Semiosfera:
la vaca y el churrasco
En
1984 Yuri Lotman publicó las páginas de
la revista Semiotiké el artículo “Acerca de la semioesfera”, dedicado a Roman
Jakobson. La importancia del escrito radica que en él Lotman define uno de los
conceptos fundamentales de su teoría. A continuación reproducimos unos
fragmentos tomados de la traducción del ruso de Desiderio Navarro (“Acerca de
la semiosfera”, en Yuri Lotman, La semiosfera I.
Semiótica de la cultura y el texto, Madrid,
Cátedra, “Frónesis”, 1996, pp. 21-42).
La semiótica actual
está viviendo un proceso de revisión de algunos conceptos básicos. Es de todos
sabido que en los orígenes de la semiótica se hallan dos tradiciones
científicas. Una de ellas se remonta a Peirce y Morris y parte del concepto de
signo como elemento primario de todo sistema semiótico. La segunda se basa en
las tesis de Saussure y de la Escuela de Praga y toma como fundamento la
antinomia entre la lengua y el habla (el texto). Sin embargo, con toda la
diferencia existente entre estos dos enfoques, tienen algo esencial en común:
se toma como base el elemento más simple, con carácter de átomo, y todo lo que
sigue es considerado desde el punto de vista de la semejanza con él. Así, en el
primer caso, se toma como base del análisis el signo aislado, y todos los
fenómenos semióticos son considerados como secuencias de signos. El segundo
punto de vista, en particular, se expresó en la tendencia a considerar el acto
comunicacional aislado -el intercambio de un mensaje entre un destinador y un
destinatario- como el elemento primario y el modelo de todo acto semiótico.
Como resultado, el acto individual del intercambio sígnico comenzó a ser
considerado como el modelo de la lengua natural, y los modelos de los lenguas
naturales, como modelos semióticos universales, y se tendió a interpretar la
propia semiótica como la extensión de los métodos lingüísticos a objetos que no
se incluían en la lingüística tradicional. (…)
El camino recorrido por
las investigaciones semióticas durante los últimos veinte años permite tomar
muchas cosas de otro modo. Como ahora podemos suponer, no existen por sí solos
en forma aislada sistemas precisos y funcionalmente unívocos que funcionan
realmente. La separación de estos está condicionada únicamente por una
necesidad heurística. Tomado por separado, ninguno de ellos tiene, en realidad,
capacidad de trabajar. Sólo funcionan estando sumergidos en un continuum semiótico, completamente
ocupado por formaciones semióticas de diversos tipos y que se hallan en
diversos niveles de organización. A ese continuum, por analogía con el concepto
de biosfera introducido por V. I. Vernadski, lo llamamos semiosfera. (…)
Se puede considerar al
universo semiótico como un conjunto de distintos textos y lenguajes cerrados
unos con respecto a los otros. Entonces todo el edificio tendrá el aspecto de
estar constituido por distintos ladrillitos. Sin embargo, parece más fructífero
al acercamiento contrario: todo el espacio semiótico puede ser considerado como
un mecanismo único (si no como un organismo). Entonces resulta primario no uno
u otro ladrillito, sino el ‘gran sistema’, denominado semiosfera. La semiosfera
es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de
semiosis.
Así como pegando
distintos churrascos no obtendremos una vaca, pero cortando un ternero podemos
obtener churrascos, sumando los aspectos semióticos particulares, no
obtendremos un universo semiótico. Por el contrario, sólo la existencia de tal
universo -de la semiosfera- hace realidad el acto sígnico particular.
Hasta
acá la cita. A continuación Lotman da cuenta y ejemplifica largamente los
rasgos distintivos de la semiosfera. Básicamente son dos: su carácter
delimitado y la irregularidad semiótica. La segunda determina la existencia de
lo que el autor denomina “profundidad diacrónica”, es decir que, de alguna
manera, Lotman retoma las críticas de Roman Jakobson y Iuri Lotman sobre la
necesidad de superar la clásica antinomia saussureana.
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