martes, 19 de mayo de 2020

Décima clase teórica


Yuri Lotman, el arte y la estructura del texto artístico

Sistemas modelizantes y actos comunicativos

Yuri Lotman (Estonia, 1922-1993), el investigador más desatacado de la Escuela Semiótica de Tartu, dio a conocer en 1970 Struktura Judozhestvennogo Teksta (Estructura del texto artístico), cuya versión castellana comenzó a distribuirse casi una década más tarde (Madrid, Istmo, “Fundamentos”/58, 1978, traducción de Victoriano Imbert). La importancia del libro es que condensa los conceptos fundamentales del autor sobre la literatura y el arte, y sobre él versa centralmente el escrito que sigue.

Uno de los conceptos fundamentales en torno al cual giran los diversos capítulos del volumen es el más popular y conocido de Lotman: sistema modelizante. Se trata de una noción postulada originalmente por otro miembro de la Escuela de Tartu, Boris Uspenski, hacia mediados de la década del sesenta, pero que Lotman pulió, amplió y “aplicó” en diferentes trabajos, como Estructura del texto artístico.

Un sistema modelizante es un lenguaje: un sistema de signos que sirve de medio de comunicación y cuyas notas básicas pueden ser repuestas por el investigador atento. El modelo de sistema modelizante primario es la lengua natural; los sistemas modelizantes secundarios son estructuras de comunicación que se superponen al sistema primario.

Lotman comienza su análisis revisando la definición que postula que la obra de arte es afín a la necesidad de conocimiento. Con ese cometido cita a Georg Hegel:

Debido a su forma, está limitado asimismo por un determinado contenido. Tan solo una esfera determinada y un grado determinado de verdad son susceptibles de realizarse en forma de obra de arte.

(Estructura del texto artístico, ob. cit., página 10)

Y de inmediato devela que su estrategia es atacar dicha concepción precisamente por su amplia aceptación acrítica:

Esta misma idea se manifiesta en los aspectos débiles de la metodología escolar del estudio de la literatura que inculca insistentemente a los alumnos que unas líneas de conclusiones lógicas (supongamos, meditadas y serias) constituyen la esencia de la obra de arte, mientras que el resto no es más que “peculiaridades artísticas”.

(ob. cit., página 11)

Detrás de estas observaciones, señala Lotman, lo que está en juego es el carácter aparentemente secundario de las obras artísticas, su necesidad (o no) social. La respuesta es ofrecida prontamente:

El arte representa un generador magníficamente organizado de lenguajes de un tipo particular, los cuales prestan a la humanidad un servicio insustituible al abarcar uno de los aspectos más complejos y aún no del todo aclarados del conocimiento humano.

(ob. cit., página 13)

Lotman ofrece una cantidad de hermosas referencias poéticas de Alexander Pushkin a Vladimir Maikovsky, para argumentar en favor de su afirmación. El arte es un modo particular del conocer:

El arte es el lenguaje de la vida, con su ayuda la realidad habla de sí misma. (…) La idea de que un mundo mudo que en la poesía cobra su voz se encuentra bajo diversas formas en muchos poetas (…),

y finalmente:

La insistencia con que se compara al arte con el lenguaje, con la voz, el habla, prueba que sus vínculos con el proceso de las comunicaciones sociales constituyen -conscientemente o no- el fundamento mismo del concepto de actividad artística.

(ob. cit., página 14)

La conclusión lógica es, de acuerdo con su argumentación, que si el arte es una manera de la comunicación de características singulares y específicas, es decir: un lenguaje, y los estudios semióticos han enseñado que toda forma de comunicación emplea signos y que esos signos se ordenan en la forma de sistemas, entones las obras de arte pueden (deben) ser examinadas como textos.

Al crear y percibir las obras de arte, el hombre transmite, recibe y conserva una información artística de un tipo particular, la cual no se puede separar de las particularidades estructurales de los textos artísticos en la misma medida en que el pensamiento no se puede separar de la estructura material del cerebro,

(ob. cit., páginas 14 y 15)

concluye Lotman en su introducción.

