martes, 26 de mayo de 2020

Apostillas a la undécima clase teórica


Tatiana Bubnova nació en San Petersburgo en 1946 y llegó a México en 1972. Es especialista en teoría literaria, filología y literatura hispánica, así como en filosofía del lenguaje. Es doctora en Literaturas Hispánicas por El Colegio de México. Realizó estudios de licenciatura en Filología Romance con especialización en Literatura Hispánica por la Universidad de San Petersburgo (Leningrado). Además, imparte cátedra en el programa de posgrado del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México en las asignaturas: Introducción a las Teorías Literarias e Introducción al pensamiento de Mijail Bajtín. Se ha destacado como traductora y difusora de literatura rusa, particularmente de la obra del filósofo y lingüista ruso Mijaíl Bajtín. Dirigió desde 2003 hasta 2014 la revista Acta Poética y es miembro del consejo de la revista Tópicos del Seminario,de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, así como de la revista Bakhtiniana en Brasil.

“Voz, sentido y diálogo en Bajtín” (en Acta Poética, XXVII, 1, México, abril/mayo de 2006)

(…) Bajtín atrae la atención hacia el estatus de la alternancia del silencio y el sonido, de la percepción del sonido (sobre el fondo del silencio). Este silencio significativo debe entenderse como ausencia de la palabra, no como una mera ausencia del sonido no significativo, "natural". El romper el silencio mediante el sonido es una acción mecánica, el romper el callar mediante la palabra es un acto personalizado y pleno de sentido. En el silencio nada suena (o algo no suena); en la taciturnidad nadie habla (o alguien no habla). El callar sólo es posible en un mundo humano (y tiene sentido solamente para el ser humano). La secuencia de callar -sonido pleno de sentido (palabra)- y pausa representa una determinada logosfera, una estructura unificada y continua, una totalidad abierta (inconclusa) que viene a ser el modelo de la comunicación concebida como la existencia misma. El callar forma parte del acto o es acto de enunciado mudo, por así decirlo.

La combinación del sonido con el silencio significativo que responde a algo dicho y/o significado antes da por resultado el surgimiento del sentido. Sólo aquello que responde a alguna pregunta tiene sentido. El sentido es, entonces, una respuesta a algo dicho antes y es algo que puede ser respondido. La voz es, pues, la fuente de un sentido personalizado; detrás de ella hay un sujeto persona; pero no se trata de una "metafísica de la presencia", de los sentidos preexistentes e inamovibles, ni de algo fantasmal, sino de un constante devenir del sentido permanentemente generado por el acto-respuesta, que se va modificando en el tiempo al ser retomado por otros participantes en el diálogo.

A partir de una semejante concepción del mundo de lo humano, la aparición de la metáfora de la polifonía, una de las más características del ideario bajtiniano, deja de ser casual. La realidad misma es polifónica debido a que

toda palabra (enunciado) concreta encuentra el objeto al que va dirigida ya hablado [...], discutido, evaluado, envuelto en una neblina que le hace sombra o, por el contrario, en la luz de las palabras ajenas ya dichas acerca de él. Se encuentra enredado y penetrado por ideas comunes, puntos de vista, evaluaciones ajenas, acentos. La palabra orientada hacia su objeto entra en este medio dialógicamente agitado y tenso de las palabras, valoraciones y acentos ajenos, se entreteje con sus complejas interrelaciones, se funde con unas, rechaza otras, se entrecruza con terceras.

El sentido, por así decirlo, suena. Por algo Bajtín dice que la de la polifonía es de una metáfora derivada del contexto musical, pero no del todo metafórico. Este "no del todo" es un guiño hacia esta antropología filosófica que concibe el ámbito de lo humano como un espacio poblado de sonido significativo entreverado de silencio significativo, inmerso en el acto global capaz de abarcar todas las esferas de la existencia: la ética, la estética, la pragmático-cognoscitiva. En este ámbito existimos atravesados por infinitos vectores de nuestras relaciones con los otros, que pueden concebirse en forma de las voces de la polifonía, voces acciones, opiniones, ideologías. (…)

El artículo completo se encuentra en:
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0185-30822006000100006



Undécima clase teórica


Mijail Bajtín: teoría del enunciado, teoría de los géneros, teoría de la novela

Mijail Bajtin (Oriol, Rusia, 1895-1975) siguió sus estudios superiores en la Universidad de Odesa en 1913, pero poco después se trasladó a la Universidad de San Petersburgo donde cursó filosofía y letras Su interés se volcó hacia el pensamiento filosofico alemana; sus primeras influencias provinieron de los trabajos del clasicista, traductor y filólogo ucraniano Faddéi Frántsevich Zelinski (1859-1944), cuya Historia de la civilización antigua probablemente sea la única de sus obras traducidas al castellano. La referencia sirve para observar que en la formación de Bajtín no hay una presencia exclusiva o dominante de los estudios lingüísticos. Por otro lado, sus conceptos teóricos fundamentales son inseparables de los de aquellos que, se dice, constituían el “círculo de Bajtín”. Fundamentalmente, Valentín Voloshinov (1895-1936) y en primer lugar su obra El marxismo y la filosofía del lenguaje, y Pavel Medvedev (1892-1938), autor de El método formal en los estudios literarios, en la cual se desarrolla una fuerte argumentación crítica del formalismo ruso; ambos ensayos escritos hacia fines de los años veinte.

El pensamiento de Mijail Bajtín debe considerarse como una arquitectura general que, más allá de un conjunto de implicancias éticas y antropológicas, se desenvuelve y envuelve diferentes niveles de la lengua y la lengua de la literatura.

Por un lado, la teoría bajtiniana es una teoría de la lengua en tanto enunciado. Es una teoría del enunciado. En este punto Bajtín se mezcla con las apreciaciones generales de Valentín Voloshinov. Es una conceptualización que enfrente a la gramática clásica, las expresiones de la tradición romántica y la naciente lingüística científica de Ferdinand de Saussure.

El punto primero que se debe establecer es que, si bien coincide con ella en tanto y en cuanto pueden ser percibidos como unidades mínimas, la oración y el enunciado son radicalmente diferentes, aun cuando en el habla común y hasta para algunos especialistas pueden utilizarse como sinónimos. La oración es el objeto de la gramática, el  enunciado es el objeto de estudio de la comunicación social.

Eventualmente pueden coincidir en sus límites, por ejemplo en la expresión “Cerrá la puerta”. Allí la orden que se le da a alguien en un determinado contexto, y que presupone, por ejemplo, ciertos datos contextuales (espaciales y temporales: la cercanía de una puerta, una acción que se espera que se realice de inmediato), involucra un acto comunicativo, sus interlocutores y un emisor que desea una determinada respuesta que obtendrá o no. Se trata, por otra parte, de una pieza lingüística que el profesor anota en el pizarrón para analizar una cierta estructura; establecer que se trata de una oración bimembre, que tiene un núcleo verbal simple, la marca de la segunda persona gramatical, y en ese caso al análisis sintáctico nada le importa que haya o no una puerta cerca…

Los siete locos es un enunciado único, cerrado, que se integra como un todo a la comunicación en el acto de la lectura o del comentario crítico, es decir que su “respuesta” son esos otros enunciados que produce en eco. Ahora bien, es evidente que la novela de Roberto Arlt reúne miles de oraciones.

El chico que pasea de la mano de su madre de pronto se detiene, señala a un costado y dice: “Quiosco”. La palabra, más chica que una oración, es un enunciado. Una acción comunicativa que puede traducirse así: “Compráme un alfajor, un chocolate, una golosina, algo, ya mismo”. Es una típica orden infantil.  Podría ser más pequeña todavía. El chico indica la lata que su padre colocó sobre la alacena y exclama: “Galle”. Una apócope, parte de una palabra que contiene esta vez la “orden”.

La perspectiva correcta para la consideración de los fenómenos lingüísticos, de acuerdo con Bajtín, es la percibirlos como actos comunicativos.

Voloshinov (foto) critica en su ensayo las visiones subjetivistas, que descienden de la ideología romántica, es decir aquellas que enfatizan las facultades expresivas que contiene la lengua, subrayan que se trata de un acto creativo, propio del “espíritu” y por ello distintivamente humano. Pero desestima también el “objetivismo abstracto”, propio del estructuralismo saussureano. No se trata de que Saussure no utilice la palabra “social”, lo hace y repetidamente, para caracterizar a la lengua, uno de cuyos datos principales y que posibilita contraponerla al habla, es su naturaleza “social”. La lengua, además, de acuerdo con Saussure (que siga a Emile Durkheim) es una “institución social”. Pero Voloshinov observa que ese uso que Saussure hace del término “social” es una pura especulación teórica, una predicación abstracta, del mimo modo que cuando se indica que el habla es “individual”, remiten a los términos abstractos de una conjetura teórica y el ordenamiento conceptual que busca imponer, pero nada tiene que ver con lo “social real”.

El  enunciado, tensado por el ir y venir comunicativos, por la polifonía el coro de la colectividad, nada tiene de pureza, es plena contaminación de voces.

En primer lugar porque es un imposible considerar que los vocablos que en este momento escribo o salen de mi boca soy yo quien los utiliza por vez primera. Necesaria y lógicamente se debe postular que se utilizaron con anterioridad infinitas veces, en infinitos contextos y con infinitas intencionalidades, enfatizando tal o cual matiz sonoro o semántico, tal o cual elemento literal o figurativo. Cuando se toma una palabra o un puñado de ellas, en consecuencia, se entra en contacto con ese universo de resonancias y, consciente o inconscientemente, nos topamos con esa infinitud y frente a ella nos posicionamos.

Es relación con en ese carácter comunicativo y el modo en que ese “traslado” social está atado a los quehaceres del mundo, que es necesario considerar la plasticidad de la lengua como una manera de valoración de la realidad. Los enunciados completan de algún modo su sentido a través de ese hundimiento profundo en la realidad social que alimenta la posibilidad de ironías, eufemismos, elipsis y presuposiciones. La lengua es ideología. Siguiendo a Bajtín y a Pavel Medvedev, allí radica una crítica fuerte a la posición de los formalistas. En la relación material/procedimiento, ese material que es la lengua se ofrece como una arcilla neutra sobre la que opera de manera decisiva la técnica formal. Pues bien, en ese material que es la lengua nada es neutro, todo es activamente ideológico.

En una de los artículos clave de la madurez del formalismo, “Sobre la evolución literaria”, Iuri Tinianov acuña la noción de “orientación” para explicar el modo mediado en que la literatura se relaciona con el mundo. Esta idea sí es compartida por Bajtín.

El enunciado es territorio de la contaminación de voces, el enunciado es bivocal. No se trata únicamente de indicar que nuestros enunciados se apoderan de otros enunciados a través de las citas, las estilizaciones, las burlas.

Los enunciados son bivocales, en tanto y en cuanto, como soportes de la comunicación, hacen que las voces del receptor y del enunciador se fundan en él. No hay enunciador abstracto; el enunciador lo es en función el acto comunicativo que lo une con quien lo escucha o lee. Por eso, la voz del otro, el auditor, el lector, está anticipada en el cuerpo mismo del enunciado aun antes de que se realice. El profesor de biología explica qué es un virus en una clase de escuela media, en la conferencia que da para sus pares universitarios, entrevistado por un programa de televisión, o para responder durante el almuerzo a la pregunta de su hijo pequeño. La diferencia se evidencia en el vocabulario seleccionado, en las estructuras sintácticas que utiliza, en el juego de sus presuposiciones, en el tono de su voz, etcétera.

La teoría del enunciado bajtiniana es una teoría de los géneros discursivos. Las nociones de su ensayo “El problema de los géneros discursivos”  hace unas décadas eran exclusivas de las aulas universitarias y los debates de a lingüística y la teoría literaria, y en la actualidad integra la caja de herramientas pedagógicas de los docentes de escuela primaria y media.

Los géneros discursivos se funden con la realidad social; en sus diversas esferas decantan y se estabilizan. Son, por lo tanto, de naturaleza histórica y con la historia se mueven: nacen, desaparecen, resucitan, uno se parte en dos, dos se funden en uno… Aquellos ligados a la oralidad y a las relaciones sociales más sencillas (los saludos al comienzo o final del día, las charlas entre amigos, los diálogos en el trabajo) son géneros discursivos simples o primarios; los complejos o secundarios se relacionan con la escritura y universos formales más ambiciosos: el periodismo, la ciencia, la literatura.

Los géneros discursivos complejos se montan sobre los simples, se alimentan de ellos, los absorben y resemantizan al arrancarlos de su contexto original. Esta acotada observación abre grandes territorios para el análisis de la prosa literaria, donde precisamente se explota estilísticamente hasta sus últimas consecuencias tal naturaleza.

El concepto de género discursivo supone una crítica a la noción de lengua saussureana, en tanto contrapone la determinación social real a la invocación abstracta y vacía de un cierto producto colectivo. Pero también rechaza la idea de habla, pues es más impertinente suponer que en el fenómeno lingüístico hay un espacio de lo “individual”, un lugar donde las normas sociales cesan.

El género discursivo se encuentra “en el medio”, entre la lengua y el habla, y en ese espacio social se mixturan sus tres componentes fundamentales: el tema, la composición y el estilo. Este último término, el estilo, tiene larga vida en los estudios de arte, y por lo general se resuelve en la proporción de un cierto talento individual, una marca subjetiva. Para Bajtín más bien hay que pensar al revés: el estilo subjetivo es un componente del género discursivo y la estructura global del género que ya habilita una mayor porción de estilo ya lo niega completamente. Una carta laboral rechaza el estilo subjetivo, un poema o un cuento lo privilegia y reclama enfáticamente.

La teoría de Bajtín, que es una teoría de los géneros discursivos, es una teoría de los géneros literarios. La crítica fundamental que Pavel Medvedev (foto) lanza sobre los formalistas rusos es que no supieron valorar el papel de los géneros literarios, y cuando acercaron a ellos los percibieron únicamente como repertorios de cierto tipo de procedimientos, fueron incapaces de jugar su carácter social. Para Bajtín y Medvedev la historia y la teoría de la literatura se debe entender como la historia y la teoría de los géneros literarios, todo lo demás (el autor, los movimientos o escuelas) son fenómenos de segundo orden de importancia.

Finalmente, la teoría de los géneros literarios es para Bajtín una teoría de la novela.

La novela es el género típico de la Modernidad, por lo tanto todavía se encuentra en desarrollo y sometido a transformaciones diversas. El origen del género -que reconoce también raíces en expresiones artísticas menores de la Antigüedad, que durante siglos se reprodujeron “en los costados” de los grandes géneros clásicos- se ubica en la Baja Edad Media y el Renacimiento, y se nutre de las ruinas de los géneros ilustres, la ternaridad estilística de tragedia, epopeya y drama. Es un híbrido que mezcla sin escrúpulo sus lenguas, recursos y tópicos. Supone, por lo tanto, la rediscusión de los límites de la literatura.

La novela es un género glotón y omnívoro que devora aquellos discursos hasta ayer nomás considerados no literarios como las cartas, los diarios, los refranes, las fórmulas del sentido común. Es una criatura esencialmente polimorfa, multilingüe y polifónica. Mezcla sin pudor discursos, registros y niveles de lengua, formas culturales “altas” y “bajas”, dialectos, idiomas, jergas, formalidad e informalidad, oralidad y escritura.

Se convierte en dominante (si se toma el concepto de Roman Jakobson, o bien podría ser el de  función constructiva de Iuri Tinianov) del sistema literario moderno. Ocupa el centro y subordina al resto de los géneros, que sobreviven novelizándose. Esta transformación no implica que, por ejemplo, la poesía deba adoptar personajes o cursos de acción, pero sí que revisen sus “límites” y procedimientos. Para dar una sola ilustración: la adopción del humor por parte del poema en las vanguardias, que el poeta peruano César Vallejo recurra al léxico y las construcciones sintácticas del discurso científico, acercarían una demostración de aquello que Bajtín afirma. Esto es así aun cuando en sus escritos el pensador rechaza al género poético por ser la antípodas de la novela, o sea por su carácter monológico. A diferencia de lo que ocurría con los formalistas rusos, la poesía para Bajtín parece limitada a su formulación más tradicional y “aristocrática”, ajena a las más audaces expresiones de la contemporaneidad.

En “Epopeya y novela” Bajtín echa mano a un recurso expositivo simple: como la novela es un género abierto y en desarrollo, por lo tanto de imposible definición, intentará acercarse a ella “en negativo”, es decir contraponiéndola con su “padre” ya muerto, el relato épico.

Así, mientras la epopeya es una narración siempre situada sobre un pasado mítico, eterno, alejado de los lectores y el narrador; la novela es un género del presente, el narrador, el tema y los lectores conviven en una misma contemporaneidad. Mientras la epopeya glorifica las acciones de los héroes que se mueven en un universo de valores puros y ya dados, la novela es el relato de acciones que no conocen su futuro. Por lo tanto el personaje de la novela es un ideólogo, alguien que tantea una realidad que no conoce a priori tomar  que lo obliga  decisiones, buenas y malas, con las que va completando pausadamente su carácter, su interioridad, su historia. El gran paradigma de ese devenir lo proporciona, para Bajtín, la “novela de formación”, variedad que estudió particularmente. Solo en la novela tiene sentido hablar de educación, solo en la novela se puede decir que los personajes y el narrador aprenden de sus “vivencias”.



sábado, 23 de mayo de 2020

Fernández Pereyra, "El poeta"




Ficha de trabajo número 6


Ficha de trabajo número 6

A lo largo de todo este trayecto, la palabra -única arma con que cuenta para actuar- se ha abandonado a las fuerzas imponderables o ha sumido todo el poder de que dispone para transmutarse en el objeto mismo de su búsqueda. Por medio del lenguaje, emanación de la palabra secreta, el poeta ha tratado de trascender su situación actual, de remontar la noche de la caída hasta alcanzar un estado semejante a aquel del que gozaba cuando era uno con la divinidad, o de continuar hacia abajo para cambiar lo creado, anexándole otros cielos y otras tierras, con sus flores y sus faunas.

El hecho es el mismo: es la repetición del acto creador por el poder del verbo.

Por el poder del verbo, el poeta se ha entregado a toda suerte de encadenamientos verbales que anulan el espacio, a ritmos de contracción y de expansión que anulan el tiempo, para coincidir con el soplo y el sentido de la palabra justa: del sea o el hágase.

Pero el poder del lenguaje es restringido por el precario sistema de la condición humana. La palabra secreta, capaz de crear un mundo o de devolver éste a sus orígenes, no se manifiesta a través de ninguna aproximación. El poeta ha enfrentado lo absoluto con innumerables expresiones posibles, solamente posibles, con signos y con símbolos que son la misma cosa y que son la cosa misma y que suscitan  también imágenes analógicas posibles, solamente posibles. Entre esa inabordable absoluto y este reiterad posible se manifiesta la existencia del poema: lo más próximo de esas palabra absoluta.
El poema: un instrumento inútil, una proyección del acto creador que fue descubrimiento.

Para el poeta ha terminado. Al lector le corresponde entonces instalarse frente al poema, que interroga y responde, en su condición de sujeto y objeto. Retomar el mecanismo de la revelación.

(Olga Orozco, “Alrededor de la creación poética”, fragmento de una charla ofrecida en las instalaciones de la SADE -Sociedad Argentina de Escritores- en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.)

1-Sintetice en unos pocos renglones qué entiende Olga Orozco por “creación poética”.

2-¿Cuál es la imagen del lector que asoma en el texto de la poeta de La Pampa?



Ficha de trabajo número 5


Ficha de trabajo número 5

Los llamados “decadentes”, es cierto, han consagrado parte de sus cuidadosa los prestigios de la forma; mas no se han quedado solamente en el mundo de la Grecia, tan caro a las escuelas académicas, por lo que tiene de limitado, de lineal y de comprensivo. Han buscado por todas partes las manifestaciones profundas del alma universal; han visto en el Oriente un mundo de extrañas iniciaciones; han encontrado en el Norte una vasta región de sueños y misterios; han reconocido y proclamado la inmanencia y totalidad del Arte; han quitado todas las trabas que pudiesen encontrar las alas de la psique; han aspirado a la consecución de una fórmula definitiva y a la vida inmortal y triunfante de las Obras.

Jamás, desde los tiempos en que florecieron las grandes obras místicas, ha tenido el alma un número mayor de sacerdotes y soldados; jamás ha habido tanta sed de Dios, tanto deseo de penetrar en lo incognoscible y arcano, como estos tiempos en que han aparecido, mensajeros de una alta victoria, adoradores de un supremo ideal, los artistas que han sido apellidados decadentes.

A ellos se debe el actual triunfo de la Leyenda, por la cual se iluminan olvidadas visiones de Poesía; a ellos los santos ímpetus haca la Fe y las defensas y diques delante de los tanteos peligrosos de la tiranía científica; a Wagner, el inmaterial florecimiento del éxtasis artístico y la más honda comprensión de la Misa;  a Verlaine, el Católico, los más admirables himnos litúrgicos; a Baudelaire, las decoraciones incógnitas del pecado, iluminadas por el “rayo nuevo” de su lírica visionaria; a Mallarmé, raras sensaciones de la vida inmaterial y asibles velos del ropaje del ensueño. ¿Quién más que Poe y sus seguidores han penetrado en la noche de la muerte? ¿Quién como León Bloy ha entrevisto el formidable y apocalíptico enigma de la Prostitución?...

Ese eterno femenino que con la omnipotencia de sus manifestaciones domina el ser humano, es el que surge de continuo delante de los ojos del artista, y ello es lo hace afirmar a críticos como el clergyman del que me ocupo que el arte decadente no tiene pupilas ni orejas sino para los colores y sonidos de la sensualidad. ¿Adónde dirigir la mirada sin encontrar el influjo de las Evas y las Venus? ¿En dónde no hallará el hombre, hecho de carne y de dolor, los ojos rojos de la serpiente misteriosa? Por ello los grandes artistas fuertes y delicados, a un mismo tiempo padecen la indestructible obsesión, pues todo grande artista es un solitario en su Tebaida o en su cenobio, y a los solitarios tienden la fuerzas invisibles y desconocidas, ya el demonio tentador o  el daimon divino.

(Rubén Darío, “Defensa de los ‘decadentes’”, en Revista de América, número 2, 1894)

1-El clergyman con quien polemiza el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) es el escritor inglés Richard Le Galliene. Reponga brevemente cuáles eran los principales argumentos de Le Galliene contra los "decadentes", según se puede deducir de la defensa escrita por el autor de las Prosas profanas.

2-Detalle ahora los principales argumentos que esgrime Rubén Darío en contestación.


martes, 19 de mayo de 2020

Apostillas a la décima clase teórica


La Escuela de Tartu y la semiótica de la cultura

Según han podido documentar los historiadores las universidades consideradas en un sentido general ya existían en las antiguas civilizaciones. Por ejemplo en el Imperio Chino está probada la existencia de una Escuela Superior Imperial que existió más de veinte siglos antes de la era cristiana. Se levanta hoy en China la Universidad de Nanjing que es directa descendiente de una Academia Central Imperial que fue fundada hacia mediados del siglo III. En Pakistán, la Universidad de Takshashila, en la ciudad de Taxila, entregaba ya a sus egresados un título universitario hacia el siglo VII antes de Cristo; la Universidad de Nahalanda, constituida en la ciudad de Bihar, India, otorgaba también diplomas y había organizado estudios de posgrado sólo dos siglos más tarde. Más conocido es el caso de la Academia establecida por Platón en el siglo IV a.C. en el marco de la Grecia clásica.

Persas y árabes parecen haber sido los iniciadores de la universidad estimada ya más en un sentido “moderno”,  allá entre los siglos IV y V. Tres centurias más tarde la Escuela de Gondishapur es transportada a la ciudad de Bagdad y allí se reorganiza como el Bayt al Hikma, es decir “Casa de la sabiduría”. Sus investigadores se dedicaron principalmente a traducir las obras científicas de médicos y filósofos griegos como Aristóteles, Galeno e Hipócrates, entre otros muchos. Una tarea sin la cual jamás el hombre contemporáneo habría tomado contacto con aquellos pensadores.

En el territorio europeo, los árabes fueron los encargados de fundar las primeras universidades con características modernas (entiéndase por tal adjetivo basadas en un estudio riguroso y sistematizado, la realización de trabajo experimental, creación de bibliotecas y “gabinetes” científicos, etc.). En el siglo X el Califato de Córdoba, en el actual territorio español, editó cientos de libros especializados. La creación de la Universidad de Bologna, finalmente, hacia fines del siglo XI, marca el momento en que las llamadas “casas de altos estudios” van a comenzar a brotar y fortalecerse a lo largo y lo ancho de todo el continente.

En la Edad Media occidental el término proveniente del latín universitas se usaba al comienzo para designar a las corporaciones de oficios, los gremios de maestros y discípulos en torno a los cuales se organizaba y garantizaba la pervivencia de una determinada profesión: universidad de los carpinteros, universidad de los herreros, universidad de los panaderos, y así siguiendo. Nada había entonces de exclusivo, ningún aura de prestigio particular fue invocada cuando comenzó a usarse para designar a la “comunidad de profesores y estudiantes”. Aunque con el tiempo, ya se sabe, y en la medida en que la distinción entre trabajo manual y trabajo intelectual también tomara las características modernas propias de su división bajo el capitalismo, la palabra se iría cargando de otras resonancias.

Junto con la expansión del modo de producción capitalista desde Europa hacia todo el mundo, junto con barcos, cañones y mercancías, se desparramaron las instituciones universitarias. Si bien en diversas regiones, de Europa y fuera de ella, pueden reconocerse distinto tipo de universidades, a grandes rasgos se podría decir que hay una suerte de modelo único que las aúna, y que tanto más tiende a homogeneizar al conjunto cuanto más próximo a la actualidad se está.

La Universidad de Tartu es una institución clásica de estudios superiores que se encuentra ubicada en la ciudad del mismo nombre, en Estonia. Los habitantes de esa región de hecho la consideraron desde siempre la universidad nacional de aquel país. Fue fundada en 1632 por el rey sueco Gustavo Adolfo, y a lo largo de las décadas han ido variando sus apelativos oficiales -que inició el de Academia Gustaviana- en relación con los diversos ciclos históricos y eventos políticos que sacudieron esos territorios asiáticos.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, mientras en la Argentina y el resto de la América latina se hacían sentir los sacudones que la Reforma Universitaria trajo consigo, hacia 1919 la Universidad de Tartu se convertía en una institución legalmente estoniana. Cuando en 1940 se firmó el famoso tratado Molotov-Ribbentrop, alentado por los gobiernos que comandaban José Stalin y Adolf Hitler, la letra del “acuerdo” determinó que la universidad se integraba al sistema educativo de la Unión Soviética, pero igualmente, entre 1941 y 1944, sufrió la ocupación alemana y se la designaba por entonces y a los fines burocráticos con el nombre de Dorpat.

Entre 1944 y 1991, es decir a lo largo del período soviético, se convirtió en la Universidad de Tartu y luego, hasta 1989, en la Universidad Estatal de Tartu. La principal lengua de instrucción que en ella se utilizaba era el estoniano, aunque el ruso aparecía de manera también frecuente en diversos cursos, así como partes de la currícula de estudios propia de Rusia. La independencia total se produjo en 1992, aun cuando al parecer todavía se siguen dictando algunas materias en lengua rusa.

A partir de entonces la Universidad de Tartu ha buscado aggiornarse estructural y organizativamente sobre la base de los modelos de los países escandinavos, Alemania y los Estados Unidos.

Siguiendo este camino en la última década la Universidad de Tartu ha intentado acojerse a los lineamientos del llamado Plan o Acuerdo de Bologna, el que han suscripto las principales universidades europeas que buscan fuentes de financiamiento alternativas y, según dicen, una mejor adaptación con las “necesidades cambiantes” del mundo posindustrializado Necesidades en las que insisten, aun cuando ha sido repetidamente señalado y denunciado tanto por los centros y federaciones de estudiantes como por las gremiales que agrupan a los docentes que en realidad lo que se busca es liquidar la enseñanza estatal gratuita para quitar ese “peso” presupuestario a los Estados y que puedan dirigir sus recursos financieros hacia otros fines, arancelar los estudios superiores (sobre todo a partir del nivel de los posgrados) y someter los planes de estudio a los requerimientos de las grandes corporaciones nacionales y multinacionales con excusa de proporcionar “salidas laborales” inmediatas.

Así, la Universidad de Tartu se ha dado en su período de vida más reciente una política de mayor centralización de gestión y funcionamiento, a la vez que ha impulsado una fuerte reforma de los planes de estudios en el sentido anteriormente mencionado. En fin, no se trata de algo que los profesores y estudiantes universitarios argentinos desconozcan. 

Yuri Lotman, algunos datos biográficos

Yuri Mikhailovich Lotman nació en 1922 en Petrogrado, Rusia, y murió el 28 de octubre de 1993 en Tartu, siendo miembro prominente de la Academia de Ciencias de Estonia.

Siguió estudios de lengua y literatura en la Universidad de Leningrado, y el dato no es menor dado que permite ver hasta qué punto en su formación pesó la teoría de la escuela formalista rusa. De hecho tuvo como profesor de Folclore al célebre autor de la Morfología del cuento, Vladimir Propp; asistió también a los cursos que dictaban Boris Eichenbaum y Boris Tomashevski.

Es decir que su formación superior supo abrevar en esa rica, compleja, polémica,  vertiginosa y fugaz etapa de la vida intelectual que nació al calor de la revolución bolchevique y se tensó con el fenómeno de las vanguardias estéticas que atravesaba las diversas artes, desde la poesía y el cine hasta el teatro, la música, la danza y la plástica. Se trató de un combate que en el interior de las universidades fue generacional y a la vez empujado por la búsqueda, con el sesgo de la fuerte y victoriosa impronta marxista, de revisar el conjunto de las certidumbres que hasta ese momento habían acompañado a las ciencias del hombre. Es decir, la revisión profunda de los contenidos de las carreras universitarias, las metodologías de trabajo, las áreas que se privilegiaban y aquellas otras postergadas o inexistentes y necesarias, etcétera; un poco más allá: la reformulación completa del sistema educativo y científico nacional.

Sobre el final de la década del veinte la censura estalinista llegará para sofocar la hoguera.

En el comienzo del texto “El fenómeno del arte” (Cultura y explosión. Lo previsible y lo imprevisible en los procesos de cambio social, Madrid, Gedisa, 1999) se puede leer lo siguiente:

La filosofía positivista del siglo XIX, por un lado, y la estética hegeliana, por el otro, afirmaron en nuestro conocimiento una concepción del arte como reflejo de la realidad. Simultáneamente, las variadas concepciones neorrománticas (simbolistas y decadentes) propagaron la visión del arte como algo opuesto a la vida. Esta oposición se encarnó en la antítesis entre la libertad de la creación y la servidumbre de la realidad. Ambas concepciones no pueden ser denominadas ni verdaderas ni falsas. Ambas aíslan y conducen hasta lo imposible en la vida del maximalismo a esas tendencias que están indisolublemente unidas en el arte real. En principio el arte crea un nuevo nivel de realidad, que se diferencia de la realidad misma por una intensa ampliación de la libertad. La libertad se introduce en aquellas esferas que en la realidad carecen de ella. Lo que está sin alternativa consigue una alternativa.

De ahí se deriva un crecimiento de las valoraciones éticas en el arte. Precisamente gracias a su mayor libertad, el arte se encontraría fuera de la moral. El arte hace posible no sólo lo prohibido, sino también lo imposible. Por eso, respecto a la realidad, el arte se presenta como un espacio de libertad. Pero esa misma sensación de libertad comprende al observador que dirige su mirada al arte desde la realidad. Por eso, el espacio del arte siempre incluye un sentimiento de extrañamiento. Y esto introduce inevitablemente un mecanismo de valoración ética. Esta misma resolución, con la que la estética niega la inevitabilidad de una lectura ética del arte, esa misma energía que se consume en demostraciones semejantes, es el mejor apoyo a su intangibilidad. Lo ético y lo estético son opuestos e indivisibles como los dos polos del arte.

Como se ve, las ideas en las que insiste la última publicación de Lotman son cercanas a las elaboradas incluso por el más joven Víctor Sklovski, aquel que hacia 1917 escribió el famoso artículo “El arte como artificio”, casi una declaración de principios de la escuela formalista, donde la autonomía estética, la libertad creativa, el extrañamiento con que se recogen en la mirada los objetos y asuntos del mundo y la definición ética se complementan. Claro no es éste el único componente y su relación, disputa e integración con otras dimensiones conceptuales es lo que caracteriza a la teoría lotmaniana considerada en su totalidad.

Después de la interrupción de la guerra Lotman se graduó con las mejores calificaciones pero, según cuentan algunos historiadores, su origen judío y los particulares criterios de selección impuestos por la “ortodoxia” que se había apoderado de las universidades le impidieron cursar el doctorado en la misma institución en la que se había recibido, razón que lo empujó finalmente a alejarse de ella.

Entre 1950 y 1954, inmediatamente después de su llegada a Estonia, Lotman comenzó a trabajar en el Departamento de Lengua y Literatura Rusas de la Universidad de Tartu, del cual finalmente se convertiría en director. Allí dio vida a la que se conocería como la Escuela de Tartu, de la que fomaron parte importantes investigadores como Boris Uspensky, Vladimir Toporov, Mijaíl Gasparov, Alexander Piatigorsky, Vyascheslav Vsevolodovich, Isaac Revzin e Igor Grigorievitch Savostin, entre los más importantes. Este trabajo conjunto dio vida a una original semiótica de la cultura, la cual encontró como principal caja de resonancia la revista Estudios sobre los Sistemas de Signos, que comenzó a ser publicada por la imprenta de la Universidad de Tartu en 1964 y por lo tanto tiene el mérito de ser la publicación estable y regular sobre semiótica más vieja del planeta.

Sus más importantes análisis sobre la literatura rusa Lotman los dedicó a Alexander Pushkin y su obra. Hacia fines de la década del cincuenta se publica la serie “Trabajos sobre filología rusa y eslava”, como parte de la política de ediciones de la Universidad de Tartu; varios de sus estudios sobre la historia literaria de Rusia aparecerán en dicha colección. En su tarea docente Lotman dicta por entonces un curso sobre poética estructural, a lo largo de  cuyas clases comienza a delinear lo que denominará el método semiótico-estructural para la investigación literaria y artística. Para sintetizar esta perspectiva redactó un trabajo breve llamado Lecciones de poética estructural, que recién se publicaría en 1964.

Lo que resulta evidente, más allá de cualquier otra discusión al respecto, es que la línea de las investigaciones seguidas por Lotman se diferencia (busca diferenciarse, se podría enfatizar) del “espíritu oficial” impulsado en el campo de las humanidades durante esa época (la vida de Lotman coincide casi día a día con el desarrollo de la experiencia soviética, y en particular con su etapa estalinista).

En la década que transcurre entre 1964 y 1974 Lotman es uno de los organizadores más entusiastas de las cinco “escuelas de verano”, jornadas de intercambio académico dedicadas a debatir sobre los sistemas secundarios de modelización, que tienen lugar en la universidad y la ciudad de Tartu. Formaron parte de esos encuentros psicólogos, biólogos, filólogos, matemáticos y filósofos, y resulta bastante evidente que además de las discusiones y las ponencias en torno a la modernización de los métodos de las ciencias exactas y de las humanidades, los protocolos de investigación, los aspectos pedagógicos y los teóricos generales, la actualización disciplinaria, se trataba de dar cuerpo a una iniciativa política consecuente.  ¿Con qué intención? Pues, en primer lugar y casi exclusivamente, se buscaba propugnar y garantizar la libre expresión para el sector de los intelectuales y artistas. En esas reuniones nació en realidad lo que desde entonces se conoce como Escuela Semiótica de Tartu o, más correctamente, de Tartu-Moscú.

Quizás los historiadores en política contemporánea puedan relacionar ese movimiento de relativa contestación con otros que se llevaban en esos años adelante en varias ciudades de la Unión Soviética y en diversas localidades de las naciones que conformaban la Europa del Este. Son por demás conocidos al respecto los sucesos acaecidos en Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia y Polonia, y en todos los casos en las protestas contra la política oficial que se dictaba desde Moscú ocuparon un lugar destacado, no único ni predominante, los sectores de artistas e intelectuales, los estudiantes y la juventud en general.

Al igual que ocurre con los formalistas rusos y con obras como las de Mijaíl Bajtín y Valentín Voloshinov, Lotman también ha intervenido cuidadosamente en torno a las cuestiones del marxismo. No desde el punto de vista de la política práctica o de la teoría revolucionaria pero sí en cuanto, como antes se mencionó, fue parte de su intento mostrar cómo los desafíos provocadores, desde el punto de vista filosófico y científico, lanzados por Karl Marx habían terminado siendo disecados por los seguidores académicos de la doctrina estalinista. Una suerte de mecánica argumentativa del búmeran que intenta encontrar un lugar en el marco de la censura y la represión estatal: demostrar a los que se dicen marxistas que en realidad Marx dice lo contrario que lo que ellos afirman.

A Lotman le molestaba sobremanera que la simple mención de términos como “formalismo” o “estructura” generaran reacciones acusatorias, las cuales juzgaba que en el fondo estaban llenas de ignorancia e infantilismo (aunque podían determinar el desbarranque de una carrera académica, la pérdida del trabajo y la persecución). Pero sobre todo lo incomodaba el hecho de que esa doctrina oficial fuera en realidad lo contrario que predicaba ser, es decir ofrecía como “científica” la aseveración “anticientífica” de que en las ciencias sociales, a partir de ciertas cuestiones que el marxismo había percibido en lo profundo de las sociedades humanas, no había nada por agregar y sólo quedaba por lo tanto el acatamiento hacia ciertos principios que se suponían claros pero que en verdad nadie sabía bien en qué consistían, y que por lo tanto se podían “acomodar” según las circunstancias de coyuntura dispusieran conveniente.

Por supuesto que el cumplimiento de un mandato fundado en la idea de que se ha alcanzado la meta en la acción  del conocer supondría que la ciencia debe detenerse ya: el conocimiento del hombre ha alcanzado su objetivo de plenitud y puede dedicarse ahora a descansar para siempre. Era claro para Lotman, como lo es para cualquiera, que siguiendo una lógica de ese tipo se termina ofreciendo como triunfo de la razón humana lo que en realidad es su certificado de defunción.

Para demostrar que las ciencias del hombre, como toda ciencia, puede ser consideradas como una “tendencia” hacia la búsqueda de verdades fuertes y absolutas (ésas que en la mención de Marx se encuentran en los axiomas de la matemática), pero que se trata de un movimiento -y es fundamental comprender su naturaleza-, un direccionalidad que no puede detenerse, puesto que fuga hacia un límite que es el de su infinitud, “la necesidad del movimiento científico constante”, Lotman escribió en un inicio bien polémico:

Cada método científico tiene una base gnoseológica. Se debe tocar esta cuestión aunque no sea más que por el hecho de que a los estructuralistas ya se los ha inculpado tanto de mecanicismo -de reducción de lo estético a lo matemático-, como de relativismo y de todos los pecados mortales filosóficos. Puesto que el estilo del ataque determina también el estilo de la defensa, me atrevo a recordarles a mis opositores una cita. Paul Lafargue anotó una declaración sumamente interesante de K. Marx sobre la teoría del conocimiento científico: “En la matemática superior, él (K. Marx -Iu. L.) hallaba el movimiento dialéctico en su forma más lógica y, al propio tiempo, más simple. Asimismo, consideraba que la ciencia sólo alcanza la perfección cuando logra utilizar la matemática”. Dan ganas de preguntarles a los que en la apelación a los métodos matemáticos ven sólo un camino hacia el formalismo y el mecanicismo: ¿cómo acogen esa declaración?

Todos los adversarios del estructuralismo (los que se han expresado hasta ahora en la prensa) pertenecen al partido científico de los “satisfechos”. Están convencidos de que en el terreno de las ciencias humanas y de su metodología todo está en orden, la perfección ya ha sido alcanzada y sólo queda “cuidar” de ella. Y en lo que respecta a las búsquedas de nuevos caminos, hasta el más benigno, V. Kózhinov, se figura así las cosas: no hay mal en que las cabezas locas formen embrollos; “que lleguen al ‘núcleo indisoluble’, toquen a su puerta y se vayan a casita”, de todos modos tienen que “regresar a la metodología ‘tradicional’". Los estructuralistas pertenecen, en la ciencia del arte, al “partido de los insatisfechos”: están convencidos de que la perfección de que hablaba K. Marx ni siquiera se ha acercado todavía al terreno de las humanidades. Ellos no tienden a cuidar, sino a buscar. Comprendiendo mejor que sus opositores la imperfección de sus intentos, el carácter incipiente y preliminar de éstos, ellos, a pesar de eso, insisten en una cosa: la necesidad del movimiento científico constante.

(El fragmento pertenece a “Los estudios literarios deben ser una ciencia”, artículo originalmente aparecido en Moscú en 1967. Su traducción se publicó en Desiderio Navarro (selección, traducción y prólogo),  Textos y contextos. Una ojeada en la teoría literaria mundial, La Habana, Arte y Literatura, 1986, tomo I, páginas 73-86.)

De inmediato agrega Lotman: “La base metodológica del estructuralismo es la dialéctica…”, y allí comienza el “contrataque” que consiste en la demostración del carácter científico del método estructural aplicado a los fenómenos literarios que se desarrolla  lo largo del artículo. El juego retórico polémico de Lotman recuerda aquella observación de Iuri Tinianov, quien buscaba frenar las impugnaciones de los indignados y denuncistas “antiformalistas” con la forma de pregunta inocente acerca de la contraposición arte y vida y la necesidad de “definir” los campos de intervención frente a tal escisión. Tinianov escribió al respecto que simplemente no alcanzaba a comprender tal partición: ¿a quién podría ocurrírsele que el arte no es parte de la vida? ¿Es que acaso el pensamiento puede concebir algo que no sea parte de la vida…?

De acuerdo con Lotman, la moraleja epistemológica es simple e incuestionable: la ciencia es propiedad exclusiva de los afiliados al “partido de los insatisfechos”, y sin lugar a duda los estructuralistas pertenecen a él. Vale la pena recordar que la corriente estructuralista, más allá de sus diversas expresiones, está en la base histórica de desarrollo del pensamiento semiológico y semiótico contemporáneo y en él debe comprenderse a Lotman y la totalidad de los esfuerzos conceptuales y metodológicos de sus colegas de la Escuela de Tartu.

Efectivamente, en 1969 se crea  la Asociación Internacional de Semiótica (IASS-AIS) y Lotman es elegido como su vicepresidente. Ocupará el cargo hasta 1984 y luego será miembro del Comité Ejecutivo hasta 1992.

De cualquier modo, y para evitar confusiones, se debería dejar establecida una serie de observaciones acerca del “estructuralismo” que practicó Lotman y que cada día que pasaba se acercó más a la explosión. Escribió Lotman y se reproduce en extenso dada la importancia de su definición:

En el curso de varios siglos hemos supuesto que la ciencia no estudia lo casual, que la ciencia estudia lo regular, o sea, lo que se repite. Por cierto, sobre este tema sostuvimos una discusión en la primera Escuela de Verano de Tartu el notable científico I. I. Revzin y yo. Revzin, lamentablemente ya fallecido, fue un lingüista genial y uno de los creadores de la semiótica. Revzin consideraba que con los métodos estructurales se podían estudiar aquellas variedades de arte que son formalizables. Por ejemplo, las novelas policiales o los filmes detectivescos, es decir, aquellas variedades de arte en que dominan las reglas y el arte representa un peculiar juego según reglas, pero Revzin consideraba que estudiar una novela de Dostoievski con métodos estructurales era imposible, por cuanto ésta es impredecible en principio. Pero tras esa convicción había algo más.

A partir de Hegel, eran sometidas al método científico aquellas formas de historia que eran predecibles. Me voy a permitir hacer una comparación: para Hegel, la Historia es una lección que da un experimentado maestro; este maestro es la Gran Idea. Al propio tiempo, los que participan en la Historia no entienden el sentido de la misma, pero el gran maestro y el propio Hegel comprenden el sentido de la Historia. Es por eso que, para él, la Historia siempre tiene un fin. Cuando la Historia llega a ser comprendida, se acaba.

Yo me permitiría hacer otra comparación: yo me imaginaría a Dios en la función de un experimentador y no de un maestro, en la función de aquel que no sabe cuál va a ser el resultado de sus experimentos y le deja al experimento un espacio de libertad.

Así pues, nos vemos ante la necesidad de estudiar lo impredecible y de examinar la casualidad como un mecanismo obligatorio de la Historia.

(“Los mecanismos de los procesos dinámicos en la semiótica”. Tomado de la conferencia pronunciada por I. M. Lotman en Caracas, Venezuela, en el I Encuentro Internacional de Teoría de las Artes Visuales, febrero-marzo de 1992, que tuvo lugar en el Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón IUESAPAR. Traducción del ruso de Gustavo Pita.)

Los manuales, pese a todo, en ocasiones señalan a Lotman como el “primer estructuralista soviético”; lo hacen fundamentalmente en relación a su libro Sobre la delimitación lingüística y filológica del concepto de estructura, publicado en 1963, aunque polémicas como la que antes se reseñó y los títulos de muchos de sus artículos y libros no hacen necesaria mayor fundamentación. Aunque, claro, resulta difícil contener en una única calificación una obra que agrupa decenas de volúmenes y que sin duda fue variando a lo largo de los años. Sucede que Lotman nunca se cansó de escribir: dejó una catarata de artículos y libros que llevan su firma y que quienes se han puesto a catalogarlos afirman que superan los 800. Asimismo la correspondencia que Lotman mantuvo con los intelectuales rusos más relevantes de su época es gigantesca y permanece íntegra en la biblioteca de la Universidad de Tartu.

Se señaló antes que la importancia de Lotman fuera de su país está en obvia relación con la tarea de traducción de sus obras y que ésta ha sido bastante limitada en lo que respecta al castellano, algo que resalta todavía más si se tiene en cuenta lo voluminoso de la obra del semiótico ruso. De cualquier modo hay varios de sus escritos que han tenido fuerte destaque e influencia en las universidades hispanoamericanas y ya forman parte obligada de los listados de las bibliografías básicas del área; se pueden mencionar entre ellos los referidos a la semiótica del cine, el análisis del texto poético y sobre todo  La estructura del texto artístico, más aquellos volúmenes publicados a partir de 1984, que llevan por título el término que Lotman acuñó para que se convirtiera en centro de su pensamiento teórico: La semiosfera.