Mijail
Bajtín: teoría del enunciado, teoría de los géneros, teoría de la novela
Mijail Bajtin (Oriol,
Rusia, 1895-1975) siguió sus estudios superiores en la Universidad de Odesa en
1913, pero poco después se trasladó a la Universidad de San Petersburgo donde cursó
filosofía y letras Su interés se volcó hacia el pensamiento filosofico alemana;
sus primeras influencias provinieron de los trabajos del clasicista, traductor
y filólogo ucraniano Faddéi Frántsevich Zelinski (1859-1944), cuya Historia de la civilización antigua probablemente
sea la única de sus obras traducidas al castellano. La referencia sirve para
observar que en la formación de Bajtín no hay una presencia exclusiva o
dominante de los estudios lingüísticos. Por otro lado, sus conceptos teóricos fundamentales
son inseparables de los de aquellos que, se dice, constituían el “círculo de
Bajtín”. Fundamentalmente, Valentín Voloshinov (1895-1936) y en primer lugar su
obra El marxismo y la
filosofía del lenguaje, y Pavel Medvedev (1892-1938),
autor de El método formal en los estudios
literarios, en la cual se desarrolla una fuerte argumentación crítica del
formalismo ruso; ambos ensayos escritos hacia fines de los años veinte.
El pensamiento de
Mijail Bajtín debe considerarse como una arquitectura general que, más allá de
un conjunto de implicancias éticas y antropológicas, se desenvuelve y envuelve
diferentes niveles de la lengua y la lengua de la literatura.
Por un lado, la teoría
bajtiniana es una teoría de la lengua en tanto enunciado. Es una teoría del
enunciado. En este punto Bajtín se mezcla con las apreciaciones generales de
Valentín Voloshinov. Es una conceptualización que enfrente a la gramática
clásica, las expresiones de la tradición romántica y la naciente lingüística
científica de Ferdinand de Saussure.
El punto primero que se
debe establecer es que, si bien coincide con ella en tanto y en cuanto pueden
ser percibidos como unidades mínimas, la oración y el enunciado son
radicalmente diferentes, aun cuando en el habla común y hasta para algunos
especialistas pueden utilizarse como sinónimos. La oración es el objeto de la
gramática, el enunciado es el objeto de
estudio de la comunicación social.
Eventualmente pueden
coincidir en sus límites, por ejemplo en la expresión “Cerrá la puerta”. Allí
la orden que se le da a alguien en un determinado contexto, y que presupone,
por ejemplo, ciertos datos contextuales (espaciales y temporales: la cercanía
de una puerta, una acción que se espera que se realice de inmediato), involucra
un acto comunicativo, sus interlocutores y un emisor que desea una determinada
respuesta que obtendrá o no. Se trata, por otra parte, de una pieza lingüística
que el profesor anota en el pizarrón para analizar una cierta estructura; establecer
que se trata de una oración bimembre, que tiene un núcleo verbal simple, la
marca de la segunda persona gramatical, y en ese caso al análisis sintáctico
nada le importa que haya o no una puerta cerca…
Los
siete locos es un enunciado único, cerrado, que se
integra como un todo a la comunicación en el acto de la lectura o del
comentario crítico, es decir que su “respuesta” son esos otros enunciados que
produce en eco. Ahora bien, es evidente que la novela de Roberto Arlt reúne
miles de oraciones.
El chico que pasea de
la mano de su madre de pronto se detiene, señala a un costado y dice:
“Quiosco”. La palabra, más chica que una oración, es un enunciado. Una acción
comunicativa que puede traducirse así: “Compráme un alfajor, un chocolate, una
golosina, algo, ya mismo”. Es una típica orden infantil. Podría ser más pequeña todavía. El chico
indica la lata que su padre colocó sobre la alacena y exclama: “Galle”. Una
apócope, parte de una palabra que contiene esta vez la “orden”.
La perspectiva correcta
para la consideración de los fenómenos lingüísticos, de acuerdo con Bajtín, es
la percibirlos como actos comunicativos.
Voloshinov (foto) critica en
su ensayo las visiones subjetivistas, que descienden de la ideología romántica,
es decir aquellas que enfatizan las facultades expresivas que contiene la
lengua, subrayan que se trata de un acto creativo, propio del “espíritu” y por
ello distintivamente humano. Pero desestima también el “objetivismo abstracto”,
propio del estructuralismo saussureano. No se trata de que Saussure no utilice
la palabra “social”, lo hace y repetidamente, para caracterizar a la lengua,
uno de cuyos datos principales y que posibilita contraponerla al habla, es su
naturaleza “social”. La lengua, además, de acuerdo con Saussure (que siga a
Emile Durkheim) es una “institución social”. Pero Voloshinov observa que ese
uso que Saussure hace del término “social” es una pura especulación teórica,
una predicación abstracta, del mimo modo que cuando se indica que el habla es
“individual”, remiten a los términos abstractos de una conjetura teórica y el
ordenamiento conceptual que busca imponer, pero nada tiene que ver con lo
“social real”.
El enunciado, tensado por el ir y venir
comunicativos, por la polifonía el coro de la colectividad, nada tiene de
pureza, es plena contaminación de voces.
En primer lugar porque
es un imposible considerar que los vocablos que en este momento escribo o salen
de mi boca soy yo quien los utiliza por vez primera. Necesaria y lógicamente se
debe postular que se utilizaron con anterioridad infinitas veces, en infinitos
contextos y con infinitas intencionalidades, enfatizando tal o cual matiz
sonoro o semántico, tal o cual elemento literal o figurativo. Cuando se toma
una palabra o un puñado de ellas, en consecuencia, se entra en contacto con ese
universo de resonancias y, consciente o inconscientemente, nos topamos con esa
infinitud y frente a ella nos posicionamos.
Es relación con en ese
carácter comunicativo y el modo en que ese “traslado” social está atado a los
quehaceres del mundo, que es necesario considerar la plasticidad de la lengua
como una manera de valoración de la realidad. Los enunciados completan de algún
modo su sentido a través de ese hundimiento profundo en la realidad social que
alimenta la posibilidad de ironías, eufemismos, elipsis y presuposiciones. La
lengua es ideología. Siguiendo a Bajtín y a Pavel Medvedev, allí radica una
crítica fuerte a la posición de los formalistas. En la relación material/procedimiento,
ese material que es la lengua se ofrece como una arcilla neutra sobre la que
opera de manera decisiva la técnica formal. Pues bien, en ese material que es
la lengua nada es neutro, todo es activamente ideológico.
En una de los artículos
clave de la madurez del formalismo, “Sobre la evolución literaria”, Iuri
Tinianov acuña la noción de “orientación” para explicar el modo mediado en que
la literatura se relaciona con el mundo. Esta idea sí es compartida por Bajtín.
El enunciado es
territorio de la contaminación de voces, el enunciado es bivocal. No se trata
únicamente de indicar que nuestros enunciados se apoderan de otros enunciados a
través de las citas, las estilizaciones, las burlas.
Los enunciados son
bivocales, en tanto y en cuanto, como soportes de la comunicación, hacen que las
voces del receptor y del enunciador se fundan en él. No hay enunciador
abstracto; el enunciador lo es en función el acto comunicativo que lo une con
quien lo escucha o lee. Por eso, la voz del otro, el auditor, el lector, está
anticipada en el cuerpo mismo del enunciado aun antes de que se realice. El
profesor de biología explica qué es un virus en una clase de escuela media, en
la conferencia que da para sus pares universitarios, entrevistado por un
programa de televisión, o para responder durante el almuerzo a la pregunta de
su hijo pequeño. La diferencia se evidencia en el vocabulario seleccionado, en
las estructuras sintácticas que utiliza, en el juego de sus presuposiciones, en
el tono de su voz, etcétera.
La teoría del enunciado
bajtiniana es una teoría de los géneros discursivos. Las nociones de su ensayo
“El problema de los géneros discursivos”
hace unas décadas eran exclusivas de las aulas universitarias y los debates
de a lingüística y la teoría literaria, y en la actualidad integra la caja de
herramientas pedagógicas de los docentes de escuela primaria y media.
Los géneros discursivos
se funden con la realidad social; en sus diversas esferas decantan y se
estabilizan. Son, por lo tanto, de naturaleza histórica y con la historia se
mueven: nacen, desaparecen, resucitan, uno se parte en dos, dos se funden en
uno… Aquellos ligados a la oralidad y a las relaciones sociales más sencillas
(los saludos al comienzo o final del día, las charlas entre amigos, los
diálogos en el trabajo) son géneros discursivos simples o primarios; los
complejos o secundarios se relacionan con la escritura y universos formales más
ambiciosos: el periodismo, la ciencia, la literatura.
Los géneros discursivos
complejos se montan sobre los simples, se alimentan de ellos, los absorben y
resemantizan al arrancarlos de su contexto original. Esta acotada observación
abre grandes territorios para el análisis de la prosa literaria, donde
precisamente se explota estilísticamente hasta sus últimas consecuencias tal
naturaleza.
El concepto de género
discursivo supone una crítica a la noción de lengua saussureana, en tanto
contrapone la determinación social real a la invocación abstracta y vacía de un
cierto producto colectivo. Pero también rechaza la idea de habla, pues es más
impertinente suponer que en el fenómeno lingüístico hay un espacio de lo
“individual”, un lugar donde las normas sociales cesan.
El género discursivo se
encuentra “en el medio”, entre la lengua y el habla, y en ese espacio social se
mixturan sus tres componentes fundamentales: el tema, la composición y el
estilo. Este último término, el estilo, tiene larga vida en los estudios de
arte, y por lo general se resuelve en la proporción de un cierto talento
individual, una marca subjetiva. Para Bajtín más bien hay que pensar al revés:
el estilo subjetivo es un componente del género discursivo y la estructura
global del género que ya habilita una mayor porción de estilo ya lo niega
completamente. Una carta laboral rechaza el estilo subjetivo, un poema o un
cuento lo privilegia y reclama enfáticamente.
La teoría de Bajtín,
que es una teoría de los géneros discursivos, es una teoría de los géneros
literarios. La crítica fundamental que Pavel Medvedev (foto) lanza sobre los
formalistas rusos es que no supieron valorar el papel de los géneros
literarios, y cuando acercaron a ellos los percibieron únicamente como
repertorios de cierto tipo de procedimientos, fueron incapaces de jugar su
carácter social. Para Bajtín y Medvedev la historia y la teoría de la
literatura se debe entender como la historia y la teoría de los géneros
literarios, todo lo demás (el autor, los movimientos o escuelas) son fenómenos
de segundo orden de importancia.
Finalmente, la teoría
de los géneros literarios es para Bajtín una teoría de la novela.
La novela es el género
típico de la Modernidad, por lo tanto todavía se encuentra en desarrollo y
sometido a transformaciones diversas. El origen del género -que reconoce
también raíces en expresiones artísticas menores de la Antigüedad, que durante
siglos se reprodujeron “en los costados” de los grandes géneros clásicos- se
ubica en la Baja Edad Media y el Renacimiento, y se nutre de las ruinas de los
géneros ilustres, la ternaridad estilística de tragedia, epopeya y drama. Es un
híbrido que mezcla sin escrúpulo sus lenguas, recursos y tópicos. Supone, por
lo tanto, la rediscusión de los límites de la literatura.
La novela es un género
glotón y omnívoro que devora aquellos discursos hasta ayer nomás considerados
no literarios como las cartas, los diarios, los refranes, las fórmulas del
sentido común. Es una criatura esencialmente polimorfa, multilingüe y
polifónica. Mezcla sin pudor discursos, registros y niveles de lengua, formas
culturales “altas” y “bajas”, dialectos, idiomas, jergas, formalidad e
informalidad, oralidad y escritura.
Se convierte en
dominante (si se toma el concepto de Roman Jakobson, o bien podría ser el
de función constructiva de Iuri
Tinianov) del sistema literario moderno. Ocupa el centro y subordina al resto
de los géneros, que sobreviven novelizándose.
Esta transformación no implica que, por ejemplo, la poesía deba adoptar
personajes o cursos de acción, pero sí que revisen sus “límites” y
procedimientos. Para dar una sola ilustración: la adopción del humor por parte
del poema en las vanguardias, que el poeta peruano César Vallejo recurra al
léxico y las construcciones sintácticas del discurso científico, acercarían una
demostración de aquello que Bajtín afirma. Esto es así aun cuando en sus
escritos el pensador rechaza al género poético por ser la antípodas de la
novela, o sea por su carácter monológico. A diferencia de lo que ocurría con
los formalistas rusos, la poesía para Bajtín parece limitada a su formulación
más tradicional y “aristocrática”, ajena a las más audaces expresiones de la
contemporaneidad.
En “Epopeya y novela”
Bajtín echa mano a un recurso expositivo simple: como la novela es un género
abierto y en desarrollo, por lo tanto de imposible definición, intentará acercarse
a ella “en negativo”, es decir contraponiéndola con su “padre” ya muerto, el
relato épico.
Así, mientras la
epopeya es una narración siempre situada sobre un pasado mítico, eterno,
alejado de los lectores y el narrador; la novela es un género del presente, el
narrador, el tema y los lectores conviven en una misma contemporaneidad.
Mientras la epopeya glorifica las acciones de los héroes que se mueven en un
universo de valores puros y ya dados, la novela es el relato de acciones que no
conocen su futuro. Por lo tanto el personaje de la novela es un ideólogo,
alguien que tantea una realidad que no conoce a priori tomar que lo obliga decisiones, buenas y malas, con las que va
completando pausadamente su carácter, su interioridad, su historia. El gran
paradigma de ese devenir lo proporciona, para Bajtín, la “novela de formación”,
variedad que estudió particularmente. Solo en la novela tiene sentido hablar de
educación, solo en la novela se puede decir que los personajes y el narrador
aprenden de sus “vivencias”.
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