A partir de allí el ensayo va hilvanando una serie de tesis simples. La primera: el arte es un medio de comunicación. La segunda: “todo sistema que sirve a los fines de la comunicación entre dos o más individuos” puede definirse como un  lenguaje.

Lotman evita reparos y contraejemplos apelando a una definción amplia de la comunicación, que incluye a las máquinas, los animales y el interior del propio individuo.

En tercer lugar, “todo lenguaje utiliza unos signos que constituyen su ‘vocabulario”. En el cuarto, hay reglas que determinan determinadas posibilidades de relación entre los signos. Por lo tanto,

entenderemos por lenguaje cualquier sistema de comunicación que emplea signos ordenados de un modo particular.

(ob. cit., página 18)

La importancia de definir la comunicación radica que posibilita distinguir unas formas de la vida humana de otras que carecen de la función de almacenar y transmitir información; o sea que le permite trazar un límite entre cultura y no cultura, poco después: entre artístico y extra artístico. Siguiendo esta lógica Lotman sustituye, a la manera de la teoría de la información, “personas” o “individuos” por emisor y receptor(es).

El juego de las dicotomías desemboca en la clasificación de los lenguajes como sistemas modelizantes primarios y secundarios.

Detalla:

Los lenguajes secundarios de comunicación (sistemas de modelización secundaria), es decir, estructuras de comunicación que se superponen sobre el nivel lingüístico natural (mito, religión). El arte es un sistema de modelización secundario. No se debe entender “secundario con respecto a la lengua únicamente”, sino “que se sirve de la lengua como material”.

(ob. cit., página 20)

Las definiciones de Lotman, como se puede juzgar, se acercan mucho a las que desarrolla Mijail Bajtín en su clásico “El problema de los géneros discursivos” en torno a la descripción en que los géneros discurso complejos o secundarios se montan y alimentan de los géneros discursivos simples o primarios.

Siguiendo la orientación conceptual de todos los trabajos de la Escuela de Tartu, Lotman sostiene que “la conciencia del hombre es una conciencia lingüística, y en consecuencia

todos los tipos de modelos superpuestos sobre la conciencia, incluido el arte, pueden definirse como sistemas modelizadores secundarios

(ob. cit, página 20)

El arte, así, puede describirse en tanto lenguaje secundario y la obra de arte como “un texto en ese lenguaje segundo”.

Puede entenderse modelizante, en una primera observación, siguiendo la impronta saussureana, estructuralista, en el sentido de aquello que da forma, aunque, por otra parte, remite de manera más decidida a la idea de “modo”, es decir de intención, de valor, y así se acercan una vez más al pensamiento de Bajtín y Valentín Voloshinov: los sistemas modelizantes “ordenan” -la experiencia del mundo- según un conjunto de valores, una ideología.

Es evidente, por otra parte, que no todos las formas comunicativas son iguales. Casi acorde a una formulación matemática se puede establecer una relación proporcional directa entre la cantidad de información que un sistema transporte y la complejidad de su estructura. Algo que los formalistas rusos sostuvieron desde sus primeros trabajos sobre poesía, por ejemplo, aunque recurriendo a otro marco conceptual.

En los términos de Lotman:

El discurso poético representa una estructura de gran complejidad. Aparece como considerablemente más complicado respecto a la lengua natural. Y si el volumen de información contenido en el discurso poético (en verso o en prosa, en este caso no tiene importancia) y en discurso usual fuese idéntico, el discurso poético perdería el derecho a existir y, sin lugar a dudas, desaparecería.

(ob. cit., página 21)

Por la vía del absurdo y la contrafacticidad, Lotman devuelve a la obsesión de Víctor Sklovski y su insistencia en la naturaleza contrapuesta de la lengua cotidiana y la lengua poética.

Ahora bien, es precisamente esa complejidad estructural la que demuestra, siguiendo a Lotman, la absoluta incomprensión del fenómeno artístico en general y literario en particular que conlleva el intentar la separación de la forma y el contenido. La prueba es sencilla: si “traducimos” un poema a los términos el habla cotidiana destruimos la mayor parte de la carga informativa que aprisiona en su estructura original.

Así, pues, el método de estudio por separado del “contenido” y de las “particularidades artísticas” tan arraigado en la práctica escolar, se basa en una incomprensión de los fundamentos del arte y es perjudicial, al inculcar al lector popular una idea falsa de la literatura como un procedimiento de exponer de un modo prolijo y embellecido lo mismo que se puede expresar de una manera sencilla y breve.

(ob.cit., páginas 21 y 22)

Al parecer Lotman tiene como uno de sus “enemigos” la “práctica escolar” y la inculcación en el “lector popular” (medios masivos de la comunicación). Es posible imaginar -quizás por la cercanía de esa realidad en el sistema educativo y los mdos de comentario sobre el arte de los media en la Argentina-, por lo tanto, que uno de los objetivos de Estructura del texto artístico es confrontar polémicamente con un cierto sentido común de su época. Y no solo a ese horizonte de creencias apunta sus cañones. Lotman dispara hacia abajo pero, preferentemente, hacia arriba:

A esta conclusión empujan no los maestros malos a sus alumnos indolentes, sino todo el sistema de enseñanza escolar de la literatura, sistema que, a su vez, no hace sino reflejar de un modo simplificado y, por lo tanto, más neto, las tendencias que se hacen sentir en la ciencia de la literatura.

(ob. cit., página 22)

Para argumentar en su favor toma un significativo párrafo de León Tolstoi en el que el gran realista ruso sostiene, con enojada ironía hacia sus interpretadores, que si quisiera “expresar con palabras” lo que ha “querido decir” con Ana Karenina, pues, “tendría que escribir desde un principio la novela que he escrito”.

El estudioso de la literatura que espera cazar la “idea” de la obra de un determinado autor “desgajada del sistema modelizador” del mundo del autor, es decir de la estructura del poema, el cuento o la novela, es como el naturalista -explica Lotman- que intenta separar una cierta organización biológica de su función.

Y de manera definitiva subraya:

La idea en el arte es siempre un modelo, pues recrea una imagen de la realidad. Por consiguiente, la idea es inconcebible al margen de la estructura artística. El dualismo de forma y contenido debe sustituirse por el concepto de la idea que se realiza en una estructura adecuada y que no existe al margen de esa estructura.

(ob. cit., página 23)

Por consiguiente, una modificación en la estructura impone de inmediato una modificación semántica. Las afirmaciones lotmanianas se inscriben en la tradición rusa, de los simbolistas y los formalistas, que insistieron particular y fuertemente en la necesidad de exorcizar la dicotomía forma/contenido (de hecho en este apartado Lotman cita a Iuri Tinianov).

Concebir a la obra de arte como un sistema de comunicación ofrecería las mejores herramientas para sortear los callejones sin salida de la estética tradicional. Lotman bir rescata aquí las ideas básicas del Curso de lingüística general. Concebir a la obra como sistema de comunicación supone deducir que tal acción se realiza entre un remitente y un destinatario del acto comunicativo a través de un mensaje que, si quiere ser eficaz, está cifrado en un lenguaje cuyas características ambos comparten.

De este modo, obtendremos dos aspectos distintos del sistema de la comunicación: un flujo de mensajes aislados encarnados en una determinada sustancia material (gráfica, sonora, electromagnética en una conversación telefónica, en las señales telegráficas, etcétera) y un sistema abstracto de relaciones invariantes.

(ob. cit., página 24)

Es decir, habla y lengua, aunque de una modo un poco más amplio Lotman, antes que los términos codificados por la lingüística estructural, prefiere los propios de la teoría de la comunicación: mensaje y código.

