Jan
Mukarovsky, el arte como hecho semiológico
El ensayo fundamental
en el que Jan Mukarovsky expone su pensamiento es el extenso “Función, norma y
valor estéticos como hechos sociales”. Esta clase se va a centrar en otro,
“El
arte como hecho semiológico” (Escritos de
estética y semiótica del arte, Barcelona, Gustavo Gili, “Comunicación
visual”, 1977, selección, prólogo, bibliografía y notas de Jordi Llovet, traducción
del checo Anna Anthony Visová, pp. 35-43), el cual además de ofrecer la virtud
pedagógica de la brevedad se ofrece como una suerte de “declaración de
principios” a través de la cual el
propio autor acerca las líneas más desatacadas de su programa de trabajo.
Vale hacer notar que
Mukarovsky siempre se refiere al arte y la obra de arte como un conjunto amplio
y abarcador, no se centra particularmente en la literatura, aunque muchos de
sus notas y ejemplos provienen de este campo artístico particular.
En la primera oración de
“El arte como hecho semiológico” aparece un concepto clave para Mukarovsky: la
conciencia colectiva, como contrapuesta a la conciencia individual. Si bien no
siempre es claro, el autor la define no como “una realidad psicológica” sino en
tanto hecho social: “un lugar de convergencia de los distintos sistemas de fenómenos
culturales, como el idioma, la religión, la ciencia, la política, etcétera”.
Mukarovsky tomó ese
concepto de la sociología. Se trata de una noción sobre la que el francés Émile
Durkheim (1858-1917), uno de los fundadores de la sociología moderna, vuelve en
varios de sus ensayos: Por ejemplo, en De
la division du travail social, de 1897, sostiene que se entiende por
“conciencia colectiva”:
El
conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros
de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia:
podemos llamarlo conciencia colectiva o común. Es, pues, algo completamente
distinto a las conciencias particulares aunque sólo se realice en los
individuos.
Más allá de Durkheim,
desde fines del siglo diecinueve se venían elaborando una serie de conceptos similares
o paralelos -Weltanschaung,
cosmovisión, espíritu de época, la noción hegeliana del Volkgeist (“espíritu del pueblo”), ideología y hasta el
inconsciente de Sigmund Freud-, sobre todo dentro de lo que de conjunto se
denomina la “filosofía de la cultura”, de origen alemán fundamentalmente, que
buscaban precisar ese universo de la “intersubjetividad”, de las ideas comunes
o compartidas. Una dimensión que, como el propio Durkheim enseño, se mostraba
sólida y cohesionada en las pequeñas comunidades de la Edad Media y la
Antigüedad, pero que en la Modernidad presentaban una serie de problemas
adicionales para su caracterización.
Las
representaciones colectivas son el producto de una inmensa cooperación que se
extiende no sólo en el espacio, sino también en el tiempo; para construirlas,
una inmensa multitud de espíritus diferentes ha asociado, mezclado y combinado
sus ideas y sus sentimientos; largas series de generaciones han acumulado allí
su experiencia y su saber. Una intelectualidad muy especial, infinitamente más
rica y más compleja que la del individuo, se encuentra allí concentrada,
escribió Durkheim (Las formas elementales de la vida religiosa,
Madrid, Alianza, 1993, página 51).
Debe agregarse aquí,
dada la centralidad que la idea de función tiene en las obras del pensador
checo, que el funcionalismo es una corriente que también fue elaborada en el
contexto de la teoría de Durkheim. De acuerdo con este sociólogo, al
inspeccionar una cultura el investigador no debe perder de vista que cada uno
de los términos que la constituyen nunca debe ser considerado de manera
aislada, sino en relación al resto de los términos constituyentes. Esta
perspectiva posibilitaba así dar respuesta a la preocupación central de
Durkheim sobre cómo las sociedades logran mantener su estabilidad interna,
absorben los cambios y se reproducen en el tiempo.
En la crítica a la
metodología comparatista, en su época de fuerte raigambre tanto en el campo de
la sociología como en el de la antropología, Durkheim sostuvo:
Ese
método no podría ser el nuestro, y eso por muchos motivos. En primer lugar,
tanto para el sociólogo como para el historiador, los hechos sociales están en
función del sistema social al que pertenecen. El método comparativo sería
imposible si no existieran tipos sociales, y sólo puede aplicarse con utilidad
en el interior del mismo tipo. ¡Cuántos errores se han cometido por desconocer
este precepto!
