martes, 16 de junio de 2020

Décimocuarta clase teórica


¿Franz Kafka o Thomas Mann? ¿Bertolt Brecht o Georg Lukács?

En el ensayo “¿Franz Kafka o Thomas Mann?” (compilado en Significación  actual de realismo crítico, México, Era, 1984, pp. 58-112) Georg Lukács comienza su texto resaltando como parte esencial de su búsqueda teórica

(…) describir y analizar con pormenor las bases ideológicas y las tendencias principales del artístico-formales del movimiento antirrealista de nuestro tiempo, porque solamente así podíamos llegar a caracterizar ese medio en el cual puede desarrollarse hoy una literatura ‘literaria’ del mundo burgués.

(“¿Franz Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., página 58)

Es decir que conscientemente integra sus estudios sobre arte y literatura en el contexto mayor de un debate filosófico-político. Sus argumentos tienen por destinatarios naturales a los intelectuales y versan sobre tópicos a los que el pensador húngaro -en medio de la llamada “Guerra Fría”- califica de urgentes.

Es posible, pues, encontrar en él una línea de continuidad con muchas de las afirmaciones que nutrieron la obra de Lukács desde muchos años atrás. Antes de la guerra, dos décadas antes de que se publicara en su original alemán este Significación actual del realismo crítico, en 1958, Lukács desarrolló una bien jugosa polémica con otra destacada figura del pensamiento marxista: el dramaturgo alemán Bertolt Brecht.

Das Wort era una publicación sobre literatura que contaba, al parecer, con una limitada financiación estatal soviética, y era editado en Moscú por un grupo de exiliados. En su entrega número seis comienza el cruce entre Lukács y Brecht. La “pelea” también envuelve en parte a otra figura importante, Ernst Bloch; en su totalidad excede, por supuesto, los límites de este breve escrito que focaliza exclusivamente sobre las razones del autor de Historia y conciencia de clase.

La corriente expresionista contaba en esa época ya con un desarrollo considerable en diversas artes, y no sólo en Alemania sino también en buena parte de la Europa central. El comité de redacción de Das Wort (La Palabra) decidió que era una buena oportunidad para dedicarle una de sus entregas a “inspeccionar” el expresionismo, que se ofrecía a la vez como novedad mientras contaba ya con una robustez madura.  Fue elegido para abrir el fuego; Brecht y Bloch colaboraron.

 “Se trata del realismo” es el título del artículo que firma Lukács. La exposición se inicia con una suerte de tipología binaria que enfrenta las características de la “literatura clásica”, por un lado, y la “literatura moderna”, por el otro; obviamente la escuela expresionista integra el segundo grupo.

Pero el argumento central de Lukács argumenta que habría que evitar colocar sin más una etapa después de la otra lo que obliga a continuación, a percibir la historia del arte literario como una secuencia lineal. Y lo que es más importante: sugiriendo la idea de una evolución superadora. Se trataría de una manera infantil de concebir la síntesis crítica como una suerte de “superación” de los anterior por lo posterior, como si los movimientos estéticos se asemejaran a los seres biológicos. Aceptada la teleología, cubismo, surrealismo y expresionismo serían formas superiores al naturalismo e impresionismo. De acuerdo con Lukács, la grave dificultad de tales clasificaciones es que, en el fondo, pretenden hacer desparecer al realismo.

La prueba de que estas consideraciones que apartan a las obras realistas como “cosa superada” es la baja dedicación que por entonces se dedicaría a la narrativa que se inscribe en esa opción estética. Así ocurriría, dice Lukács, con grandes escritores como Máximo Gorki o Thomas Mann. Para poder juzgar la justeza o el carácter sesgado de su opinión habría que reconstruir la vida cultural de aquellos años; desde hoy resulta difícil de mensurar.
  
Para Lukács esa visión de una “historia evolutiva del arte”, que identifica a la actual siempre como “etapa superior” estaría presente en los escritos de  Bloch; y alimenta el juicio de que las vanguardias artísticas encarnarían de manera decidida la “denuncia” del funcionamiento del capitalismo. Para Lukács es una afirmación superficial, una mirada parcial.

En el expresionismo, como en el conjunto de las vanguardias, la relación de la obra con la realidad no ofrece cuestionamiento; Lukács dice que “la superficie del capitalismo se ve, como consecuencia de la estructura objetiva del sistema, desgarrada”, y las obras del expresionismo se “acomodan” a su inercia, reproducen de este modo la ceguera propia de la enajenación. En el sentido contrario, sostiene, las piezas realistas se preocupan por representar la realidad, “tal como ésta se constituye”. Escarbar lleva a toparse, en lo profundo, con la totalidad de lo existente.

Siguiendo la línea de artículos como “¿Narrar o describir?” Lukács insiste en que  el naturalismo que reproduce la “apariencia” de la realidad, y abandona en consecuencia el impulso que lleva al “gran arte” a la reconstrucción artística de la totalidad social. Precisamente esa totalidad que el modo de producción capitalista rompe y vuelve discontinua, aunque sus formulaciones ideológicas intenten disfrazarlo.

Bloch había dedicado sus análisis al Ulysses de James Joyce. En la novela subrayó un paralelo entre la forma particular elegida por el autor de Dublineses y la experiencia de los hombres en el capitalismo contemporáneo. Habría, para Bloch, una “correspondencia” entre la discontinuidad que impone el acentuado monólogo narrativo interior, la “corriente de la conciencia”, y el estado de la conciencia de los seres humanos bajo el capitalismo imperialista. Según Lukács, Bloch no dedicaba un renglón a contemplar las causas, las raíces que explican, en definitiva, la construcción de esa imagen desgarrada.