De inmediato complejiza un poco la conceptualización recordando que quizás mejor que código es mejor pensar en las acciones de codificación y decodificación, la no coincidencia entre las reglas implícitas de quién habla y las reglas de quien escucha, según dictaminó Roman Jakobson.

Y agrega a continuación:

Hemos llegado a una conclusión esencial: todo lenguaje es un sistema no sólo de comunicación, sino también de modelización, o más exactamente: ambas funciones se hallan indisolublemente ligadas.

(ob. cit., página 25)

Si la obra  de arte comunica un cierto contenido, en esa acción es posible distinguir dos elementos. Por una lado, la comunicación, “lo que se me transmite”; por el otro lado, un determinado sistema abstracto que vuelve posible la comunicación, la producción del mensaje y su recepción e interpretación. O sea que existe “algo dado” que necesariamente antecede a la creación de la obra.

Cuando el escritor, por ejemplo, selecciona un género o un estilo elije a la vez un determinado lenguaje para dirigirse a sus receptores, y esa elección se realiza sobre el repertorio jerarquizado de los lenguajes artísticos que caracterizan a una determinada época, región o nación.

De acuerdo con Lotman es incorrecto afirmar que el lenguaje de la obra de arte es únicamente forma, en tanto y en cuanto en su esencia el lenguaje de la obra de arte es “un modelo artístico del mundo” y, en consecuencia, la totalidad de su estructura es contenido, dado que toda ella soporta información.

Por consiguiente, señala, no se puede identificar el lenguaje artístico con el “concepto tradicional” de forma. Al recurrir a una lengua natural, las características forrmales de la obra artística son portadores de “contenido”.

La lengua elegida, un sistema de modelización, no “modeliza”, es importante resaltarlo, únicamente una estructura de mundo sino también el punto de vista del observador, y así se expresa de modo particular en las obras estéticas:

En el lenguaje del arte, con su doble finalidad de modelización simultánea del objeto y del sujeto, tiene lugar una lucha constante entre la idea acerca de la unicidad del lenguaje y la idea de posibilidad de elección entre sistemas de comunicación artísticos en cierto modo equivalentes.

Las observaciones de Lotman recuerdan mucho algunas de las realizadas por Roman Jakobson una década antes:

Es evidente que muchos de los recursos estudiados por la poética no se limitan al arte verbal. Podemos referirnos a la posibilidad de trasladar Cumbres borrascosas a la pantalla; las leyendas medievales, a frescos y miniaturas, o La siesta de un fauno a la música, al ballet y al arte gráfico. Por muy absurda que parezca la idea de hacer la llíada y la Odisea en dibujos animados, ciertos rasgos estructurales del argumento se conservarán a pesar de la desaparición de su forma verbal.

Por ello, agrega Jakobson:

en resumen, muchos rasgos poéticos forman parte, no sólo de la ciencia del lenguaje, sino también de toda la teoría de los signos; es decir, de la semiótica general.

(“Lingüística y poética”, en Ensayos de lingüística general, Barcelona, Seix Barral, 1975)

En ambos casos es la ciencia de la semiótica la disciplina que se ofrece como respuesta teórica y metodológica.

La literatura y el arte como textos

La literatura amasa sus obras con un lenguaje particular, que se superpone sobre la lengua natural. La literatura es un sistema de modelización secundario.

Decir que la literatura posee un lenguaje, lenguaje que no coincide con la lengua natural, sino que se superpone a ésta, significa decir que la literatura posee un sistema propio, inherente a ella, de signos y de reglas de .combinación de éstos, los cuales sirven para transmitir mensajes peculiares no transmisibles por otros medios.

(ob. cit., página 34)

Lotman intenta a continuación enlistar esas peculiaridades. La distinción de los signos y las reglas sintagmáticas es una tarea sencilla en la lengua natural, no ocurre lo mismo en el arte. Otro tanto puede decirse acerca de su convencionalidad o en la distinción entre el plano de la expresión y el plano del contenido.

En el arte, por el contrario esa labor se vuelve prácticamente imposible. Los límites de los signos son distintos, hasta el punto de que “el concepto mismo de signo es diferente”.

De acuerdo con Lotman, los signos artísticos no son convencionales como en la lengua natural, sino figurativos, icónicos. Expresado en una fórmula:

El signo artístico modeliza su contenido.

(ob. cit., página 34)

 Todo texto artístico se crea, dice Lotman como un signo único, de contenido particular; es un signo “construido ad hoc”. De igual modo, aclara que, en realidad, no puede entenderse tal definición en los términos de un mensaje que es “absoluta novedad”, sino en el cruce de una tensión, que alienta se fuerza de una paradoja.

Por un lado, Lotman indica que el valor informacional de la lengua y del mensaje que brinda un mismo texto varía en la medida y proporción de la estructura del código el lector, es decir sus expectativas. Ahora bien, si el texto no mantiene el “recuerdo” de la estructura ya codificada, un “fondo” que le permita iluminarse, entonces no puede percibirse su carácter innovador. El texto del arte se ofrece como un signo único, pero sigue siendo un texto “heredero” obligado de las características gramaticales generales de la lengua madre.

Surge así ese fenómeno característico del arte por el cual un mismo texto, al aplicarle diferentes códigos, se descompone distintamente en signos,

(ob cit., página 35)

Sostiene Lotman, y un poco después:

Las reglas de la sintagmática del texto están asimismo relacionadas con esta tesis. No se trata únicamente de que los elementos semánticos y sintagmáticos sean mutuamente convertibles, sino también de que el texto artístico como conjunto de frases, como frase y como palabra.

(ob. cit., página 35)

De lo dicho se puede inferir que el arte, aunque se basa en la lengua natural, lo hace con la única finalidad de transformarla en el lenguaje de modelización secundaria que es el arte. El lenguaje del arte es un conjunto, una mezcla y una jerarquía de lenguajes, y es esa pluralidad la que en definitiva se refleja en la pluralidad de lecturas posibles.

Desde la perspectiva de la semiótica de la cultura y la teoría de la comunicación lotmaniana el arte es el dispositivo más económico y eficaz de almacenamiento y de transmisión de información. La imagen de ese “paquete” de gran densidad semántica recuerda la noción de “compacidad” con la que Tinianov calificaba a la poesía.

El ejemplo que proporciona Lotman son los cuentos de Anton Chejov: esa capacidad para “amontonar” una enorme cantidad de información en la pequeña superficie de unas pocas líneas. Allí diferentes lectores pueden pescar diferentes informaciones en sus lecturas, o un mismo lector puede otros niveles de información en una segunda o una tercera lectura.

Ségun la imagen que acerca Lotman, la obra de arte se comporta como “un organismo vivo que se encuentra en relación inversa con el lector”, a quien le enseña.

Los textos codificados en la lengua natural pueden o no ser comprendidos. En el caso del arte entre la comprensión y la incompresión habría una amplia zona de oscilaciones queel texto artístico explora. Allí flota la incesante lucha de interpretaciones que el arte –tal su naturaleza- agita.

En este punto Lotman recuerda -como ya dijimos- el señalamiento de Jakobson acerca de la distinción entre la gramática del hablante y la gramática del oyente, una inestabilidad propia del intercambio verbal. Sobre la base de esa idea Lotman menciona la “magnitud de la entropía del lenguajes artísticos del autor y del lector”.

Entropía es un concepto que proviene de la teoría termodinámica y que, bien sintéticamente, “mide el grado de organización del sistema”. Lotman traspone esa noción al campo de la recepción del arte:

Para que un acto de comunicación tenga lugar es preciso que el código del autor y el código del lector forman conjuntos intersacados de elementos estructurales, por ejemplo, que el lector comprenda la lengua natural en que está escrito el texto. Las partes del código que no se entrecruzan constituyen la zona en que se deforma, se someta al mestizaje o se reestructura de cualquier otro modo al pasar del escritor al lector.