(ob.
cit., página 170)
En su explicación del
método sociológico clásico, Clifford Geetz (Estados Unidos, 1926-2006) remarca
el siguiente aspecto:
El
enfoque sociológico (o, como prefieren llamarlo los antropólogos británicos, el
enfoque antropológico social) pone énfasis en la manera en que las creencias y
particularmente los ritos refuerzan los tradicionales vínculos sociales entre
los individuos; hace resaltar el modo en que la estructura social de un grupo
se ve fortalecida y perpetuada por la simbolización ritual o mítica de los
valores sociales subyacentes en que ella descansa.
(La interpretación de las culturas, Barcelona,
Gedisa, 2003, traducción de Alberto L. Bixio, página 131).
Todo contenido
psicológico se realiza socialmente al volverse comunicable, afirma Mukarovsky
en el artículo mencionado; es decir: es un signo,
escapa por lo tanto a la conciencia individual y se hunde y adquiere su sentido
en la conciencia colectiva. Para su cabal comprensión debemos reparar, en
consecuencia en la ciencia que estudia los signos, la semiología para Ferdinand
de Saussure, la sematología para Karl Bühler. De hecho deben entenderse con
esta intencionalidad la totalidad de las ciencias de la comprensión o del
espíritu, dado que ellas trabajan con un fenómeno doble, que ya se muestran en
el mundo físico ya en la conciencia colectiva.
Siguiendo este idea, la
obra de arte “debe ser considerada a la vez un signo, un estructura y un
valor”.
El obra artística es,
por una lado, obra-cosa, o significante términos saussureanos. Pero lo es de una
manera particular, puesto que su estructura no está dada de una vez y para
siempre; fluctúa, se mueve en las dinámicas mareas de la conciencia colectiva,
el tiempo y el espacio, la historia.
“El arte como hecho
semiológico” es un artículo breve, fechado en 1936, que oficia como una suerte
de programa, una heurística. A la manera de los primeros formalistas,
Mukarovsky indica con fuerza qué no deben hacer los estudios sobre arte. Por
ejemplo, no interesa “el estado de ánimo del autor”, ni el del receptor; tampoco
es de interés la estética hedonista; “la obra literaria no debe ser usada nunca
como documento histórico o sociológico.
Hasta un cierto punto
la obra de arte es un signo autónomo. Pero si tiene la potencia que le permite
tentar la raíz misma que caracteriza a una cultura y una época es precisamente
porque actualiza su comunicabilidad en la conciencia colectiva. De esta manera
el arte habla el mundo, aunque, dice Mukarovsky, la conexión de las obras de
arte con su contexto es “muy libre”, es decir, que no se da de manera directa,
como una simple “reproducción”:
La
obra artística, como cualquier otro signo, puede tener una relación indirecta
con la cosa que designa, por ejemplo metafórico u otro, sin dejar de referirse
a esa cosa.
Se trata, resumiendo,
de considerar a la obra artística como un signo que está constituido por el “símbolo sensorial” (
la “obra-cosa”, el significante), más su significación (el “objeto estético”)
que se forma en la conciencia colectiva y donde está depositada la estructura,
más la relación general con el contexto de los fenómenos sociales.
Como se ve, el término estructura no es percibido como un
conjunto duro de conexiones entre partes, sino como una conexión dinámica,
cambiante, que determina que aquello que hoy está en un primer plano y es
hegemónico, dominante, en otro momento ocupe una posición subalterna.
Mukarovsky se conecta con Tinianov a través del concepto de conciencia
colectiva que es el componente que, en última instancia, determina tales transformaciones.
Ahora bien, si antes se
afirmó que “hasta un cierto punto” se puede afirmar que la obra de arte es un
signo autónomo, es porque en realidad hay una segunda fuerza a considerar. El
arte es un signo autónomo pero es
también un signo comunicativo. Hay
artes, razona Mukarovsky, en las que ese componente comunicativo es difuso o
difícil de establecer (la música, la arquitectura), pero en otras, como la
literatura, es evidente.
Hay artes que tienen un
tema, y ese contenido es el que
alimenta la significación temática de
la obra.
Si
queremos ser precisos, tenemos que decir de nuevo que toda la estructura de la
obra artística funciona como significación, e incluso como significación
comunicativa,
dice Mukarovsky. El
tema es una manera de “cristalización” de la significación. La obra artística,
entonces, tiene dos significaciones semiológicas; por ello, en las artes
comunicativas la evolución se percibe como la antinomia dialéctica -es decir, un par binario que ata términos a
la vez opuestos y complementarios- entre la función del signo autónomo y la
función del signo comunicativo.
La noción antinomia
dialéctica sin duda reproduce un eco de la tradición de la “filosofía de la
dialéctica” alemana, de Georg Hegel a Karl Marx, pero también puede ser
asimilada a las dicotomías saussureanas, las relaciones de oposición y negación
que fundan a la lengua como sistema de diferencias. Por otro lado, se encuentra
en la línea trazada por Tinianov para explicar, por ejemplo, la relación
inestable entre las serie literaria y las series extraliterarias: un límite en
movimiento, poroso; o sea que deviene de la idea de función. Más allá de las
filiaciones posibles, lo cierto es que antinomia dialéctica es un concepto central que Mukarovsky va a
desarrollar en extenso a lo largo de su ensayo mayor -“Función, norma y valor
estéticos como hechos sociales”- para dar cuenta de la naturaleza dinámica de
esos tres conceptos claves: la naturaleza de la función estética, la norma
estética y el valor estético únicmente ouede determinarse en su relación de
antinomia dialéctica con el resto de las funciones, las noemas y los valores
culturales y sociales.
Es esta antinomia la
que obliga al crítico a no detenerse exclusivamente en la consideración de los
aspectos formales, por un lado, y por el otro a no limitar su apreciación a una
mera referencia de la realidad, y es la perspectiva semiológica la que mejor
captura ese juego de tensiones. El cierre del artículo es bien “tinianoviano”:
Sólo
el punto de vista semiológico permite a los teóricos reconocer la existencia
autónoma y el dinamismo fundamental de la estructura artística y comprender la
evolución del arte como un movimiento inmanente que está en una relación dialéctica
permanente con la evolución de las demás esferas de la cultura.
En cuanto a la
proyección y la valoración de la teoría de Mukarovsky vale la pena tomar
algunas observaciones de Cesare Segre (1928-2014) a manera de cierre. En “La teoría de la recepción de Mukarovsky y
la estética del fragmento” (Cuadernos de
Filología Italiana, 8, Madrid, Universidad Complutense, 2001, pp. 11-18) el
crítico italiano sostiene que:
La
Teoría de la Recepción, que desde 1967 ha gozado y continúa gozando de
considerable éxito en Alemania, fue anticipada en sus rasgos más generales por
Mukarovsky y Vodicka, según ha reconocido, entre otros, Klöpfer. La teoría se
caracteriza en su versión de Praga por un claro entramado semiótico. Mukarovsky
en Esteticka funkce, norma a hodnota jako
sociální fakty (Función, normas y
valor estéticos como hechos sociales, 1939) pone de manifiesto cómo la
función estética que atribuimos a un producto artístico dado puede ser
dominante o bien subordinada dependiendo del gusto, que es el que a lo largo
del tiempo modifica las jerarquías funcionales.
Y resalta a
continuación algunas afirmaciones de Mukarovsky:
Una
norma estética debe, por tanto, ser estudiada como hecho histórico, siendo el
punto de partida su variabilidad en el tiempo. Resulta así axiomático que una
obra de arte siempre oscilará entre los estados presente y futuro de la norma.
Por tanto, «una obra de arte no es en modo alguno una magnitud constante:
cualquier alteración en el tiempo, en el espacio, o en el medio social supondrá
un cambio en la tradición artística del momento a través de cuyo prisma se
percibe la obra. Como resultado de tales alteraciones, también tendrá lugar un
cambio en el objeto estético que en la conciencia de una determinada
colectividad corresponde al artefacto material, al objeto creado por el
artista».
De igual modo el arte
repele la idea pasiva de “representación del mundo” y la troca por la de una
relación activa; aseveración que no supone rehuir de la noción de sistema o
estructura sino, al contrario, la refuerza, dado que no se puede establecer esa
relación “por partes”:
El
relativismo estético se puede evitar por medio de un enfoque semiótico que
contemple la obra de arte como una estructura cuyos componentes están en su
totalidad dotados de significado, una estructura, pues, en la cual los valores
extra-estéticos desempeñarán también su propio papel. Es la totalidad de ese
conjunto la que entra en una relación activa con el sistema de valores que guía
la actividad y comportamiento humanos.
La teoría de Mukarovsky
ayuda a comprender la esencia fundamentalmente “no armónica” del arte, es
decir, su dinamismo, los desequilibrios y tensiones, su vida agitada y
cambiante. La unidad de la obra, en consecuencia, debe ser interpretada de
manera bien diferente a la que supone el sentido común; según lo cita Segre:
Se
puede suponer que el valor independiente del artefacto material será tanto más
marcado cuanto más conspicuo sea el conjunto total de valores extra-estéticos
que el artefacto haya sido capaz de abarcar, cuanto más consiga dinamizar estas
relaciones: todo ello al margen de cualquier cambio cualitativo de una época a
otra. Comúnmente se sostiene que el principal criterio de juicio de valor
estético está en la impresión de unidad dada por la obra. Dicha unidad, sin
embargo, no se debe entender estáticamente como una armonía perfecta; se
debería ver dinámicamente, como una tarea que la obra de arte impone a aquellos
que quieren disfrutar de ella.
Buenísimo!!
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