El crítico no debería perderse en el juego de prestidigitación entre presencia y esencia. En otras palabras,

El arte vanguardista, orientado artísticamente hacia la disolución del objeto, hacia la nada, está en trance de perder esa mágica fuerza de sugestión que, de la pérdida de la realidad, de la nada, parecía hacer surgir una objetividad con posibilidades de vida.

(“¿Franz Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., página 58)

Por otra parte, el húngaro se empeña en la crítica a los acercamientos del formalismo a la obra de arte. Los formalistas se identificarían con la mera descripción de los dispositivos creativos y el escamoteo de toda referencia a la realidad. Bertolt Brecht está enmarcado en esta variante crítica.
De acuerdo con Lukács, el valor de la literatura realista radica en su señalamiento acerca de dónde y cómo “los fragmentos encajan en el complejo total de la vida”. Además, en su interrogación constante acerca de su origen y hacia dónde va la vida social y cultural bajo el dominio de las leyes del capitalismo.

Para Lukács, corrientes como el naturalismo, aunque también podrían mencionarse otros ejemplos, ofrecen una especie de fingimiento de totalidad; son totalidades superficiales, fugaces, pobres, incompletas. La otra cara de aquellas manifestaciones que encuentran la totalidad “más allá”, no en la vida social, material, sino en un supuesto nivel de la trascendencia, un credo “idealista”.

El estudioso del  arte no debería dejarse engañar por las impresiones rápidas o apresuradas. Finalmente,

Los límites que separan ambas tendencias (la realista y la antirrealista) se tornan a menudo borrosas, principalmente porque es inevitable cierto grado de realismo en toda obra literaria. La vieja verdad de que el realismo no es un estilo entre otros muchos sino que está en la base de toda literatura, y de que sólo pueden surgir estilos dentro de su campo o en determinadas relaciones con él (aun cuando sean de hostilidad) resulta verdad también aquí.

(“¿Franz Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., páginas 59 y 60)

Como puede verse, Lukács adjudica al término “realismo” una dimensión particular, poco asimilable al sentido común sobre el término:

(El realismo lukacsiano) no se relaciona con la capacidad del arte de ser un reflejo fiel de una realidad apariencial preexistente, sino con la noción de configuración, el concepto de tipo y las categorías de reflejo dialéctico y particularidad. La configuración es pensada aquí en el sentido de la construcción de una realidad nueva que establece la producción artística, una segunda inmediatez, en palabras de Lukács, que si bien parte de -y expresa a- la vida cotidiana, genera un mundo propio cualitativamente diverso,

detalla Leandro Martín Candiano (“Lukács: defensa del realismo”, en Exlibris, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, página 311).

(Candiano recuerda, de paso, una frase de Ricardo Piglia tomada de su antología Polémicas sobre realismo -Buenos Aires, Tiempo Contemporáneo, 1972-: “Pienso que toda la verdadera y gran literatura es realista. Y aquí no se tratan del estilo sino de la actitud frente a la realidad. Aún las cosas más fantásticas pueden ser realistas”, que sirve para demostrar que el pensamiento de Lukács supo tener múltiples descendencias.)

Por esta senda Lukács enfrenta el programa estético de Brecht. La insistencia en los fragmentos para apoderarse de una realidad que imagina múltiple, el montaje, el desplazamiento de perspectivas, suponen el rechazo del “contenido”. La dramaturgia revolucionaria de Brecht, su “teoría del distanciamiento”, la innovadora técnica del “teatro épico”, objetivamente, más allá de cualquier intención,  renunciarían a una representación totalizante del existir.

Las obras brechtianas rechazan la continuidad lógica con el mundo “real”; se acercan a él mediante fragmentos; la acción representativa pondría en primer plano el mecanismo ideológico, una aceleración de “trozos” desmembrados, el despliegue sobre la superficie de las partes de ese universo fragmentado.

Las obras “verdaderas” deben restituir a la conciencia fetichizada, cegada por la ideología, el aliento de la totalidad. Si no lo hacen, las prosas y las poesías terminan abrevando y convirtiéndose en encarnación más o menos directa, en otra expresión de las “tendencias principales del artístico-formales del movimiento antirrealista de nuestro tiempo”, según se citó al comienzo.

Brecht pretendía formular una teoría estética materialista del arte. Para Lukács la pretensión es vana. Al igual que señala en “¿Kafka o Thomas Mann?” no importa la intención, lo importa el talento o la pericia técnica, si esa perfección se estanca en el detalle, en la parte desagarrada, está condenada.

Kafka saca partido de su situación en dos sentidos: de un lado, los detalles concretos derivados de su arraigo en la vieja Austria, originan un indiscutible hic et nunc, la apariencia de una existencia social; de otra parte, la indeterminación de la objetividad última está planteada con auténtica ingenuidad del simple presentimiento, del verdadero ‘no saber’.

(“¿Franz Kafka o Thomas Mann?”, ob. cit., páginas 59 y 60)

En esa oscilación se ubica el sentimiento de angustia se convierte en la obra de Franz Kafka en ahistórica “condición humana”. Un pensador como Bertolt Brecht que se reclama materialista y socialista, parece haber reflexionado Georg Lukács, no puede ni debe permitirse el lujo de la ingenuidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario