) suelen
ser un recurso recurrente del discurso periodístico, aunque siempre estarán orientados
por la función informativa.
Jakobson sin duda
conocía (sobre todo desde su llegada a los Estados Unidos y su trabajo como
docente en el Massachusetts Institute of Technology -MIT-), había leído y recibió
la influencia de los grandes nombres de la teoría de la información, sin embargo
también se ocupó de marcar las diferencias con ellos. Norbert Wiener, personaje
destacado de la cibernética, escribió en “La lingüística y la teoría de la
información” que no existía una diferencia destacable entre “los problemas que
enfrentan los ingenieros al medir la comunicación y los problemas de nuestros
filólogos”; mientras que Claude Shannon siempre recalcó, muy explícitamente,
que la teoría de la información se desentendía y no debía preocuparse por el
área del significado. Para ellos las repeticiones sólo tenían sentido en su
consideración como respuesta “técnica” frente a los fenómenos de interferencia,
obviamente otro muy diferente es el enfoque de quien se dedica a describir el
funcionamiento semántico de un poema.
En definitiva, la
aseveración de Jakobson -transpolada del Curso
de lingüística general- que sostiene que la función poética es la proyección del principio de selección propio
de las relaciones asociativas sobre las relaciones sintagmáticas, busca
caracterizar simplemente al fenómeno literario como una modulación extendida de
las repeticiones (fonéticas, morfológicas, sintácticas, semánticas); tal
modulación no es otra cosa que el ritmo como principio vertebrador de la
poesía. Así, queda de relieve tanto el impacto de la ciencia de la lingüística
sobre los estudios literarios, según los concibe Jakobson, como la evidencia de
que sus definiciones se emparientan y acomodan más fácilmente con el género de
la poesía, como ocurre con el conjunto de los formalistas.
Basta realizar el
simple ejercicio de contar las carillas que “Lingüística y poética” dedica al
modelo de la comunicación y las muchas en que Jakobson analiza los ejemplos
tomados de la poesía eslava y rusa para advertir cuál es el objetivo de su
exposición. Desgraciadamente sus ilustraciones son imposibles de seguir para
quienes no manejamos esas lenguas.
En el comienzo del
texto vuelve explícito su objetivo primero; dice que su conferencia busca
contestar al interrogante “¿qué hace que un mensaje verbal sea una obra de
arte?”, o sea la misma pregunta que los formalistas habían formulado casi en el
momento en que los bolcheviques tomaban el poder para contestar: la literaturnost (literaturidad). La contestación de Jakobson es también directo: la
predominancia de la función poética.
“La lingüística es la
ciencia que engloba a toda la estructura verbal”, afirma Jakobson, “el objeto
principal de la poética es la diferencia específica del arte verbal con respecto
a otras artes y a otros tipos de conducta verbal; por eso está destinada ocupar
un puesto preeminente dentro de los estudios literarios”. En consecuencia si
“la poética trata los problemas de estructura verbal” específica y la
lingüística los problemas de toda estructura verbal, pues entonces es lógico
concluir que la poética es una ciencia que forma parte de una ciencia mayor, la
lingüística. Jakobson semeja replicar la deducción que siguió Ferdinand de
Saussure para explicar por qué la lingüística está incluida en la semiología.
De cualquier modo,
Jakobson suma otra observación bien interesante:
Es
evidente que muchos de los recursos estudiados por la poética no se limitan al
arte verbal. Podemos referirnos a la posibilidad de trasladar Cumbres borrascosas a la pantalla; las
leyendas medievales, a frescos y miniaturas, o La siesta de un fauno a la
música, al ballet y al arte gráfico. Por muy absurda que parezca la idea de
hacer la llíada y la Odisea en dibujos animados, ciertos
rasgos estructurales del argumento se conservarán a pesar de la desaparición de
su forma verbal.
Por ello, agrega,
en
resumen, muchos rasgos poéticos forman parte, no sólo de la ciencia del lenguaje,
sino también de toda la teoría de los signos; es decir, de la semiótica general.
La semiótica parece
aquí indicar una especie de teoría de la cultura o de los lenguajes culturales.
De modo tal que así como la primera cita traza los límites (cierra) de la
poética o ciencia de la literatura, la segunda abre su campo en función de las
múltiples formas de la traducción cultural (según el término de Jurij Lotman). Si
bien dibuja los polos de una oscilación, sin duda la perspectiva
teórico-metodológica de Jakobson se ubica en el primero.
En conclusión, “Lingüística
y poética” cierra el ciclo del formalismo ruso y ata el puente con el
estructuralismo confirmando la posibilidad de pensar a la teoría literaria
(poética) como una ciencia; una rigurosa disciplina que, como parte de la
lingüística, da cuenta analíticamente de la estructura formal del fenómeno
literario, y a la vez muestra su límite en la medida en que se pretende
ingresar al universo de los significados (en el prólogo a su antología Todorov
insiste sobre esta cuestión).
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