(ob. cit, página 39)

Para desarrollar el punto esta vez Lotman echa mano de la matemática.

Andrey Kolmogorov (1903-1987) fue un matemático ruso que se destacó en el desarrollo de la teoría de la probabilidad; estructuró, precisamnte, el sistema axiomático de la teoría de la probabilidad tomando el lenguaje de la teoría de conjuntos. Lotman subraya que Kolmogorov he posibilitado medir la entropía en relación a la transmisión de información, y sintetiza su aporte. La entropía del lenguaje (H) está compuesta por dos magnitudes. Por un lado, una determinada capacidad semántica, un cierto cúmulo de información (h1); por otro lado, una determina flexibilidad, o sea capacidad de darle expresión con procedimientos variados y equivalentes a un cierto cúmulo de información (h2).
La poesía sólo es posible en lenguajes que posean la segunda magnitud (h2). En las lenguas artificiales, por ejemplo, h2 es igual a 0. Ahora bien, el discurso poético también “soporta” un conjunto de restricciones formales y estilísticas (rima, ritmo, verso, etcétera), que el matemático ruso figura con la letra griega beta (B). Pues bien, su fórmula indica que para que haya lengua poética B debe ser menor que h2; si h2 es menor o igual que B la poesía no existe.

Esos tres componentes -diversidad de contenido, diversidad expresiva para designar un mimo contenido, restricciones formales- deberían ser la base para el desarrollo de una poética estructural, señala Lotman. A Esa tríada debería estar atravesada por las relaciones asimétricas entre los polos de la comunicación, el emisor y los receptores. De tal manera sería posible incluso agregar al análisis ricas consideraciones, como por ejemplo que

Si para el emisor se agota la entropía de la flexibilidad del lenguaje (h2), para el receptor las cosas pueden presentarse de un modo muy diferente. La expresión se convierte para él en contenido, percibe el texto no como uno de los posibles, sino como único e imposible de repetir. El poeta sabe que podía escribir de otro modo; para el lector que percibe el texto como artísticamente perfecto, no hay nada casual. Es propio del lector considerar que no podía ser escrito de otro modo.

(ob. cit., página 42)

Los cruces son muchos y muy diversos, y en que cada caso su estudio impulsa largo estudios específicos de cada caso. Eta máxima apertura se cierra en un punto, en la norma:

Los sistemas “de escritor” y “de lector” son diferentes, pero todo el que domina la literatura como un cierto cultural único reúne en su conciencia estos dos enfoques distintos, del mismo modo que todo el que domina una lengua natural combina en su conciencia las estructuras lingüísticas analizadoras y sintetizadoras.

(ob. cit., página 45)

Según la exposición, el arte verbal comienza trastrocando una característica central del signo lingüístico, que es el carácter convencional de la relación entre el significado y el significante. La literatura se acerca a las artes figurativas, el principio de la iconicidad desplaza a la arbitrariedad enseñada por Saussure.

El signo figurativo del arte actuaría a la manera del ícono; por su parecido con lo real se mostraría con una mayor independencia del código, más “libre” y a la vez se exhibiría como portador de una “mayor” verdad y una “mayor” y más directa comprensibilidad. El desarrollo de esta idea Lotman la brinda, entre otras secciones, en una que lleva por título “Lo sistémico y lo extrasistémico en el texto artístico”.

La postulación de Lotman es que estos dos términos se presentan como una antinomia. Mientras algunos estudiosos consideran la obra estética desde la perspectiva del primer término (se trataría de una ideología más clásica y normativa), otros (una ideología romántica o vanguardista) privilegian el segundo. Lotman argumenta que el arte más que a la elección de un polo o el otro, conduce al entendimiento de que constituyen un par dialéctico, y que esa tensión binaria da cuenta de la naturaleza misma de la esfera estética.

Ese mismo juego dialéctico se establece en otras instancias, por ejemplo en las estimaciones hedonistas del arte y la caracterización del arte como juego. Lotman sostiene la asimilación entre arte y juego, pero a continuación se detiene y comienza a desandar su argumentación., porque “el arte no es un juego”. ¿Por qué?

Lotman asevera que en el juego lo primordial es la observancia de las reglas, mientras que “la finalidad del arte es la verdad expresada en un lenguaje de reglas convencionales”. Es decir que un juego sólo consolida hábitos que se repiten mientras que el arte posibilita a su manera la producción y conservación de la información, la producción y conservación de nuevos conocimientos.

Es curioso como el juego, desde la antigüedad hasta las corrientes posestructuralistas, se ha utilizado para definir metafóricamente al arte. Ya sea para marcar las diferencias, como en este caso hace Lotman, como sus similitudes, como postularon las corrientes hedonistas y críticos como Julia Kristeva, ya sea considerando al arte en los términos de un placer aristocrático que escapa a cualquier fin práctico o ligado –a partir de ciertas nociones psicoanalíticas con el quehacer de los niños y las “prácticas” del inconsciente. Ludwig Wittgenstein recurrió a la figura del juego para referirse a la lengua, pero en el sentido opuesto al que lo hace Lotman, o sea la imposibilidad de reducir el juego a un conjunto de leyes; las leyes que lo guían existen sí, pero en las conductas creativas de los chicos hacen que la acción lúdica se derrame constantemente por fuera de ellas.

Para Lotman el arte mixtura características (funciones) propias del juego y de la ciencia, pero se distingue tanto de uno como de la otra, en tanto la ciencia es fundamentalmente -sostiene- inactiva mientras que el juego carece de contenido. De cualquier modo las definiciones sobre aquello que el arte es son necesariamente imprecisas, puesto que aquellas cualidades que definen la esfera de lo estético es variable en el tiempo. Por ejemplo,

En determinados momentos históricos, el texto, para poder percibirse estéticamente, necesita poseer una función no sólo estética (sino también política, religiosa, etcétera).

(ob. cit., página 94)

 Esta “indefinición”  borramiento recuerda las anotaciones que el checo Jan Mukarovsky dedica a la función estética. ´El también subraya una variabilidad que remite a la tensión entre el conjunto de las funciones. La determinación de cada función, en consecuencia, es relativa a esas relaciones diferenciales existentes entre ellas.

Lotman obtiene de esa observación otras conclusiones que derivan hacia los conceptos centrales de su entramado teórico. De tal modo escribe:

Al parecer, reside aquí una de las diferencias más profundas entre el arte y los demás sistemas modelizadores.

Ya no hemos referido a que en todos los otros sistemas el material extrasistémico “se elimina”. En el arte, este material, al igual que el sistémico, es portador de significado.

(ob. cit., página 95)

La actitud del texto de arte hacia las “equivocaciones” efectuadas contra las normas es bien particular. El “ruido” comunicacional y el fenómeno de la redundancia ocupan en el artefacto literario un sitio especial.

Por otra parte, y para acentuar las diferencias, la percepción de los textos no artísticos se vuelve mucho más previsible en la medida en que se repite, por lo tanto su cúmulo de información enflaquece y porciones de su estructura se convierten en redundantes.

Este fenómeno no se observa en el texto artístico: el grado de “sorpresa” en la sucesión de elementos o es aproximadamente igual o crece incluso hacia el final (de nuevo nos referimos a textos de no epígonos). Todo ello es consecuencia de una propiedad estructural única del texto artístico.

Para que la estructura general del texto conserve su capacidad informativa, es preciso sacarla constantemente del estado de automatismo propio de las estructuras no artísticas.

(ob. cit., página 97)

El arte enfrenta y sacude el estado de automatismo propio de lo no artístico: no hay manera de que la cita no traiga a la memoria las lecciones que Víctor Sklovsky y el “primer formalismo” escribieron medio siglo antes sobre la economía de fuerzas del extrañamiento y la desautomatización como nutrientes básicos de la literaturidad.

Además, cuando resalta que está teniendo en cuenta “texto de no epígonos”, cobra nitidez también que, como aquellos formalistas, Lotman elabora definiciones que se ajustan bien a cierto tipo de obras y corrientes (la poesía, las vanguardias), pero se acomodan mal con las obras artísticas más fuertemente atadas a las convenciones retóricas de una poética determinada.

Sigue Lotman:

Para que la estructura general del texto conserve su capacidad informativa, es preciso sacarla constantemente del estado de automatismo propio de las estructuras no artísticas.

(ob. cit., página 97)

La descripta en la cita es una de las fuerzas que de termina el funcionamiento del texto artístico, pues con ella convive otra que apunta en el sentido contrario: se necesita la presencia de “secuencias predictivas” para que la comunicación pueda ponerse en funcionamiento.

Por este camino, señala Lotman, el investigador debe dar cuenta de esas dos fuerzas que funcionan al mismo tiempo, son “dos mecanismos opuestos”: uno tiende a consolidar la gramática automatizada del texto, sin cuya participación el acto de comunicación sería imposible. El otro tiende a dinamitar la automatización “y hacer de la propia estructura la portadora de la información”.

Está claro que para Lotman el concepto de texto no es absoluto, pues “se halla relacionado con toda una serie de estructuras histórico-culturales y psicológicas”.

No se e trata simplemente de una “estructuración” inmanente; para que el texto puede funcionar de una determinada manera no alcanza con su organización interna, es preciso que la “posibilidad” está prevista en la “jerarquía de los códigos de la cultura”.

En otras palabras, para cualquier distinción es:

condición previa imprescindible para resolver la cuestión de qué textos son artísticos y cuáles no, será la existencia en el propio código cultural de la oposición entre estructuras artísticas y no artísticas.

(ob. cit., página 346)

Sobre el final de Estructura del texto artístico, precisamente, Lotman indica que la naturaleza misma de ese “límite” entre lo artístico y lo no artístico es un elemento significativo para caracterizar y clasificar al conjunto de la cultura que lo determina. No es carente de significado que ese límite sea bien rígido o extremadamente móvil y poroso. Habrá, en consecuencia, culturas en las que impere una estética de la identidad y otras en las que predomine una estética de la oposición; o tal vez algunas que promuevan la convivencia de ambas, en diversa proporción.

Un territorio similar traza en las últimas páginas acerca de las figuras del autor y el lector, y de  la predominancia de uno y otro en la comunicación artística. Así:

Las peculiaridades de las estructuras extratextuales están determinadas por aquellas casusas socio-históricas, nacionales y psicológico-antropológicas que forman los modelos artísticos el mundo. Sin embargo es preciso señalar que la naturaleza comunicativa del arte deja en éste una huella profunda y que en aquellas estructuras textuales y extratextuales que determinan las obras de arte, unas corresponden en mayor medida a los “intereses” del lector, a su posición en el acto de la comunicación, otras, a los del autor.

(ob. cit., página 356)

Por ejemplo, dice Lotman, es evidente que en la en la llamada “cultura de masas” el polo del receptor es predominante. Se trata, claro, de una tendencia; porque en todos los casos:

Un medio importante de activar en el sentido informacional la estructura es infringirla. El texto artístico no es una simple realización de normas estructurales, sino también su transgresión. Funciona en un campo estructural doble formado por las tendencias a realizar sus regularidades y a infringirlas. Y aunque cada una de estas tendencias se esfuerza por alcanzar un dominio absoluto y eliminar la opuesta, la victoria de cualquiera de ellas es mortal para el arte. La vida del texto artístico está en la tensión recíproca de ambas tendencias.

(ob. cit., página 361)


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